domingo, 15 de octubre de 2017

Recordando a los condes de Egmont y Horn en Bruselas



         Durante estos días convulsos, recorriendo la Grand Place de Bruselas recordábamos un triste episodio de la historia común de España y Bélgica, porque frente a ese bellísimo edificio del Ayuntamiento de la ciudad tuvo lugar el 5 de junio de 1568 un trágico acontecimiento que sigue constituyendo un lamentable ejemplo de las consecuencias de los enfrentamientos políticos.




         Una placa situada a la entrada del edificio señala que, delante del mismo, fueron ejecutados los condes de Egmont y Horn, por orden expresa del rey Felipe II quien, para sofocar la revuelta desatada había enviado al Gran Duque de Alba, con la orden expresa de eliminar a los que consideraba como cabecillas de una rebelión que, en gran medida, tenía un origen religioso, dado que entre sus principales exigencias figuraba la de conseguir una mayor tolerancia religiosa, frente a las medidas dictadas por el cardenal Granvela, Presidente del Consejo de Estado en Flandes, que además era obispo de Arrás.



         Las peticiones formuladas al monarca español, ferviente defensor de la causa católica, no encontraron eco. Pero cuando en el verano de 1566 se desató lo que se conoció como “furia iconoclasta”, dando lugar a la destrucción de numerosas imágenes, a cargo de las turbas protestantes y a la quema de iglesias y monasterios, Felipe II decidió enviar a Flandes a un poderoso ejército bajo el mando del Gran Duque de Alba, con la orden expresa de realizar un castigo ejemplar sobre los que el rey consideraba como principales instigadores de una rebelión que, en definitiva, cuestionaba su autoridad. Los señalados eran Guillermo de Orange y los condes de Egmont y Horn. El primero huyó tan pronto como tuvo noticia de la llegada de las fuerzas españolas pero los segundos permanecieron en Bruselas, sin evaluar adecuadamente el riesgo al que se enfrentaban.



         Lo cierto es que se trataba de destacados personajes nacidos en Flandes, pero dentro de la órbita de la monarquía hispana. Lamoral Egmont, conde de Egmont, era primo de Felipe II y un relevante militar español, representante del viejo ideal de la caballería medieval que, en gran medida, fue el artífice de la victoria de Gravelinas (1558), por la que fue recompensado con el cargo de estatúder de Flandes y Artois. Su relación con el rey era aparentemente cordial e, incluso, había viajado a Madrid para presentar sus propuestas, llegando a creer en el éxito de su misión.



         No menos importante era Felipe de Montmorency, conde de Horn. Educado en la corte de Carlos I y jefe de la guardia del futuro Felipe II, fue nombrado almirante en 1555, mandando la flota que condujo desde Flandes a España a este monarca con quien permaneció hasta 1563. Caballero del Toison de Oro había sido estatúder del ducado de Güeldres.



         Ello no fue obstáculo para que en aquella fatídica jornada fueran decapitados, a pesar de que no se habían alzado en armas ni, probablemente, hubieran llegado a hacerlo lo que sí llevó a cabo Guillermo de Orange que terminó siendo asesinado años después. La propia gobernadora de Flandes Margarita de Austria, hermana de Felipe II, llegó a manifestar que esos hombres eran inocentes de cualquier cargo y el duque de Alba que profesaba gran admiración por ellos, especialmente, por Egmont llegó a sugerirle la huida.




         Hoy, además de la lápida a la que hemos hecho referencia, su recuerdo permanece en el monumento a ellos dedicado en la plaza del Petit Sablon, un precioso rincón de la capital belga que suele pasar desapercibido. Allí, entre parterres de flores cuidadosamente mantenidos se alzan sus figuras en bronce, avanzando entrelazadas.





         En el pedestal, junto a soldados armados aparecen sus nombres y las armas de cada uno de ellos, ambas con el Toison de Oro. Las de Egmont timbradas con la corona propia de su condición de Príncipe de Gavere que también ostentaba y las de Horn con la corona condal y formadas por una cruz de gules y dieciséis águilas de azur sobre campo de oro que según la tradición le habían sido concedidas por el monarca francés Felipe Augusto al condestable Mateo II de Montmorency por haber arrebatado doce estandartes a las tropas imperiales de Otón IV en la batalle de Bouvines (1214).





         En torno al recinto de la plaza se sitúan una serie de estatuas representando a destacados personajes nacidos en la actual Bélgica, entre ellas la de Gerardo Mercator (1512-1594), el famoso geógrafo y cartógrafo flamenco creador de la proyección que lleva su nombre para la elaboración de mapas que se sigue utilizando, aun cuando presenta el inconveniente de deformar el tamaño de las zonas representadas conforme se aproximan a los polos.

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