De
María Domínguez nos hemos ocupado en varias ocasiones, señalando algunos
aspectos de su trayectoria personal que, en nuestra opinión, no se ajustaban
estrictamente a la verdad.
Hoy
queremos hacer alusión a su labor como publicista, puesta de manifiesto a través
de las conferencias que pronunció y los artículos que escribió para distintos
medios de comunicación, entre ellos el semanario de la UGT Vida Nueva, que ahora pueden ser consultados en red, a través de la
página de la Institución “Fernando el Católico”, tras haber sido digitalizada
toda la colección de la revista.
En ella
María Domínguez insertó varios artículos. El primero apareció en el nº 3 de esa
publicación, el 18 de mayo de 1930. Era una crónica de la conferencia
pronunciada por Manuel Albar en Gallur, en la que, entre otras cosas exhortaba a
los jóvenes para que “se aparten de las tabernas y busquen en la organización,
la Cultura que ha de elevarlos a un plano mayor de moralidad”.
A la
semana siguiente publicaba un artículo titulado “¡Despierta… mujer!”, en el que
proclamaba que el socialismo es “la única religión que no adora dioses falsos”
y utilizando una terminología de claras resonancias religiosas señalaba que “ya
tiene Gallur el templo social que ha de forjar los espíritus, eliminando, por
medio de la Cultura, todos los vicios que la taberna y la corrupción han
esclavizado al hombre trabajador, alejándolo e inutilizándolo como ser
consciente”. Por eso, “todos los hombres
de buena voluntad van llevando grano a grano la arena que ha de construir la
colosal pirámide, en cuya cima ha de tremolar la roja enseña de nuestra redención”.
Siete
días después vuelve de nuevo a insertar un nuevo trabajo en el que con el
título “¡Alerta, galluranos!”, crítica con extraordinaria crudeza el intento
del Ayuntamiento de esa localidad de crear una sociedad benéfica, para terminar
afirmando “Es muy cómodo llamarse católico, apostólico y romano y no cumplir
ninguno de los preceptos que el verdadero cristiano debe practicar. Pero no; no
se cansen esos señores y esas aristocráticas señoras de bolso y rosario. El
pueblo de Gallur les conoce bien y sabrá apreciar el mérito de su labor. ¡Alerta,
galluranos! ¡Fuera hipocresías! Nosotros queremos trabajo, pero no limosna”.
Quizá,
el artículo más conocido, pues ha sido reproducido en otras ocasiones es el que
publicó el 27 de julio de 1930, dedicado a “Manuela Pradilla”, una anciana de
Fuendejalón, ferviente partidaria de la República que acababa de perder a su
nuera, Ambrosia Zueco, viuda de su hijo Ángel ya fallecido, que era el único
consuelo que le quedaba. Manuela Pradilla esperaba pacientemente su propia
muerte, manifestando el deseo de que “en su féretro no se ponga otra cosa que
los retratos de Joaquín Costa y Pablo Iglesias” y en su lápida una escueta
inscripción: “Manuela Pradilla. ¡Viva la República!”.
El 10
de agosto de 1930 apareció una crónica de una acto de adhesión y camaradería
con los amigos de Cinco Villas, firmada por ella y el 31 de ese mismo mes un
cuento “La escuela y el libro”, en el que vuelve a resaltar la importancia de
la Cultura y de la labor del maestro en la formación de los jóvenes.
Es
curioso que la labor de María Domínguez se prodigue en los estertores de la
monarquía y, más tarde, su nombre solamente vuelva a aparecer a raíz de la
polémica mantenida con sus compañeros de la UGT que la criticaron con dureza,
como comentaremos en otra ocasión.
Hoy
queremos detenernos en un sorprendente artículo publicado el 6 de julio de
1930, con el título de “Errores sociales”, sobre cuyo contenido no creemos que
se haya efectuado ningún comentario a la hora de glosar la figura de María
Domínguez.
Sin
embargo, lo que allí se manifiesta es de gran importancia para conocer una
faceta de su pensamiento que, por otra parte, hay que enmarcarlo en el contexto
de la época. Al hilo de unas conferencias pronunciadas en el Centro de la UGT
de Zaragoza, en 1930, por el Dr. D. José Algora (por cierto, nacido en Magallón
y Diputado en las Cortes Constituyentes de 1931, por el Partido Socialista),
María Domínguez se adscribe a las tesis defendidas por el ilustre médico
magallonero, lamentando “que la Iglesia se oponga a que se haga luz sobre tema
tan importante como es la Eugenesia”.
Prosigue
afirmando que, con ella, “la raza puede alcanzar un máximun de perfección,
eliminando de la sociedad a los seres que, mediante un concienzudo examen, se
comprobase que no reunían las condiciones necesarias para procrear” y, de esta
forma, “la humanidad ganaría en ello; la tuberculosis y otras enfermedades
similares que nos aquejan disminuirían”.
Pero,
como insiste María, “la Iglesia se opone a esta reforma que en nuestro Código
debiera ya estar con otra no menos digna de atención y estudio”, porque ella
llega más lejos y propone la exigencia a todas las personas que vayan a
contraer matrimonio de “un certificado prenupcial de todos sus valores morales
y materiales”.
Decíamos
que estas opiniones había que situarlas en el marco de la época, pues las teorías eugenésicas se llevaron a la
práctica en el III Reich, con resultados bien conocidos que, en ese caso,
suelen suscitar general repulsa.
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