De los cuatro conventos de religiosos que había en Borja hasta la Desamortización, el de dominicos era el que contaba con una comunidad más reducida. De acuerdo con los datos recabados en 1835, cuando fueron obligados a abandonarlo, había entonces cuatro sacerdotes, un corista y tres legos. En total 8 frailes.
Una vez más, el general Nogués en sus Aventuras
y desventuras de un soldado viejo natural de Borja, publicadas en 1897, nos
ofrece una visión de lo que ocurría en ese convento durante sus últimos años, bastante
exagerada como era habitual en él, dado que su interés se centraba más en el
relato, con su habitual humor, de anécdotas y sucedidos acaecidos muchos antes
y que, sin duda, había oído relatar a otras personas.
En aquel convento que se ha conservado
en buena parte, aunque otra fue demolida, como muestra esta imagen conservada
en el archivo del Centro, contaba el general Nogués que vivía un lego que
desempeñaba los cometidos de cocinero y sacristán. Se llamaba Fray Frutos,
aunque por su rudo carácter era conocido como “Fray Brutos”.
Las pendencias del cocinero con el prior eran
frecuentes. Un día, tras recibir alguna reconvención, por parte del superior,
le respondió: “Cualquier día de estos le destituyo”. Ante semejante salida, el
prior le indicó que eso era imposible. Sin amilanarse, Fray Frutos le dijo:
“¡Que no! Me voy del convento y se queda sin mando”. Según Nogués, la comunidad
no contaba ya con más miembros que los dos citados, lo cual como hemos visto al
inicio de este artículo no era cierto pues estaba compuesta por ocho frailes,
pero el chascarrillo del general tiene gracia.
Del convento quedó la iglesia, reconvertida ahora en
Auditorio y el claustro, incorporado al Colegio Público, pero la huerta se
vendió y en ella se construyeron las casas que delimitan, por uno de sus lados,
la calle Moncayo.
Hasta su enajenación, el Ayuntamiento que se había hecho con
la propiedad del convento, encargó de la huerta, según relata el general Nogués,
al tío Peladillo, que tenía dos hijas, conocidas como “las peladillas”, que
eran dos aguerridas mozas, famosas por su condición de “liberalas”, en señal de
lo cual lucían cintas azules en los collares, color que distinguía a los
“cristinos” (partidarios de la reina María Cristina, frente a los carlistas).
Las dos jóvenes recorrían el convento en busca del supuesto
“tesoro” que habían escondido los frailes antes de su marcha. No tuvieron éxito
en su incansable búsqueda, llevado a cabo con tesón y cierta “honradez”, pues
dice Nogués que nunca pensaron en apropiárselo, sin contar con la real
aquiescencia, pues esperaban que la reina accediera a regalarles el “tesoro” de
los frailes con tanta insistencia buscado. Ni que decir tiene que esta anécdota
no le gustaba demasiado a nuestro compañero Leandro José Galindo Escolano, con
quien muchas veces la comentábamos, pues quizás hubiera podido disfrutar de aquel
fabuloso tesoro que sólo existía en la imaginación de las dos “peladillas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario