En la
noche del 1 al 2 de julio de 1888, los inquilinos del nº 109 de la calle
Fuencarral de Madrid oyeron gritos en una de las viviendas de la que salía una
densa humareda. Personado el juzgado de guardia pudo comprobarse que en el
interior se encontraba muerta y con el cuerpo parcialmente calcinado la
propietaria del piso Dª. Luciana Borcino, y tendida inconsciente en la cocina
otra mujer, junto a un perro drogado. El suceso conmocionó a la opinión
pública, así como el proceso al que dio lugar, convirtiéndose en un
acontecimiento mediático por las circunstancias que lo rodearon.
Veamos
quienes fueron los protagonistas de este trágico acontecimiento. Por un lado,
la víctima, una dama viuda de 50 años de edad, poseedora de una gran fortuna,
calificada como “un poco extravagante, medrosa y avara” que vivía en la citada
calle Fuencarral, en compañía de su hijo José Vázquez Varela, de 23 años de
edad, con el que mantenía frecuentes disputas por la irregular conducta del
joven que, en ocasiones, había llegado a maltratar a la madre. En el momento
del crimen, cumplía condena en la cárcel Modelo por haber robado una capa en un
conocido café de Madrid.
Por
otro lado, estaba Higinia Balaguer Ostalé, nacida en Ainzón en 1860, que seis
días antes del crimen había sido contratada como asistenta por la víctima. Higinia
era descrita como una mujer “alta, desgarbada, de color quebrado, ojos negros
muy vivos y rasgos duros”. Para que nada faltase en este complicado folletín,
había vivido amancebada con un personaje de mala catadura que regentaba un
puesto de bebidas frente a la propia cárcel Modelo y, cuando este individuo
falleció, pasó a servir como criada en la casa del Director accidental de la
cárcel D. José Millán Astray que, curiosamente, fue quien la recomendó para que
se colocara en la casa de la calle Fuencarral.
En un
principio, Higinia manifestó ante el juez que su señora había sido asesinada
por dos personas, pero su confusa declaración y la posibilidad de que el robo
hubiera sido el móvil del crimen, fueron determinantes a la hora de decretar su
prisión incomunicada.
El
caso experimentó un cambio radical cuando, el director de la cárcel pidió
entrevistarse con ella, a lo que accedió el juez encargado de la causa, a pesar
de la incomunicación dictada. Tras la visita de D. José Millán Astray, Higinia
se autoinculpó del crimen, alegando que se había producido en un momento de
ofuscación, después de una discusión provocada por la rotura de un jarrón.
Pero, poco después, acusó a su amiga Dolores Ávila de ser la autora. La cosa se
fue complicando porque, a raíz de una nueva entrevista con el director de la
cárcel, volvió a modificar su testimonio acusando al hijo de la víctima. Es
cierto que, en aquellos momentos, se encontraba detenido en la cárcel, pero
numerosas personas atestiguaron que era frecuente verlo por las calles de
Madrid, lo que indudablemente requería la colaboración de D. José Millán
Astray. Por ello, el juez decidió proceder a un careo de la acusada con el
hijo, en el transcurso del cual Higinia le acusó claramente de ser el autor,
con la colaboración del director de la cárcel. Lógicamente, estas noticias
provocaron un auténtico revuelo en la opinión pública y dieron lugar a
numerosos reportajes aparecidos en los diferentes medios de comunicación.
Se
llegó así a la vista oral, que dio comienzo el 26 de marzo de 1889, haciéndose
cargo de la defensa de Higinia D. Nicolás Salmerón, uno de los Presidentes de
la Primera República que, como se recordará, había dimitido por negarse a
ratificar una sentencia de muerte.
En
este caso fue la primera vez en el que se ejerció la acción popular en un
procedimiento penal, corriendo a cargo de D. Francisco Silvela (que llegó a ser
Presidente del Consejo de Ministros) y, tras su renuncia, por D. Joaquín Ruiz
Jiménez. Todos ellos personajes destacados de la vida nacional, incluyendo uno de los encausados, pues era el padre del futuro general Millán Astray.
En la
vista, Higinia volvió a cambiar su testimonio y, al final, fue condenada a
muerte por el delito de robo con homicidio y a 18 años de reclusión por
incendio. A Dolores Ávila la condenaron, como cómplice de un delito de
homicidio, a 18 años de reclusión mayor, mientras que el hijo de la fallecida y
D. José Millán Astray fueron absueltos.
La
sentencia provocó el rechazo de la opinión pública, por considerar poco
convincentes las pruebas aportadas y aspectos que no fueron tomados en
consideración, como el que perro estuviera drogado, la forma como se perpetró
el crimen, la presencia de varias colillas en el escenario del mismo, la
ausencia del arma homicida, las huellas aparecidas, la extraordinaria fuerza de
que hizo gala el agresor, el destino de los 14.000 duros y alhajas que fueron sustraídos,
así como otros muchos detalles que siguen rodeando de misterio este crimen.
Tras
serle denegado el indulto por D. Antonio Cánovas, Presidente del Consejo de
Ministros, parece ser que la Reina Regente quiso ejercer el Derecho de Gracia,
pero fue presionada para que no lo hiciera.
Finalmente,
el 18 de abril de abril de 1890, Higinia fue trasladada desde la cárcel de
mujeres a la cárcel Modelo, en cuyo patio se preparó el patíbulo para su
ejecución. Allí se confesó con el párroco de San Ildefonso y el médico de la
prisión le administró unos tranquilizantes. Cenó una sopa de fideos, un poco de
merluza y unas guindas en almíbar, siendo conducida a las cuatro de la mañana
del 19 de abril, al lugar de la ejecución, donde se habían congregado varias
personas, entre las que se encontraba el duque de Alba, Alcalde de Madrid y la
famosa escritora Dª. Emilia Pardo Bazán.
La
ejecución por garrote vil fue muy rápida y su cadáver, tras permanecer expuesto
durante nueve horas, como era obligatorio, recibió sepultura en el cementerio
del Este. Cumpliendo sus últimas voluntades, las 136 pesetas que constituían
todos sus ahorros fueron distribuidas así: 34 pesetas al Pilar de Zaragoza para
sufragios por su alma y las restantes a la iglesia parroquial de Ainzón para
misas por su padre (56 pesetas) y por su tío Elías, hermano de su padre (46
pesetas).
Así
terminó la vida de esta joven ainzonera que fue la última mujer ejecutada
públicamente en España y cuya figura despertó la atención de destacados
escritores, como D. Benito Pérez Galdós, que siguió con atención el juicio y
publicó una obra sobre el crimen.
O
romances, como el de esta supuesta carta de despedida en la que hace alusión a
su pueblo natal, reimpreso en diferentes lugares. El ejemplar de la imagen lo
fue en Oviedo.
En
1981, fue rodado uno de los capítulos de la serie de TVE “La huella del crimen”,
dedicado al crimen de la calle de Fuencarral, en el que la actriz Carmen Maura,
interpretaba el papel de Higinia Balaguer.
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