viernes, 17 de abril de 2020

Cuando la fiebre amarilla afectó a Mallén


         A raíz de los artículos recientes que hemos dedicado a la fiebre amarilla, D. Guillermo Carranza Alcalde nos ha recordado que esta enfermedad también afectó a Mallén y otras localidades de la comarca, entre otras muchas ciudades españolas.

         Y efectivamente así fue, porque lejos de circunscribirse a lugares remotos el virus llegó a la península ocasionando una enorme mortandad. Y lo hizo a través de Cádiz, en 1800, que en aquellos momentos era el puerto en el que se centraba el comercio con tierras americanas.




         Para que su difusión fuera posible se requería la presencia del mosquito vector y ella se vio favorecida por una serie de circunstancias que hoy denominaríamos un “cambio climático”, dado que tras unos años húmedos el verano de 1800 registró temperaturas seis grados superiores a las del año anterior.

         Fue, a finales de la primera quincena de agosto cuando aparecieron los primeros casos en Cádiz y cerca del 20 % de la población huyó de la ciudad, propagando la epidemia a otras ciudades. Para darnos una idea de la magnitud de la catástrofe el número de fallecidos en Cádiz fue de 7.387 personas, el 10,33 % de la población, mientras que en Sevilla, donde contrajo la enfermedad el 95 % de sus habitantes, ocasionó 16.685 muertes.



         Pero, el virus vino para quedarse y, durante los años siguientes, fue expandiéndose por la península provocando brotes epidémicos en muchas ciudades. La imagen de la enfermedad quedó plasmada en las obras de diversos artistas. La primera que hemos reproducido es la visión que ofreció José Aparicio Inglada (1773-1838) de lo acaecido en Sevilla, mientras que este grabado corresponde a la epidemia en Barcelona. En ambos se refleja la labor llevada a cabo por sacerdotes y religiosos atendiendo a los afectados.



         De lo ocurrido en Mallén nos ha quedado el testimonio del notario D. Vicente Pérez Petinto que, en sus protocolos, incluía cada año una crónica de los hechos más relevantes ocurridos en la ciudad, que dimos a conocer en la obra Crónicas malleneras del notario don Vicente Pérez Petinto. Mallén, 1764-1814, que firmaban Iván Heredia Urzaiz y Guillermo Carranza Alcalde.

         Es en 1802, cuando el notario deja constancia, por vez primera de la aparición de la enfermedad que, en principio, se descarta que sea una “peste” (denominación que incluía entonces a todas las grandes epidemias) como la ocurrida en Sevilla (de la que habían tenido noticia). Los médicos creyeron que se trataba de un recrudecimiento del paludismo habitual (las famosas tercianas), complicado con otras “fiebres de mala especie”. Trataban a los enfermos con “quina, refrescos, caldo de pollo, sangrías, víboras y otras medicinas”, que para nada servían.



         La enfermedad se recrudeció en 1803 y, de manera especial, en 1804. Al principio siguieron negando la evidencia pero, conforme fue creciendo el número de afectados ya se habló de fiebre amarilla, el temido vómito negro que, en 1803, había provocado en Zaragoza más de 1.300 fallecimientos. En Mallén, también los hubo y, sobre todo, una gran necesidad en las familias de los afectados que obligaron al Ayuntamiento a recaudar limosnas para facilitarles alimentos.

         En su crónica de 1804, D. Vicente Pérez Petinto afirma que a finales de ese año, el número de muertes en la villa había sido de 125 personas. Le impresionaba constatar que “los más de los días enterraba a dos o tres adultos”.


         Para entonces, ya se habían tomado medidas de aislamiento, entre las que destacó la creación de un “cordón sanitario” con tropas que, desde Valencia a Jaca, impedían el paso de cualquier persona que no llevara una patente de Sanidad.  A Mallén fueron destacados veinte soldados del Regimiento de Zamora, con un oficial al frente, que estuvieron “bastantes meses”.




         Pero, además, las gentes volvieron sus ojos hacia la Divina Providencia y, en cada localidad, se hicieron rogativas. En Mallén, llevaron desde el convento de franciscanos a la iglesia parroquial a la imagen de la Inmaculada Concepción. Fue el 13 de mayo, cuando el capítulo eclesiástico se desplazó en procesión hasta el convento, acompañado por todas las cofradías y desde allí trajeron la imagen, bajo palio y a hombros de los religiosos del convento.
         Con anterioridad, los vecinos de Mallén se habían encomendado el 20 de enero a San Sebastián, que es Patrono de la villa y protector frente a todo tipo de epidemias, dado que, además, habían transcurrido muchos meses sin que se registrar la más mínima precipitación, por lo que las cosechas se daban por perdidas.
         Llovió y la enfermedad se extinguió en la localidad aquel año, aunque siguió causando estragos en otras partes de España.  Cabría preguntarse sobre lo que ocurrió en Borja pero, del siglo XIX, aún nos queda mucho por estudiar.

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