sábado, 7 de enero de 2017

Santoral del 7 de enero


San Polieucto (siglo III). Soldado romano que, durante la persecución del emperador Decio, se negó a ofrecer sacrificios a los dioses, rompiendo sus imágenes, por lo que fue sometido a crueles tormentos y finalmente degollado en Melitene (Armenia).




San Luciano (siglo IV). Nacido en Samosata (Siria), fue ordenado presbítero en Antioquía. Con una gran formación teológica, fundo una escuela en la que los postulados que defendía le hicieron sospechoso de herejía, por lo que fue excomulgado. Reconciliado con la Iglesia años más tarde, durante la persecución de Maximino, fue detenido y enviado a Nicomedia, donde sufrió numerosas torturas, durante los nueve años que permaneció en prisión, manteniéndose firme en la Fe, hasta que murió decapitado, según la mayor parte de las fuentes.



San Crispino (siglo V). Se da la circunstancia de que en este día se conmemora a dos santos con el mismo nombre, ambos obispos de Pavía y muy próximos en el tiempo. El primero había sido ordenado subdiácono y diácono por el obispo San Epifanio, que lo nombró sucesor, antes de ser ordenado presbítero. Murió en el año 466. El segundo San Crispino, murió en 541.



San Valentín de Retia (siglo V). Se conocen muy pocos datos de su vida. Al parecer fue primero monje y posteriormente obispo de la Retia, falleciendo hacia el año 450 en Passau (Alemania).



San Valentiniano de Chur (siglo VI). Obispo de Chur, capital del cantón de los Grisones (Suiza). Destacó por su preocupación por los pobres, a los que entregó cuantiosas limosnas, atendiendo a sus fieles durante la invasión de los francos. Falleció en 548.



San Ciro (siglo VIII). Era un monje en la ciudad de Amastris (hoy Amasra), famoso por su virtud y clarividencia. Cuando el emperador Justiniano II Rhinotmetos, fue depuesto, anunció que retornaría al trono. Al cumplirse su vaticinio, Justiniano lo nombró obispo y patriarca de Constantinopla, manteniendo una estrecha relación con él. El sucesor de Justiniano lo destituyó, muriendo en el exilio.



San Tilón (siglo VIII). Sajón de nacimiento, fue capturado y, más tarde, rescatado por San Eligio que lo bautizó, acogiéndole en la abadía de Solignac. Ordenado sacerdote fue enviado a evangelizar otras zonas. A la muerte de San Eligio retornó a Solignac, aunque prefirió vivir como anacoreta en las cercanías de la abadía, falleciendo en 702 con más de 90 años de edad. Se le representa con un cáliz pues también fue platero.



San Alderico (siglo IX). Perteneciente a una familia noble se formó en la corte de Calomagno, como servidor de su hijo Luis. Pero, a los 21, decidió ordenarse sacerdote, siendo nombrado obispo de la actual ciudad de Le Mans, cometido que compaginó con el cargo de capellán y confesor del emperador Luis el Piadoso. Desarrolló una gran actividad pastoral y como impulsor de grandes obras en su diócesis. A la muerte del emperador fue expulsado, refugiándose en Roma. Pudo regresar a Le Mans donde murió en 856, tras haber quedado paralítico.



San Canuto Lavard (siglo XII). Hijo del rey Erico I de Dinamarca, fue nombrado  duque de Jutlandia Meridional por el rey Nicolás I, sucesor de su padre. En 1129, tras la muerte del príncipe de los obroditas, consiguió que el emperador lo nombrara rey con el fin de lograr la evangelización de esa región. Pero su primo Magnus Nilsson, hijo del rey Nicolás I, que ocupaba el trono de Suecia, se enfrentó a él, ante el temor de que pudiera disputarle la corona de Dinamarca mandó asesinarle en Haraldsted. Desde ese momento el príncipe Canuto fue venerado como santo y su asesinato provocó un enfrentamiento civil en Dinamarca. Fue canonizado en 1170 por el papa Alejandro III.



