martes, 3 de mayo de 2022

Triunfal entrada en Santa María

 

         Sin duda, uno de los momentos claves del año en nuestra ciudad y el que siempre está presente en el recuerdo de todos los borjanos ausentes es el de la triunfal entrada de la Virgen de la Peana en la colegiata de Santa María, tras su recorrido por las calles, presidiendo el Rosario de Cristal.

         Tanto interés despierta que, desde hace algún tiempo, se ha instaurado la costumbre de que muchas personas, en lugar de sumarse al recorrido del Rosario, permanecen sentadas en el interior del templo, de manera que cuando llega la procesión no hay sitio para nadie. Otra práctica llamativa es que, en el presbiterio, espacio sagrado reservado como su nombre indica para el clero, se colocan quienes ha participado vistiendo el traje regional.


         Ello plantea problemas a la hora de acomodar a los niños y niñas de Primera Comunión a los que siempre se solía colocar allí. Ni que decir tiene que tampoco se respetan los lugares reservados a la corporación municipal y a los mayordomos.




         Cuando la Virgen aparece por el pórtico, el entusiasmo se desborda y, mientras efectúa su recorrido por el pasillo central de la nave, no cesan los aplausos y los vítores, mientras se desborda la emoción de la multitud congregada entre la que muchas personas intentan grabar ese momento con sus móviles.



         Una vez que el trono de la Virgen fue emplazado dando vista a los fieles, D. Raúl Rivarés cantó, acompañado al órgano y con voz potente, la composición con la que culmina este acto, antes de que quien lo ha presidido se dirija a todos los asistentes.

         En esta ocasión, el párroco D. José María Hernández Becerril apenas podía moverse entre quienes habían “ocupado” el presbiterio, pero aún pudo lanzar el último viva a la Virgen que, por fin, tras un largo paréntesis, había vuelto a nuestras calles.





         Después, como si nos encontráramos en la ermita de Almonte, pudimos presenciar el “salto al trono”, sobre el que se lanzan mayores y niños para conseguir alguna de las flores que lo han adornado, hasta dejarlo completamente despojado de ellas. Mucho nos tememos que, en alguna ocasión, ese afán por llevarse las “flores de la Virgen” se extienda a las ofrendas de la mañana y veamos salir de Santa María a algunos con los ramos y canastillas.






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