San
Marcelino (siglo IV). Fue el tercer obispo de Ancona y
durante mucho tiempo sufrió grandes padecimientos a causa de la gota.
Precisamente, encontrándose postrado, se desencadenó un gran incendio en la
ciudad. Como no pudieran contenerlo, el obispo pidió que lo llevaran en camilla
hasta el fuego y, en su presencia, las llamas comenzaron a retroceder hasta que
se extinguieron. Su cuerpo se conserva en la cripta de la catedral de esa
ciudad.
San
Adrián de Canterbury (siglo VIII). Nacido en el norte de
África y de origen bereber, aunque de cultura griega, llegó a ser abad de un
monasterio situado cerca de Nápoles. Allí, el Papa Vitaliano le propuso hacerse
cargo de la sede episcopal de Canterbury pero, considerándose indigno para este
cometido, sugirió el nombre de su amigo, Teodoro de Tarso, a lo que accedió el
Pontífice, siempre y cuando colaborara con él. En 668 se embarcaron rumbo a
Inglaterra a donde llegó Teodoro, quedando San Adrián retenido en Francia
durante dos años. Después pudo reunirse con su amigo que lo nombró abad de la
que luego sería abadía de San Agustín, en Canterbury. Acompañó al arzobispo en
todos sus viajes, colaborando en el gobierno de la diócesis y fundando
numerosas escuelas.
San
Fillán o Felano de Lindisfarne (siglo VIII). Nacido
en Irlanda, era hijo de Santa Kentigerna. Siendo muy joven, abandonó su casa y
su desahogada posición y entró en el monasterio de Taghmon. Luego, acompañado
por su madre y su tío San Comgan, marchó a Escocia, como misionero. Contra su
voluntad lo eligieron abad del monasterio de San Andrés en Pettinwim, donde
brilló por sus virtudes. Al cabo de unos años decidió abandonar el monasterio
y, con su tío se estableció en las montañas cercanas a Fifeshire, donde, con la
ayuda de otros siete monjes, construyó una iglesia, evangelizando toda la zona.
Fue enterrado en Strathfillan y aún se conserva su báculo, al que se le
atribuye la victoria escocesa en Bannockburn (1314).
San
Eulogio de Córdoba (siglo IX). De familia mozárabe,
aprendió de ella su perseverancia en la Fe que le llevó a ser ordenado
sacerdote, a pesar de sus dudas iniciales. Recorrió diversos monasterios
españoles, reuniendo libros que llevó a Córdoba, donde fundó una escuela desde
la que animó a los cristianos a mantenerse firmes en tiempos difíciles,
especialmente tras la muerte de Abd al-Rahman II, en el que se desencadenó una
persecución. Detenido el año 851 y cerrada su escuela, será desterrado al
campo, donde escribió varias apologías de mártires. Al acoger en su casa a la
joven cristiana Lucrecia, especialmente perseguida por ser hija de musulmanes,
fue de nuevo detenido, negándose a apostatar, por lo que fue condenado a muerte
y ejecutado el 859. Sus restos fueron trasladados a Oviedo, donde se veneran en
la Cámara Santa.
Santa
Lucrecia de Córdoba (siglo IX). Este mismo día se recuerda a esta
Santa, hija de padres musulmanes, bautizada por San Eulogio, que también murió
martirizada.
San
Eustracio (siglo IX). Nacido en una aldea de Bitinia, profesó
en el monasterio de Abgaro, situado en el monte Olimpo, que había sido fundado
por San Gregorio Nacianceno y San Basilio los cuales, según la tradición eran
familiares suyos. Allí destacó por su vida de piedad y por los numerosos
milagros que realizó en vida, por lo que se le conoce con el apelativo de
“Traumaturgo”. Llegó a ser abad del monasterio, falleciendo a la avanzada edad
de 95 años.