San Raimundo de Peñafort (siglo XIII). Nacido en el castillo de Peñafort, cursó los estudios eclesiásticos, desempeñando diversos cometidos en la catedral de Barcelona, desde donde marchó a Bolonia, graduándose en Derecho y ejerciendo la docencia en esa prestigiosa universidad. Al regresar a Barcelona, fue nombrado canónigo de la catedral, pero decidió ingresar en la Orden de Predicadores, con la que había entrado en contacto durante su estancia en Italia. Llegó a ser el tercer general de la misma, pero su figura está unida a su ingente obra como jurista que continuó tras retirarse y hasta su muerte acaecida cuando contaba cerca de 100 años. Es considerado cofundador de la Orden de la Merced para la que redactó su regla y es el patrón de juristas y abogados, así como de las corporaciones relacionadas con ellos.



Beato Mateo Guimerá (siglo XIV). Nacido en Agrigento (Sicilia) ingresó en los franciscanos conventuales siendo muy joven. Fue enviado a estudiar a España, pero, en 1418, pasó a los franciscanos observantes,  atraído por la renovación que venía impulsando San Bernardino de Siena, del que fue compañero. Como este gran santo, difundió por medio de la predicación la devoción al Santísimo Nombre de Jesús. Elegido obispo de Agrigento, su labor de renovación le ocasionó numerosos disgustos y calumnias que se mostraron infundadas, a pesar de lo cual renunció a su sede y se retiró a un convento de Palermo, donde murió el 7 de enero de 1450.

Beato Ambrosio Fernández (siglo XVII). Nacido en Sisto, cerca de Oporto, marchó a la India cuando tenía 20 años. Allí fue primero soldado y posteriormente se dedicó a las actividades comerciales. Cuando se dirigía a Japón, la nave en la que viajaba fue alcanzada por un tifón y estuvo a punto de naufragar. Impresionado por esta experiencia hizo voto de entrar en la Compañía de Jesús, logrando su propósito en 1590, cuando ingresó como hermano, desarrollando su labor durante 20 años en Nagasaki. Cuando se decretó la expulsión de todos los cristianos, decidió permanecer en la ciudad, siendo apresado en 1618, muriendo en la cárcel como consecuencia de los malos tratos recibidos. Fue beatificado en 1867 por Pío IX, junto con todos los mártires del Japón. 



San José Tuân (siglo XIX). Uno de los mártires de las persecuciones en Vietnam, era miembro de la Orden de Predicadores, en la que fue ordenado presbítero. Durante la persecución decretada por el emperador Tu Duc, fue delatado por una persona que se hizo pasar por cristiano, pidiéndole que le administrara la Extremaunción a su madre. Al negarse a apostatar, fue condenado a muerte, siendo decapitado en el poblado de An Bai. Fue canonizado en 1988.



Beata María Teresa Haze (siglo XIX). Nacida en Lieja, en el seno de una familia acomodada que tuvo que huir a Alemania, tras el triunfo de la Revolución francesa. Allí murió su padre y quedaron en la ruina. Al volver a Lieja, Jeanne (su nombre de pila) y su hermana decidieron profesar como religiosas, algo imposible en aquellos momentos, por lo que continuaron residiendo en su casa, al cuidado de su anciana madre. Unos años después de su fallecimiento abrieron  una escuela para niños pobres y, en 1830, fundó la congregación de las Hijas de la Cruz de Lieja, trocando su nombre por el de María Teresa al emitir sus votos perpetuos en 1833. La congregación se dedica a la enseñanza, la asistencia a los presos y enfermos, así como la acción pastoral en misiones. Fue beatificada por Juan Pablo II en 1991.



Beata Lindalva Justo de Oliveira (siglo XX). Nacida en 1953, en Sitio Malhada da Areia, una zona muy pobre del Estado de Rio Grande do Norte (Brasil), siendo la sexta de trece hermanos. Trabajó como dependienta en varios comercios y cuidó de su padre hasta su fallecimiento. Tras colaborar en diversas obras benéficas en la ciudad de Natal donde residía, decidió ingresar en la Congregación de las Hijas de la Caridad a finales de 1987. En 1991 comenzó a trabajar en un asilo de San Salvador de Bahía, destacando por su dedicación a los ancianos y su intensa vida de oración. Uno de ellos se enamoró de la religiosa y tras ser rechazado a pesar de su insistencia, la apuñaló repetidamente hasta ocasionarle la muerte el día de Viernes Santo de 1993. Fue beatificada por Benedicto XVI en 2007.

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