lunes, 17 de septiembre de 2012

El imparable deterioro del castillo de Borja



            En un artículo anterior recordamos el formidable aspecto que debió presentar nuestro castillo, con esa mole central revestida de sillares, y rodeado de murallas que delimitaban el espacio de una importante ciudadela a la que se accedía por la llamada “Puerta del Cierzo”.
            Dentro de aquella ciudadela se encontraba la judería, quedando sus moradores bajo la protección directa de la Corona. Entre sus obligaciones estaba la de reparar los muros del castillo, siempre que hiciera falta.
            Cuando los judíos fueron expulsados de España en 1492, el Cinto quedó deshabitado y, por este motivo, se facilitó casa a todos los moriscos que quisieran pasar a residir en el mismo, asumiendo las obligaciones que habían tenido los judíos, respecto a la conservación del castillo.
            Pero, cuando en 1610, son expulsados los moriscos, el recinto vuelve a quedar abandonado con el agravante de que, en esos momentos, ya había perdido su cometido militar, iniciando un proceso de deterioro que se vio acelerado al permitir el ayuntamiento que se emplearan los sillares del castillo y de las murallas para las nuevas construcciones.





            Conocemos que, en la segunda mitad del siglo XVIII, se utilizaron en diversas obras realizadas en los conventos de Santa Clara, de la Concepción y en viviendas particulares. Concretamente, se tiene constancia de la cesión de “seis u ocho piedras del castillo”  al Dr. Amar,  para su casa de la calleja del Rey. Pero, fueron muchos los que, con anterioridad, recurrieron a este procedimiento.





            De hecho, desde la salida de los moriscos, la ruina fue imparable. El 11 de enero de 1654 el ayuntamiento, ante el “peligro de caerse el antepecho del castillo”, ordenó cerrar la puerta del Cierzo y el paso “para que nadie pudiese pasar por allí”. Se impedía, por lo tanto, el acceso al Cinto, mientras que se ordenaba el derribo de ese “antepecho” cuyo alcance no conocemos, aunque “gastando en ello lo menos posible”.
            En 1675, se desprendió una gran roca ocasionando graves daños en varias casas. Una de las afectadas fue la del médico D. Francisco Sallent, padre de varios personajes destacados, entre ellos la célebre poetisa Sor Mariana Sallent y el obispo auxiliar electo de Valencia que llevaba el mismo nombre que su padre. Para el desescombro de las viviendas destruidas hubo que ordenar un vecinal.
            En 1732, se realizaron nuevas obras de demolición, a cargo de Pedro Gómez, “por amenazar evidente ruina”.






            Con objeto de impedir los derrumbes provocados por el deterioro y la erosión que se advertía en una roca de mala calidad, a la que se había privado de la protección de los sillares, fueron construidos tres grandes pilares de ladrillo en fecha que desconocemos, aunque, desde luego, posterior a la expulsión de los moriscos y, por lo tanto, es imposible que fueran obra de Antón de Veoxa, como se ha señalado en ocasiones. Por el aspecto de la obra, con los ladrillos a tizón, parece más bien de finales del XVII o posterior.
            Es cierto que resolvieron el problema en la parte que da al Cinto, pero en la zona central los desprendimientos continuaron, llegando a solicitar el ayuntamiento, en 1865, la demolición completa de la peña. A ello se opuso el arquitecto provincial D. Félix Navarro atendiendo “al inmenso gasto que produciría el rebaje total de la roca”. En su lugar, se optó por abrir una zanja en torno a todo el peñón para impedir que las piedras desprendidas cayeran sobre las casas. Más tarde se consolidó con otro pilar la cueva existente en la parte de poniente.





            Un aspecto interesante es el referido a las estructuras que hubo sobre la roca. Algunos especialistas han llegado a sugerir que nuestro castillo, al igual que algunos ejemplos del Pirineo, dispuso de una superestructura de madera, aunque no disponemos de ninguna prueba.





            Que hubo alguna construcción desaparecida lo demuestra el hecho de que uno de los pilares sobresale bastante sobre el actual nivel superior. No hubiera tenido sentido darle esa altura, en caso de no existir estructuras que fuera necesario sostener. Cuando se perdieron, el pilar quedó como un elemento característico de ese extraño conjunto. Su cima, esa “piringota” del castillo, representaba un reto inalcanzable para los más audaces jóvenes y el lugar desde el que, según una leyenda urbana, se lanzó uno de los pioneros del paracaidismo mundial, pertrechado de un gran paraguas y con el resultado previsible.





            No obstante, todos hemos llegado a ver restos de construcciones sobre el castillo, lo que parecía un aljibe o impluvium y hasta muros con aspilleras. Es probable que correspondieran a época distintas, aunque debemos recordar que, durante la primera guerra carlista, se estableció un cuerpo de guardia en el castillo, en el que llegaron a prestar servicio un oficial, dos cabos y 12 milicianos. Por lo tanto, algún elemento pudo pertenecer a ese último servicio militar ya que no estamos seguros de que el puesto de observación que, para vigilar el paso de aviones, durante la última guerra civil, se creó en Borja, no creemos que estuviera en el castillo sino en el monte de la Corona.






            A finales de los años 60 del pasado siglo, comenzó a abrirse una grieta en la zona de poniente que fue agrandándose paulatinamente. Tras la creación del Centro de Estudios Borjanos, en 1968, se efectuó un seguimiento de la misma y, en diversas ocasiones, se alertó sobre el peligro que representaba. Los técnicos consultados no presentaron nunca una propuesta razonable para hacer frente al mismo y lo único que se hizo, en un momento dado, fue limpiar y agrandar la zanja perimetral. Al final, en fecha no muy lejana, se desprendió una gran masa de roca que afectó a varias viviendas cercanas. La mayor parte del castillo fue cubierto con una red metálica y se realizaron algunos anclajes.






            Es evidente que esta medida ha servido como protección ante pequeños desprendimientos, aunque ha modificado el aspecto del castillo, impidiendo el paso por el pequeño túnel que comunicaba ambos lados.






            Sin embargo, el deterioro de la roca prosigue. Se advierten grietas inquietantes, a pesar de los anclajes, por lo que no es aventurado suponer que habrá nuevos desprendimientos.






            El último de ellos  modificó sustancialmente la configuración del castillo en su parte central, habiendo quedado sensiblemente estrechada.





Pero mayor fue la afectación en la parte anterior, donde prácticamente desapareció la cueva situada a poniente y la supuesta cisterna perdió uno de sus muros laterales. Es de suponer que el deterioro continuará por esta zona que, en un plazo no demasiado grande, se reducirá considerablemente, pudiendo llegar a cortarse por completo a la altura del túnel.
            El problema es de muy difícil solución ya que la propia configuración del terreno no parece permitir la adopción de medidas eficaces. Lógicamente, se debe recabar la opinión de especialistas en la materia pero el proceso iniciado en el siglo XVII, cuando se comenzó a retirar los sillares, ha ido provocando sucesivos problemas hasta llegar a la situación actual.

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