sábado, 17 de agosto de 2019

Datos sobre los moriscos de la comarca


         El Dr. D. Alberto Aguilera nos facilitó la lectura de la tesis doctoral que sobre “Religiosidad morisca. Los nuevos convertidos de moro en la Diócesis de Tarazona (1526-1610)” que, bajo la dirección del Prof. D. Gregorio Colás Latorre, defendió D. Jorge del Olivo Ferreiro el pasado año en la Universidad de Zaragoza.
         Su contenido es de gran interés por los numerosos datos que aporta sobre diversas localidades de nuestra comarca, incluyendo alguna como Agón que pertenecían a la diócesis de Zaragoza en aquellos momentos.

         La investigación se ha centrado, fundamentalmente, en el Archivo Diocesano de Tarazona en donde se conservan los de algunas parroquias que, originalmente pertenecieron a Zaragoza, como el citado caso de Agón y otros. No ha consultado, en cambio, los de las restantes parroquias de nuestra zona lo que quizá haya podido influir en que no se mencionen episodios de cierta importancia a los que hemos hecho referencia en otras ocasiones y que volvemos a recordar.



         Ese es el caso de un “Sermón de Ramadán” que fue encontrado en Borja, en 1842 junto con otros manuscritos aljamiados que se conservan en la Real Academia de la Historia. Dio noticia de ellos M. G. Ticknor en su Historia de la Literatura Española, traducida al español en 1856 por el Académico de la Historia D. Pascual de Gayangos quien, en una nota del apéndice al tomo IV, describía las circunstancias del descubrimiento que, por su interés, volvemos a reproducir:


            “Hállase este poema aljamiado en un tomo de misceláneas arábigas, en 4º, de letra, al parecer, de fines del siglo XVI, y que, según nos han informado, procede de la villa de Borja, en Aragón, donde fue hallado en 1842 a vueltas de otros varios, al derribar unas casas que en lo antiguo fueron aljama o ayuntamiento de moriscos. El que los descubrió, hombre codicioso e ignorante, creyó desde luego, como en semejantes casos acontece, que aquellos libros eran otras tantos indicios de algún tesoro allí encerrado desde el tiempo de los moros; túvolos algunos años en su poder, reservándolos hasta de su propia familia, y sin dejarlos ver de personas que pudieran haberle desengañado acerca de su contenido, gastó no pequeña parte de su hacienda en hacer secretamente excavaciones que le condujesen a vista del supuesto tesoro; y a su muerte, ocurrida catorce años después, tan solo pudo hallarse el que ahora se describe. Hemos creído deber hacer esta digresión por ver si se puede poner coto a la especie de persecución que a todas horas y en todos los ángulos de la monarquía se está ejerciendo contra esta clase de monumentos escritos, que así pueden aumentar el caudal de nuestra literatura, como arrojar luz sobre la historia civil de aquella raza, resto de los antiguos conquistadores”.



         Por otra parte, la Profª Dª Ana Labarta López, Catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Valencia, y D. José Carlos Escribano Sánchez quienes, en 2000, publicaron en Anaquel de Estudios Árabes un artículo titulado “Las bibliotecas de dos alfaquíes borjanos”, el hallazgo de un documento localizado en el Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Borja, donde se detallaban los libros que fueron entregados a las autoridades por los alfaquíes (o expertos en la Ley coránica) Ali Alguaquiel y Amet Abranda.
         Una cédula de Carlos V forzó la conversión de todos los musulmanes aragoneses en 1525, obligándoles a abandonar sus costumbres y, de manera especial, a entregar todos los textos relacionados con su antigua religión. Así lo hicieron en Borja, esos dos importantes personajes de la comunidad musulmana, quedando registrada la entrega efectuada el 25 de enero de 1526 en el protocolo del notario Lope de Aoíz.
         El acto se llevó a cabo en las casas de Ali Alguaquiel, sitas en el “barruelo de la morería”, en presencia del Justicia de Borja Antón de Alberite y de los Jurados Andrés de Mendoza, Lorenzo Tolosa y Juan de Erla, dando cumplimiento a lo dispuesto por el Rvdo. Micer Bernat Jordán, doctor en Teología y Comisario Apostólico de los “inquisidores en el río y circunvecindad de la dicha ciudad”.

