El Periódico de Aragón que, por cierto,
ha mejorado sensiblemente su información regional, incluía días pasados algunas
noticias que nos invitaban a reflexionar.
La primera a la que queremos hacer referencia no era, en realidad, una noticia, sino un artículo de opinión de Iván Trigo en el que, con el título “Las lianas de la ciudad”, comentaba el feo aspecto que ofrecen, en muchas calles de Zaragoza, las marañas de cables del suministro eléctrico.
El
articulista señalaba que esa ciudad es una de las que cuentan con más cables
soterrados, pero aún quedan 1.607 kilómetros de cables aéreos. Hacerlos
desaparecer, afirmaba, es un problema complejo y caro, para el que se requiere
la colaboración del Ayuntamiento, de las empresas eléctricas y de las
comunidades de vecinos.
En diversas ocasiones
hemos llamado la atención sobre la situación en nuestra ciudad, donde también
se han soterrado cables, aunque debería haberse avanzado más en esa línea, dado
que por tratarse de un Conjunto Histórico Artístico, lo impone la normativa.
Pero,
lo que más nos ha preocupado siempre es la forma en la que realizan esos
tendidos, tanto eléctricos, como telefónicos y, más recientemente, de fibra
óptica. No es sólo que se lleven a cabo de forma descuidada con apenas
elementos de sujeción a las fachadas, sino que los encargados de realizarlos no
dudan en destruir elementos decorativos de las mismas para facilitar su tarea.
Basta contemplar lo ocurrido en la plaza de las Canales o en la de Santa María
para comprender a lo que nos referimos.
Y
hablando de cascos antiguos, nos ha llamado la atención la información sobre la
aprobación de un Plan Estratégico del Casco Histórico de Tarazona, con la
creación de una oficina de planificación urbana, desde la que se analizarán los
problemas de esa zona y sobre las soluciones para su rehabilitación y
dinamización.
El
problema de los cascos antiguos no es exclusivo de Tarazona, sino que afecta a
muchas ciudades, entre otras la nuestra, en donde han sido abandonados
progresivamente por sus habitantes, convirtiéndolos en zonas degradadas.
Revertir
esa situación debe constituir un objetivo prioritario, dado que los cascos
constituyen una de las principales señas de identidad de esas localidades.
Pero, para ello, se requiere buenas dosis de imaginación y la colaboración de
especialistas, así como la aprobación de los adecuados instrumentos legales,
obligatorios en el caso de los declarados BIC, que inexplicablemente permanece
bloqueada “sine die”.
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