Con
motivo de unas obras realizadas hace pocos años, apareció en el convento de
Santa Clara una estancia desconocida que, en la actualidad, hemos tenido la oportunidad
de estudiar, la cual plantea muchos interrogantes.
Adosado
a la cabecera de la iglesia conventual se encuentra el coro bajo, cuya fecha de
edificación acaba de encontrar Alberto Aguilera. Fue terminado en 1692, algo llamativo ya que, desde 1642, habían sido prohibidas este tipo de
construcciones.
Se
trata de un edificio de planta rectangular con muros de mampuesto y fajas de
ladrillo que se cubre con una cubierta a tres aguas. Las tejas fueron
reaprovechadas de una construcción anterior y son vidriadas en colores blanco,
azul, amarillo y verde.
En
el exterior de su cabecera existen tres óculos. En el central estuvo
representada, hasta hace no demasiado
tiempo, la Anunciación.
En
la parte superior, en el ángulo que forma la cabecera del templo con uno de los
lados del crucero, existe un espacio al que se accede por una pequeña ventana.
Como puede apreciarse, la cubierta vierte aquí hacia uno de los lados con
objeto de proteger el muro del crucero.
Y
es en el interior de ese espacio donde se encuentra esta sorprendente estancia
a la que no es posible acceder por ningún otra parte.
Sin
ningún tipo de dudas, es anterior a la construcción del coro bajo. De hecho la
bóveda de éste destruyó el suelo de este espacio que se cubría con una
estructura plana como lo demuestran las huellas de los maderos que aún se
observan bajo el tejado actual.
Las
paredes de la estancia estaban decoradas de acuerdo con un interesante programa
iconográfico del que se han conservado tres escenas. En la que podríamos
considerar central, aunque lo es, se observa una hornacina, parcialmente
cegada, en torno a la cual se dispone una representación que tiene como eje la
figura de un Niño Jesús, con pájaros en torno suyo, de cuya boca sale la frase
“Ego svm lux mundi”. “Yo soy la luz del mundo” (Jn, 8:12). Llama la atención la
representación de las letras en sentido inverso, lo que ocurre en la mayor
parte de las representadas.
A
la derecha de Cristo, se encuentra un grupo de personas con la frase “Beatus
venter qui te portavit”. “Bienaventurado el vientre que te llevó” (Lc. 10:27),
el elogio a la Virgen que le dirigió a Jesús una mujer, según relato del
evangelio de Lucas. Parece representar a las almas de los justos, aunque es
llamativo el hecho de que llevan en sus manos algo como piedras.
Por
el contrario, los situados a su izquierda, aparecen con rostros descompuestos y
la frase “Samaritanus es tu” que corresponde al evangelio de San Juan (Jn 8:48)
cuando los judíos increparon a Jesús preguntando “¿No de decimos bien nosotros
que eres samaritano y que tienes un demonio?”. De ahí que podamos interpretar
que son los condenados los aquí representados.
La
funcionalidad de la hornacina plantea algunas dudas. Dada su ubicación podría
pensarse que era la abertura de una tribuna hacia el presbiterio. Es posible, aunque
en el escaso espacio que se advierte tras el muro que cierra se pueden ver
también pinturas y una frase imposible de interpretar. En este caso, sobre una
mano en actitud de bendecir parece leerse en castellano: “.osa mia. Yo soy tu…”
A
la izquierda de este fresco existe otro en el que está representado un Cristo
yacente que tiene a su lado las figuras de un hombre y de una mujer. Parece
tratarse del momento en el que Cristo es sepultado por José de Arimatea, en
presencia de la Virgen.
La
frase aquí representada es “Vivo ego”, un fragmento tomado del profeta Isaías
49:18 (“vivo ego dicit dominus”) cuya traducción correcta dentro de su contexto
vendría a decir “tan cierto como que yo vivo”.
En
el muro lateral aparece una de las caídas de Jesús camino de la Cruz. También
son muy interesantes las citas utilizadas en la representación.
De la boca de Cristo
sale la frase: “Ego sum vermis”, del salmo 22:7. “Yo soy un gusano, no un
hombre”.
A la izquierda un grupo
de mujeres, entre ellas la Virgen con la frase: “Vadam ad montem myrrhae”
tomada, en este caso, del Cantar de los Cantares (4:6): “Iré al monte de la
mirra, a la colina del incienso”. También se aprecia la imagen del Cirineo e,
incluso, una cartela con la sentencia a la Cruz.
Estamos
por lo tanto, ante el espacio superior
de una edificación anterior al coro bajo, independiente del convento,
adosada al presbiterio de su iglesia y al que tuvo que accederse por una
escalera desaparecida. Cabe preguntarse por la finalidad de la misma. No puede pensarse en que fuera una tribuna desde la que seguir la
Santa Misa, debido a que la construcción del coro bajo es coetánea a la iglesia. Antes de ello, existió en esa zona una enfermería. Mucho más problemático es que fuera la cárcel del convento, pero para llegar a una conclusión acertada es preciso investigar mucho más. Por el momento, queda
constancia de este curioso hallazgo que reúne un interés indudable, tanto desde
el punto de vista artístico como histórico.
Las
fotografías de este artículo, como todas las que entrañan cierto riesgo físico,
han sido realizadas por Enrique Lacleta.
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