martes, 4 de febrero de 2020

Heroísmo de un preso de Magallón


         Entre la serie de conflictos que enfrentaron a España con el sultanato de Marruecos en la zona del Rif uno de ellos fue la denominada “Guerra de Margallo”, en referencia al entonces Comanante General de Melilla D. Juan García Margallo, bisabuelo del que fuera Ministro de Asuntos Exteriores, entre 2011 y 2016, D. José Manuel García-Margallo Marfil.

         En ese enfrentamiento tuvo una actuación destacada Pedro Cortés Abadía, natural de Magallón, que cumplía condena de cadena perpetua en el penal de Melilla como consecuencia de la condena que le fue impuesta en un procedimiento sobre el que no hemos encontrado referencias.




         Para entender lo ocurrido hay que remontarnos al convenio de 24 de agosto de 1859 suscrito entre el Reino de España y el Sultán de Marruecos por el que se permitió establecer un perímetro de seguridad en torno a la plaza de Melilla, cuya extensión fue determinada por el disparo de un cañón, desde el fuerte de Victoria Grande. Transformado más tarde en prisión, en la actualidad ha sido completamente restaurado, al igual que muchos monumentos de la ciudad.



         A esa distancia se estableció la frontera, junto con una zona neutral, en cuyo centro hay una escotadura (marcada con una flecha blanca en la imagen), porque allí se encuentra la tumba de Sidi Auriach, un santón musulmán del siglo XV que había llegado a Melilla, procedente de Al-Andalus, muy venerado en la zona. Había estado enterrado anteriormente en el cerro de Santiago, siendo trasladado a su actual emplazamiento tras un acuerdo de 1863. Allí se construyó una mezquita y un cementerio que quedaron excluidos de los límites de la ciudad y fueron el detonante del conflicto que estamos comentando.



         Todo comenzó cuando el general Margallo decidió reforzar las defensas de Melilla construyendo un fuerte que, aunque estaba emplazado en territorio español, se encontraba muy cercano a la mezquita y cementerios citados. A ello se opusieron los rifeños de las cabilas próximas, hostigando a los trabajadores a los que ocasionaron algunas bajas. Cuando en represalia por esas acciones fue bombardeada la zona y alcanzada la mezquita, la situación empeoró rápidamente, dando lugar a una auténtica “guerra santa”, a la que se sumaron gentes llegadas desde otros lugares que obligaron a replegarse a las tropas y ocuparon posiciones dentro de la zona española.




         El general Margallo asumió personalmente el contraataque y el 28 de octubre de 1893, encontrándose en el fuerte de Cabrerizas Altas, actualmente declarado “Bien de Interés Cultural”, se percató de la imposibilidad de hacer frente, con las escasas fuerzas disponibles, a los elevados contingentes enemigos que le cercaban. Ante la imposibilida de pedir refuerzos a la ciudad, al haber sido cortada la línea telegráfica, intentó efectuar una salida, encontrando la muerte a las puertas del fuerte por un disparo en la cabeza.

         De resultas de esta acción fueron concedidas dos Laureadas de San Fernando, una al capitán Juan Picasso que, arriesgando su vida y a lomos de un caballo, cruzó las líneas enemigas para llevar la noticia de lo que estaba ocurriendo a Melilla. La otra al teniente Miguel Primo de Rivera que recuperó los dos cañones que habían quedado en el exterior del fuerte.




         En aquella situación, en la que cada uno intentaba salvar su vida, fue el magallonero Pedro Cortés Abadía quien tomó el cadáver del general Margallo y, en un carro, lo condujo hasta la plaza donde se celebró un solemne funeral.
         La prensa aragonesa se hizo eco de esta arriesgada gesta, dando cuenta de que la Dirección General de Penales había pedido a la Audiencia de Zaragoza, los antecedentes del magallonero “verdadero héroe en las acciones de Cabrerizas” con el propósito de reducir o conmutar la condena, sin que sepamos si se llevó a efecto.
         Cabe preguntarse sobre qué hacía un condenado por un grave delito entre las tropas españolas. Ello obedecía al hecho de que, ante la escasez de tropas, se recurrió a los presos del penal, prometiéndoles beneficios penitenciarios, que combatieron con bravura, quizás con la esperanza de ver redimida su penosa situación.
         Llegó a organizarse con ellos la que fue conocida como la “guerrilla de la muerte”, mandada por el capitán Francisco Ariza, un militar peculiar, la cual causó pavor entre los rifeños por sus excesos. Acabaron mal pues uno de sus integrantes, el penado José Farreny, sorprendió a un rifeño y creyendo se trataba de un espía enemigo le cortó las orejas. Resultó ser un confidente del Gobernador General, el general Macías, sustituto de Margallo, que se indignó con lo ocurrido y lo sometió a un Consejo de Guerra en el que fue condenado a muerte y fusilado, siendo disuelta esa guerrilla de la que no formaba parte nuestro héroe, cuya actuación en Cabrerizas fue anterior.
         La llegada de unidades navales y fuerzas del Ejército de Tierra enviadas por el Gobierno consiguió controlar la situación en la zona y firmar con el Sultán un nuevo tratado de paz.

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