San
Constancio de Perugia (siglo II). Según la tradición fue el
primer obispo de Perugia, elegido a temprana edad. Se distinguió en su
dedicación a los pobres, siendo detenido durante la persecución de Antonino Pío
o, más probablemente, durante la de Decio. En cualquier caso, los autores
coinciden en señalar que su martirio tuvo lugar en Foligno. Es uno de los
patrones de la ciudad cuya sede episcopal rigió.
Santos Sarbelio y Bebaia (siglo III). Como
ocurre con otros antiguos mártires orientales, no tenemos datos precisos sobre
la vida de estos hermanos que, al parecer, murieron durante la persecución de
Decio. Según la tradición Sarbelio era un sacerdote pagano que, junto con su
hermana Bebaia, fue bautizado por el obispo San Barsimeo y ordenado presbítero.
Detenidos junto con el obispo, fueron martirizados en la ciudad de Edesa.
Santos
Papías y Mauro (siglo III). Aunque su culto está
atestiguado desde antiguo, tampoco son precisos los datos que existen sobre
estos dos mártires que, según la tradición, eran soldados romanos que se
convirtieron al presenciar la entereza de otros cristianos al ser torturados.
Detenidos durante la persecución de Decio, murieron tras padecer diversos
tormentos.
Santos
Juventino y Maximino (siglo IV). Ambos eran soldados y
pertenecían a una de las cohortes de la guardia imperial de Juliano el
Apóstata. Durante la campaña emprendida por este emperador contra los persas,
se manifestaron en contra de las medidas dictadas contra los cristianos y,
conducidos ante Juliano se reafirmaron en su fe, siendo decapitados en la
ciudad de Antioquía, hacia el año 362.
San
Valerio de Tréveris (siglo IV). Citado como segundo obispo
de Tréveris, no se conocen datos de su vida, aunque en torno al mismo se creó
la leyenda de que era uno de los 72 varones apostólicos que cita el evangelio
de San Lucas, algo completamente imposible.
San Afraates (siglo IV). De origen
persa, se convirtió al Cristianismo visitando la cueva de Belén. Se estableció
en la ciudad de Edesa, viviendo aislado en las afueras de la ciudad.
Posteriormente, marchó a un monasterio de Antioquía de Siria, cerca de la
actual ciudad de Mosul, donde adquirió fama de santidad. Autor de diversos
tratados, fue un ardiente defensor de la ortodoxia frente a la herejía arriana.
Considerado el padre la Iglesia de Siria, murió a mediados del siglo IV,
dejando una importante colección de escritos.
San
Gildas el Sabio (siglo VI). Nacido en una localidad ribereña del río
Clyde (Gran Bretaña) a finales del siglo V, pertenecía a una familia noble y se
educó en el monasterio de Llaniltud Fawr (Gales), siendo ordenado sacerdote en
el año 518. Recorrió la isla predicando hasta que fue llamado a Irlanda para
continuar la labor evangelizadora en aquellos territorios. Deseando vivir como
eremita, pasó a Francia y se estableció en el pequeño islote de Houalt, frente
a la costa de Bretaña, desde donde se difundió su fama de santidad, acudiendo
numerosos discípulos, por lo que tuvo que fundar un monasterio en la península
de Rhuys, frente a su refugio. Tras un nuevo viaje a Irlanda, falleció el 29 de
enero de 570, en el monasterio que había fundado. Fue conocido con el apelativo
de “el sabio”, por las obras que escribió.
San Sulpicio Severo (siglo VI). Su
existencia está atestiguada por el elogio que del mismo escribió San Gregorio
de Tours que lo conoció personalmente. Fue consagrado obispo de Bourges
(Francia) el año 584 y, al año siguiente, asistió al concilio de Maçon. Él
mismo convocó un sínodo algunos años después. El sobrenombre de Severo se le
asignó mucho más tarde para distinguirlo de otro obispo posterior de esa sede
que se llamaba Sulpicio Pío. Pero esa circunstancia ha hecho que se le
confunda, con frecuencia, con el escritor Sulpicio Severo, del siglo V, e
incluso su iconografía, con un libro parece ser fruto de esa misma confusión.
Beata
Villana de Bottis (siglo XIV). Nacida en Florencia, en
1332, era hija de Andrea di Messer Lapo delle Botti, un rico mercader de la
ciudad. Siendo joven, contrajo matrimonio con Rosso di Piero di Stefano
Benintendi, otro acaudalado joven que la introdujo en el ambiente mundano que,
en aquellos momentos, se vivía en Florencia. Según la tradición, un día
mientras se arreglaba para una fiesta tuvo una terrorífica visión a través del
espejo y, tras pedir consejo a los dominicos del convento de Santa María Novella, decidió cambiar de vida.
Se hizo terciaria dominica y se entregó por completo a la oración y la penitencia,
logrando convertir a su padre y a su esposo. Falleció el 29 de enero de 1360,
antes de cumplir los 30 años, siendo expuesto su cuerpo a la veneración de los
fieles durante varios días. Su culto fue confirmado por León XIII en 1824.
Beato Bronislaw Markiewicz (siglo XIX). Nacido en Pruchnik
(Polonia) el 13 de julio de 1842, era hijo del alcalde de esa ciudad. Tras una
crisis de fe, durante su adolescencia, al cumplir los 21 años ingresó en el
seminario de Przemyśl, siendo ordenado sacerdote en 1867. Tras ejercer su
ministerio pastoral en una parroquia y como vicario de la catedral de Przemyśl,
cursó estudios en universidad de Juan y en la Jagellónica de Cracovia. No llegó a graduarse,
retornando a la diócesis como párroco, hasta que en 1885 viajó a Roma, donde
conoció a San Juan Bosco, ingresando en su congregación. De vuelta a Polonia,
fundó varias casas para acoger a niños abandonados. Al morir Don Bosco, se
enfrentó a su sucesor, debido a la decisión de admitir en los colegios
salesianos a hijos de familias acomodadas. Tras abandonar el Instituto
Salesiano, decidió fundar una nueva congregación que, siguiendo el carisma
inicial de San Juan Bosco, puso bajo la advocación de San Miguel. La oposición
de su obispo le impidió llegar a conocer el reconocimiento de su obra, que ya
había alcanzado gran difusión, dado que murió el 29 de enero de 1912. Sin
embargo, el empeño personal del obispo de Cracovia, Adam Stephan Sapieha, hizo
posible la erección canónica de la Congregación de San Miguel Arcángel en 1921,
y un año después la de la rama femenina. Fue beatificado en 2005.
Beata
Boleslava María Lament (siglo XX). Nacida en Łowicz
(Polonia) el 3 de julio de 1862, en el seno de una familia de artesanos. Cursó
los estudios de Magisterio y ejerció como maestra en Varsovia, donde ingresó en
la Tercera Orden de San Francisco, organizando con otras compañeras refugios
para personas sin techo. Más tarde se
estableció en Mogilev (Bielorrusia) donde fundó la congregación de Misioneras
de la Sagrada Familia, dedicada a la educación de la juventud y la atención a
los pobres. Residió también en San Petersburgo cuando su obra había
experimentado ya una notable difusión. El desencadenamiento de la revolución
rusa supuso un grave revés que soportó con entereza, al igual que la grave
enfermedad que padeció en los últimos años de su vida, a consecuencia de la
cual quedó paralítica. Falleció en Bialystok el 29 de enero de 1946, siendo
beatificada por San Juan Pablo II en 1991.
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