San
Honorato de Buzançais (siglo XIII). Era un simple tratante de
ganado en la región de Poitiers. Destacaba únicamente por su carácter alegre y
su caridad que le impulsaba a dar limosnas a los necesitados y a dotar a
jóvenes casaderas pobre. Habiendo tenido que emprender un viaje por motivos de
su negocio, comprobó al regresar que sus empleados habían dilapidado una gran
cantidad de dinero, por lo que les reprendió. Enojados estos, decidieron
asesinarle, abandonando su cuerpo en el bosque de Thénezay, en el año 1250. Lo
sorprendente fue que, al encontrar sus restos, comenzaron a tener lugar
llamativos milagros en contacto con ellos, suscitándose un fuerte
enfrentamiento entre las localidades de Thénezay y Buzançais por conservarlos.
Al final se decidió enviar elk cuerpo a Buzançais y mantener la cabeza en
Thénezay.
Beata
Julia de la Rena
(siglo XIV). Nacida en la Toscana (Italia), cuando aún no había cumplido
los veinte años, ingresó en la Tercera Orden de San Agustín, pero deseosa de
una vida de mayor austeridad, escogió una pequeña habitación contigua a la
iglesia de San Miguel y Santiago de Certaldo, que mandó tabicar, dejando
únicamente dos pequeños huecos. Por uno le introducían la comida y por el otro,
podía asistir a la Misa y los oficios religiosos. Así vivió cerca de treinta
años, emparedada, hasta su muerte en torno a 1370. Su culto, iniciado poco
después de su fallecimiento, fue confirmado por Pío VII en 1819.
Beato
Antonio Fatati (siglo XV). Nacido en Ancona, hacia
1410, se ordenó como sacerdote, siendo nombrado canónigo arcipreste de la
catedral de su ciudad natal. El Papa Nicolás V lo eligió como capellán mayor y
canónigo de la basílica de San Pedro. Su preparación y celo pastoral
propiciaron que fuera de nuevo enviado a la marca de Ancona como Gobernador y
Vicario papal, siendo después consagrado obispo de Teramo. Al acceder al solio
pontificio Pío II, continuó dispensándole el mismo aprecio que su predecesor.
En 1455, lo nombró obispo auxiliar de Siena y, en 1463, titular de Ancona. Lo
mismo sucedió durante los pontificados de Paulo II y Sixto IV que le
encomendaron diversas misiones, continuando al frente de la diócesis de Ancona,
donde falleció con fama de santidad, en 1484.
Beata
María Teresa de Jesús Le Clerc (siglo XVII). Alessia
Le Clerc nació en Remiremont (Francia) en 1576, pasó a residir en Hymont,
donde tuvo como director espiritual a
Pedro Fourier. Ambos concibieron la idea de fundar una congregación religiosa,
la de Canonesas de San Agustín de la Congregación de Nuestra Señora, dedicada a
la educación de las jóvenes, en la que ingresó, junto a tres compañeras,
adoptando el nombre María Teresa de Jesús. La primera casa se creó en Mattaincourt,
a la que siguieron otras y, en 1616 la nueva congregación recibió el
reconocimiento pontificio, siendo elegida primera superiora del mismo, aunque
luego renunció al cargo, retirándose al convento de Nancy donde falleció a los
45 años de edad, como consecuencia de una grave enfermedad. Mientras que Pedro
Fourier fue canonizado con anterioridad, Sor María Teresa de Jesús no fue
beatificada hasta 1947, por el Papa Pío XII.
Santas
Águeda Yi Sosa y Teresa Kim (siglo XIX). Santa
Águeda era hija de mártires coreanos, víctimas de la primera persecución
desatada en aquel país. Ella fue capturada con su amiga Teresa Kim y su hermano
Pedro Yi Hoyong, también canonizado y cuya fiesta se celebra en noviembre.
Águeda y Teresa fueron torturadas y finalmente decapitadas el 9 de enero de
1840 en Seul. Fueron canonizadas el 6 de mayo de 1984 por San Juan Pablo
II.
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