            En total, fueron 56 los libros entregados, referenciados de manera imprecisa en el acta de recepción, a pesar de lo cual constituye un documento singular por reflejar el contenido de una biblioteca particular en aquellos momentos, sobre lo que no se han conservado otros testimonios. Lamentablemente, no existen noticias del destino de aquellos libros.



         Muy interesantes son las noticias que el Prof. D. Francisco Ynduraín dio a conocer en su libro Los moriscos y el teatro en Aragón. Auto de la destrucción de Troya y comedia pastoril de Torcato,  publicado por la Institución “Fernando el Católico” en 1986.  En él se estudian estas obras teatrales inéditas del siglo XVI que aparecieron en un legajo de la Sección del Santo Oficio de la Audiencia Territorial de Zaragoza, dentro de una causa incoada en 1575 contra algunos moriscos de Borja y Maleján.
            El 23 de agosto de 1574 la plaza de La Goleta, en el norte de África, que había sido conquistada, junto con Túnez, por el emperador Carlos V, volvió a caer en manos de los turcos. Este acontecimiento produjo el lógico pesar en la Cristiandad, aunque los moriscos españoles la recibieron con una alegría, apenas disimulada.
         Poco después de la caída de La Goleta, los moriscos borjanos representaron ese Auto de la destrucción de Troya y, unos días más tarde, fueron a Maleján donde se puso en escena la otra comedia “en tiempo de su Ramadán y casi en vísperas de Pascua”, lo que motivó la intervención de la Inquisición, a denuncias de un informante borjano.

            Junto con interés de estas obras de teatro, estudiadas por el Prof. Ynduraín, debemos señalar que el Auto de la destrucción de Troya había sido escrito por Francisco de Arellano, natural de Ágreda y “habitante en la villa de Ambel”, según se hace constar, aunque no han podido encontrarse más datos de este escritor.



         En el siglo XVI el solo nombre de la Inquisición despertaba un respeto y temor, especialmente entre los miembros de los colectivos que eran objeto de especial atención, como era el caso de los nuevos convertidos.
            De ahí que el miedo que se apoderó de los moriscos del “río de Borja”, nombre que hacía alusión a nuestra comarca, cuando apareció por aquí un nuncio del Santo Oficio que portaba un “palo pequeño con su cruz, como vara de justicia”, forzándolos para que abandonasen sus residencias. El “nuncio” era un funcionario de bajo nivel, encargado de dar a conocer los comunicados del tribunal de la Inquisición, un cometido muy diferente a los alguaciles que podían prender y llevar a cabo actos de jurisdicción.

            Tras recorrer algunas localidades, se presentó en Bulbuente, citando secretamente al morisco Miguel Arenoso y a otros nuevos convertidos, amenazándoles mientras les mostraba su vara.



            Bulbuente era propiedad de los abades de Veruela y, por lo tanto, sus habitantes dependían del mismo. En aquellos momentos, estaba residiendo en el palacio que tenían en esa localidad fray Antonio Lázaro, cillerero del monasterio, el cual, al enterarse de lo que estaba sucediendo, sospechó del nuncio y, en un gesto de audacia, lo prendió y lo encerró en la “cija del castillo” (cuadra). Fue una decisión no exenta de riesgo, ya que los funcionarios de la Inquisición tenían un estatus especial y su labor no podía ser obstaculizada por ninguna otra autoridad.
            Inmediatamente, el cillerero dio cuenta de lo ocurrido al abad del monasterio, D. Lope Marco que se encontraba en Zaragoza, el cual se puso en contacto con los inquisidores quienes le comunicaron que no tenían ningún dato del citado individuo, pidiéndole que lo enviara al castillo de la Aljafería, sede del tribunal del Santo Oficio, donde tras el oportuno interrogatorio llegaron a la conclusión  que era un simple “chocarrero” (fullero, tramposo), devolviéndolo a Bulbuente “para que le diesen cien azotes por su bellaquería”, cosa que el cillerero cumplió con gusto, paseándolo por las calles del lugar, montado en un asno, mientras era convenientemente azotado, siendo después desterrado “de todo el abadiado”. Al final del relato se hace constar que “el hombre era natural de Purujosa”.

         Podríamos citar más casos, entre ellos el de un habitante de Albeta al que le fue incautado un libro aljamiado, junto con el tintero y cálamo con los que escribía, los cuales se conservan en la Biblioteca Nacional de París, pero es un tema abierto a nuevas investigaciones para las que la tesis del Dr. del Olivo constituye una significativa aportación.

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