La
reciente restauración de una de las alas del claustro de la antigua colegiata
de Santa María ha permitido disfrutar de una nueva visión de este importante
templo y, de manera especial, de la llamada torre del reloj que aquí aparece
reflejada en esta bonita fotografía de Enrique Lacleta.
Esta torre es
especialmente interesante pues fue creciendo a lo largo de las diferentes fases
constructivas que conformaron la arquitectura de la colegiata y, por otra
parte, es un símbolo para nuestra ciudad, como más adelante señalaremos.
La torre actual es
fruto de cuatro fases constructivas. A la primera de ellas corresponde el
cuerpo inferior de sillares de piedra, coetáneo a la iglesia románica que se
levantó a finales del siglo XII. Su acceso está situado a la entrada del
claustro, desde la nave, y se realiza a través de un arco apuntado adovelado
que da paso a una escalera de piedra en torno a un machón central rectangular, con los bordes redondeados.
Como
en todos los edificios de la época, en sus sillares existen marcas de cantero
cuyo estudio está pendiente de ser realizado, lo que podría permitirnos
establecer relaciones con otras obras realizadas en la zona.
En el siglo XV se
construyó la siguiente fase, ya en ladrillo, de planta ligeramente rectangular y características mudéjares que está formada
por dos cuerpos, separados por ménsulas de ladrillos en voladizo. El inferior
es ciego, mientras que el superior presenta en cada uno de sus lados un gran
arco apuntado que alberga otros dos de menor tamaño, también apuntados. Sobre
ellos una franja de ladrillos en esquinilla, sobre la que se abren arcos
apuntados cuyo número es de dos en las caras norte y sur, mientras que en las
correspondientes al este y al oeste se abren cuatro.
La escalera
interior se cubre con esta falsa bóveda formada por aproximación de hiladas de
ladrillo que le dotan de este aspecto que reflejan las fotografías.
En el siglo XVI, se
elevó con dos nuevos cuerpos separados por una franja de ladrillos en esquinilla.
En el inferior se abre un arco de medio punto en cada uno de sus lados,
mientras que el superior es ciego. La obra corrió a cargo del alarife mudéjar
Antón de Veoxa, el mismo que construyó la Casa Consistorial, la Casa de las
Estanca y terminó el claustro.
Finalmente, la última
etapa constructiva corresponde a los últimos años del siglo XVI. Es una obra ya barroca, realizada en ladrillo que tiene un amplio
arco rebajado en cada uno y antepecho con un óculo en su centro. Las jambas se
decoran con paños de ladrillo resaltados y se cubre con chapitel metálico. Esta
intervención, que estuvo a cargo de los albañiles borjanos Atestiel y Ocáriz,
vino motivada porque, en 1591, se había caído parte de la torre y su remate. Se
remata con un chapitel metálico, de época posterior.
Todo el conjunto de la
torre fue restaurado hace unos años y se cambió también el chapitel. Aún más
reciente fue la recuperación de los toques del reloj que le da nombre que
corren a cargo de dos campanas, de las que ya hemos dado cuenta en la serie
dedicada a los campanarios borjanos: La de las horas, también llamada
“Batallón” o de los Credos y la de los cuartos.
A algunas personas les
llamó la atención que, durante la restauración de la torre, se mantuvieran de
esta forma los ladrillos de una de las aristas de la torre. Fue una decisión
acertada, pues corresponde al impacto de uno de los proyectiles de la
artillería austracista que bombardearon la ciudad para doblegar la voluntad de
sus habitantes, fieles a la causa borbónica. Había más, pues los daños fueron
muy grandes, tanto en Santa María como en otros edificios de la ciudad que fue
tomada al asalto el 8 de octubre de 1706. Poco antes, 50 voluntarios bajo el
mando del capitán D. Benito Navarro de Eguí y San Gil habían intentado frenar a
las tropas en el convento de capuchinos, convertido en avanzada de la defensa.
Recordando
esa gesta, el Centro de Estudios Borjanos colocó en ese lugar la placa que aquí
aparece fotografiada, con ocasión del III Centenario de la misma. En aquella
ocasión, también se rezó un responso en Santa María por todos los borjanos que
murieron en el ataque cuyos nombres fueron leídos. Por este motivo, afirmábamos
que la torre es un símbolo para nuestra ciudad a la que, por esa encarnizada
defensa, sin apoyo de fuerzas militares, le concedió Felipe V los títulos de
Ilustre y Fidelísima, añadiendo a sus armas la flor de lis de la dinastía, un
león rampante y la leyenda “Saqueada por ser siempre fidelísima”.
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