San
Polieucto (siglo III). Soldado romano que, durante la
persecución del emperador Decio, se negó a ofrecer sacrificios a los dioses,
rompiendo sus imágenes, por lo que fue sometido a crueles tormentos y
finalmente degollado en Melitene (Armenia).
San
Luciano (siglo IV). Nacido en Samosata (Siria), fue
ordenado presbítero en Antioquía. Con una gran formación teológica, fundo una
escuela en la que los postulados que defendía le hicieron sospechoso de
herejía, por lo que fue excomulgado. Reconciliado con la Iglesia años más
tarde, durante la persecución de Maximino, fue detenido y enviado a Nicomedia,
donde sufrió numerosas torturas, durante los nueve años que permaneció en
prisión, manteniéndose firme en la Fe, hasta que murió decapitado, según la
mayor parte de las fuentes.
San
Crispino (siglo V). Se da la circunstancia de que en este día
se conmemora a dos santos con el mismo nombre, ambos obispos de Pavía y muy
próximos en el tiempo. El primero había sido ordenado subdiácono y diácono por
el obispo San Epifanio, que lo nombró sucesor, antes de ser ordenado
presbítero. Murió en el año 466. El segundo San Crispino, murió en 541.
San
Valentín de Retia (siglo V). Se conocen muy pocos datos
de su vida. Al parecer fue primero monje y posteriormente obispo de la Retia,
falleciendo hacia el año 450 en Passau (Alemania).
San
Valentiniano de Chur (siglo VI). Obispo de Chur, capital del
cantón de los Grisones (Suiza). Destacó por su preocupación por los pobres, a
los que entregó cuantiosas limosnas, atendiendo a sus fieles durante la
invasión de los francos. Falleció en 548.
San
Ciro
(siglo VIII). Era un monje en la ciudad de Amastris (hoy Amasra), famoso por su
virtud y clarividencia. Cuando el emperador Justiniano II Rhinotmetos, fue
depuesto, anunció que retornaría al trono. Al cumplirse su vaticinio,
Justiniano lo nombró obispo y patriarca de Constantinopla, manteniendo una
estrecha relación con él. El sucesor de Justiniano lo destituyó, muriendo en el
exilio.
San
Tilón (siglo VIII). Sajón de nacimiento, fue capturado y,
más tarde, rescatado por San Eligio que lo bautizó, acogiéndole en la abadía de
Solignac. Ordenado sacerdote fue enviado a evangelizar otras zonas. A la muerte
de San Eligio retornó a Solignac, aunque prefirió vivir como anacoreta en las
cercanías de la abadía, falleciendo en 702 con más de 90 años de edad. Se le
representa con un cáliz pues también fue platero.
San
Alderico (siglo IX). Perteneciente a una familia noble se
formó en la corte de Calomagno, como servidor de su hijo Luis. Pero, a los 21,
decidió ordenarse sacerdote, siendo nombrado obispo de la actual ciudad de Le
Mans, cometido que compaginó con el cargo de capellán y confesor del emperador
Luis el Piadoso. Desarrolló una gran actividad pastoral y como impulsor de
grandes obras en su diócesis. A la muerte del emperador fue expulsado,
refugiándose en Roma. Pudo regresar a Le Mans donde murió en 856, tras haber
quedado paralítico.
San
Canuto Lavard (siglo XII). Hijo del rey Erico I de
Dinamarca, fue nombrado duque de
Jutlandia Meridional por el rey Nicolás I, sucesor de su padre. En 1129, tras
la muerte del príncipe de los obroditas, consiguió que el emperador lo nombrara
rey con el fin de lograr la evangelización de esa región. Pero su primo Magnus
Nilsson, hijo del rey Nicolás I, que ocupaba el trono de Suecia, se enfrentó a
él, ante el temor de que pudiera disputarle la corona de Dinamarca mandó
asesinarle en Haraldsted. Desde ese momento el príncipe Canuto fue venerado
como santo y su asesinato provocó un enfrentamiento civil en Dinamarca. Fue
canonizado en 1170 por el papa Alejandro III.
