La
publicación en un reciente libro del Centro de Estudios Turiasonenses, del que también
nos ocuparemos en un artículo posterior, de la sepultura del obispo D.
Barbastro D. Carlos Muñoz Serrano, nos ha permitido recordar la biografía de
este importante personaje, del que ya nos ocupamos en nuestro Diccionario
Biográfico, por su relación con nuestra ciudad.
Porque su madre fue
Damiana Martínez, una joven borjana perteneciente a una familia de hidalgos que,
hacia 1532, fue seducida por un sacerdote turiasonense, llamado D. Juan Muñoz
de cuya relación nació, en 1533, un niño al que pusieron el nombre de Carlos.
El
padre no era un eclesiástico de segundo rango, ya que pertenecía a una ilustre
familia de Tarazona y había sido encargado por el papa Adriano VI de varias
comisiones delicadas ante el emperador Carlos V, siendo nombrado posteriormente
arcediano de la catedral.
En
contra del proceder de otros sacerdotes que, entonces y posteriormente,
tuvieron que enfrentarse a situaciones semejantes, no abandonó al niño y
decidió asumir personalmente su educación.
Cuando
cumplió los ocho años le hizo recibir la tonsura que, en aquellos momentos,
representaba el primer paso dentro de la carrera clerical, quedando sometido al
fueron eclesiástico.
A
los 14 años lo mandó a la Universidad de Salamanca, la más prestigiosa de la
época, para que cursara estudios de Derecho y, posteriormente, pasó a la de
Huesca, donde se graduó como Doctor en Derecho Civil y Canónico, en 1558. Tres
años después, fue ordenado subdiácono por el arzobispo de Zaragoza, D. Hernando
de Aragón, hijo del arzobispo Alonso de Aragón y nieto bastardo de rey Fernando
el Católico. D. Hernando fue promovido a la sede cesaraugustana en 1539 y su huella
permanece viva en el monasterio de Veruela, pues sus armas aparecen, junto a
las de su sucesor el abad Lupo Marco, en muchas de las obras emprendidas
durante aquellos años.
Quizás,
influido por su propia condición, concedió las licencias oportunas para que el
joven Carlos pudiera ser ordenado sacerdote, algo que le estaba vedado por el
hecho de ser hijo ilegítimo.
En
aquellos momentos ya era considerado un brillante jurista, lo que permitió
desempeñar la cátedra de ambos Derechos en la Universidad de Huesca, de la que
llegó a ser Rector. Pero, su carrera académica quedó interrumpida cuando, en
1565, decidió optar a la plaza de Canónigo Doctoral de la catedral de Tarazona,
la cual logró al quedar en primer lugar en las oposiciones convocadas al
efecto. El cargo de Canónigo Doctoral era uno de los más importantes dentro de
los cabildos catedralicios y a él sólo podían optar personas expertas ya que
eran los encargados de asumir la defensa de los derechos capitulares en los
procesos entablados. Poco después fue nombrado Vicario General del arcedianado
de Calatayud y también le fueron encomendados otros importantes cometidos
dentro de la diócesis.
Sin
embargo, su vida experimentó un nuevo giro a raíz de los problemas planteados
por los protestantes en el norte de Aragón. En aquellos momentos, la herejía
fuertemente implantada en el sur de Francia amenazaba con extenderse al otro
lado de los Pirineos, por lo que el rey Felipe II que ya había mostrado su
decidido apoyo a la causa católica en el vecino país, consideró necesario el
restablecimiento de los obispados de Jaca y Barbastro para hacer frente a lo
que era considerado como un peligroso contagio.
Atendiendo
a las peticiones del monarca español, el papa San Pío V, tras vencer las
reticencias de algunos miembros de la corte papal, decidió crear una comisión
para que analizara detenidamente la cuestión. De ella formaron parte dos
prestigiosos expertos, el arcediano de Orihuela D. Guillén Juan de Brusca y D.
Carlos Muñoz Alonso. El trabajo realizado fue tan minucioso que, finalmente, el
Papa decidió restablecer el 18 de junio de 1571 la diócesis de Barbastro.
Para
Felipe II, esta decisión constituyó un triunfo y, por este motivo, decidió
recompensar a nuestro protagonista que acababa de ser ordenado presbítero en
1570, asignándole nuevas funciones de singular importancia, entre ellas la de
Regente en el Consejo Supremo de Aragón. Finalmente, en 1595 fue presentado por
el rey para el obispado de Barbastro, siendo ordenado el 24 de octubre de 1596.
Durante su pontificado,
que fue el tercero de la restablecida diócesis, destacó por su piedad y por su
munificencia. Realizó numerosas obras en su catedral, destacando la terminación
del retablo mayor y la sacristía. Reformó
la Universidad de Huesca y visitó numerosas localidades de su diócesis, a pesar
de las enfermedades que le aquejaron durante sus últimos años que le obligaban
a desplazarse en una silla de manos.
En
su labor pastoral contó con el apoyo del borjano D. Juan Carlos Alberite al que
legó su espléndida biblioteca de más de 480 volúmenes de Derecho, tras su fallecimiento
acaecido el 14 de marzo de 1604. En su testamento también dejó 50 libras al
Hospital Sancti Spiritus de Borja.
Sus
restos recibieron sepultura en su catedral, donde el cabildo mandó poner una
lápida en la que se leía: “Éste es el que erigió esta iglesia en catedral”,
junto reconocimiento a un gran prelado en cuya formación resultó decisiva la
labor de su padre, redimido de esta forma del pecado cometido con su madre, del
que siempre se arrepintió.
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