San
Raimundo de Peñafort (siglo XIII). Nacido en el castillo de
Peñafort, cursó los estudios eclesiásticos, desempeñando diversos cometidos en
la catedral de Barcelona, desde donde marchó a Bolonia, graduándose en Derecho
y ejerciendo la docencia en esa prestigiosa universidad. Al regresar a
Barcelona, fue nombrado canónigo de la catedral, pero decidió ingresar en la
Orden de Predicadores, con la que había entrado en contacto durante su estancia
en Italia. Llegó a ser el tercer general de la misma, pero su figura está unida
a su ingente obra como jurista que continuó tras retirarse y hasta su muerte
acaecida cuando contaba cerca de 100 años. Es considerado cofundador de la
Orden de la Merced para la que redactó su regla y es el patrón de juristas y
abogados, así como de las corporaciones relacionadas con ellos.
Beato
Mateo Guimerá (siglo XIV). Nacido en Agrigento
(Sicilia) ingresó en los franciscanos conventuales siendo muy joven. Fue
enviado a estudiar a España, pero, en 1418, pasó a los franciscanos
observantes, atraído por la renovación
que venía impulsando San Bernardino de Siena, del que fue compañero. Como este
gran santo, difundió por medio de la predicación la devoción al Santísimo
Nombre de Jesús. Elegido obispo de Agrigento, su labor de renovación le
ocasionó numerosos disgustos y calumnias que se mostraron infundadas, a pesar
de lo cual renunció a su sede y se retiró a un convento de Palermo, donde murió
el 7 de enero de 1450.
Beato
Ambrosio Fernández (siglo XVII). Nacido en Sisto, cerca de
Oporto, marchó a la India cuando tenía 20 años. Allí fue primero soldado y
posteriormente se dedicó a las actividades comerciales. Cuando se dirigía a
Japón, la nave en la que viajaba fue alcanzada por un tifón y estuvo a punto de
naufragar. Impresionado por esta experiencia hizo voto de entrar en la Compañía
de Jesús, logrando su propósito en 1590, cuando ingresó como hermano,
desarrollando su labor durante 20 años en Nagasaki. Cuando se decretó la
expulsión de todos los cristianos, decidió permanecer en la ciudad, siendo
apresado en 1618, muriendo en la cárcel como consecuencia de los malos tratos
recibidos. Fue beatificado en 1867 por Pío IX, junto con todos los mártires del
Japón.
San
José Tuân (siglo XIX). Uno de los mártires de las
persecuciones en Vietnam, era miembro de la Orden de Predicadores, en la que
fue ordenado presbítero. Durante la persecución decretada por el emperador Tu Duc,
fue delatado por una persona que se hizo pasar por cristiano, pidiéndole que le
administrara la Extremaunción a su madre. Al negarse a apostatar, fue condenado
a muerte, siendo decapitado en el poblado de An Bai. Fue canonizado en 1988.
Beata
María Teresa Haze (siglo XIX). Nacida en Lieja, en el
seno de una familia acomodada que tuvo que huir a Alemania, tras el triunfo de
la Revolución francesa. Allí murió su padre y quedaron en la ruina. Al volver a
Lieja, Jeanne (su nombre de pila) y su hermana decidieron profesar como
religiosas, algo imposible en aquellos momentos, por lo que continuaron
residiendo en su casa, al cuidado de su anciana madre. Unos años después de su
fallecimiento abrieron una escuela para
niños pobres y, en 1830, fundó la congregación de las Hijas de la Cruz de
Lieja, trocando su nombre por el de María Teresa al emitir sus votos perpetuos
en 1833. La congregación se dedica a la enseñanza, la asistencia a los presos y
enfermos, así como la acción pastoral en misiones. Fue beatificada por Juan
Pablo II en 1991.
Beata
Lindalva Justo de Oliveira (siglo XX). Nacida en 1953, en
Sitio Malhada da Areia, una zona muy pobre del Estado de Rio Grande do Norte
(Brasil), siendo la sexta de trece hermanos. Trabajó como dependienta en varios
comercios y cuidó de su padre hasta su fallecimiento. Tras colaborar en
diversas obras benéficas en la ciudad de Natal donde residía, decidió ingresar
en la Congregación de las Hijas de la Caridad a finales de 1987. En 1991
comenzó a trabajar en un asilo de San Salvador de Bahía, destacando por su
dedicación a los ancianos y su intensa vida de oración. Uno de ellos se enamoró
de la religiosa y tras ser rechazado a pesar de su insistencia, la apuñaló
repetidamente hasta ocasionarle la muerte el día de Viernes Santo de 1993. Fue
beatificada por Benedicto XVI en 2007.
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