España pudo haberse convertido en miembro de ese reducido grupo de países dotados de armamento nuclear, gracias a un proyecto, calificado de máximo secreto, en el que participaron dos personas relacionadas con nuestra ciudad, con una de las cuales llegamos a hablar de esta cuestión, aunque siempre mantuvo una extrema reserva, al igual que el reducido grupo de científicos implicados en el desarrollo de lo que iba a ser la bomba atómica española, por lo que la información disponible sigue siendo limitada, a pesar de lo cual queremos hoy ofrecer una síntesis de lo que, para muchos, puede constituir una sorpresa.
En diciembre de 1958, el Jefe del
Estado inauguró el Centro de Energía Nuclear “Juan Vigón” que acaba de ser
construido en la Ciudad Universitaria de Madrid. A la derecha de la imagen,
ofreciendo las correspondientes explicaciones, se encuentra D. José María Otero
Navascués que era el Presidente de la Junta de Energía Nuclear.
El Centro de la Ciudad Universitaria
disponía del primer reactor nuclear de España, cuya puesta en marcha fue
posible merced a la cooperación de los Estados Unidos, en el marco del programa
“Átomos para la Paz” con el que pretendía compartir sus conocimientos sobre la
energía atómica con otros países, aunque siempre con fines civiles.
El que luego fue Contralmirante Ingeniero
de la Armada D. José María Otero Navascués, de cuya relación con Borja ya hemos
hablado en otros artículos, ha sido calificado como “un hombre bueno y sabio”
y, desde luego, el padre de la energía nuclear en España.
A él le encomendó, en 1963, el Teniente
General Muñoz Grandes la delicada misión de estudiar la posibilidad de que
España llegara a contar con armamento atómico. Muñoz Grandes, acababa de ser nombrado
Vicepresidente del Gobierno y, hasta ese momento, había estado al frente del
Alto Estado Mayor, desde donde se venía insistiendo en la conveniencia de
contar con una fuerza de disuasión propia, en parte condicionada por la
situación en Marruecos.
Para ello recurrió al que entonces era
un comandante de Aviación, D. Guillermo Velarde Pinacho que, más tarde, alcanzó
el empleo de General de División y fue catedrático de Física Nuclear en la Escuela
Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. En la segunda imagen
aparece, el tercero por la izquierda, en aquellos años junto a D. José María
Otero.
Era uno de los jóvenes científicos que,
como el ilustre borjano D. Carlos Sánchez del Río, Otero Navascués había enviado
al extranjero para que se formaran en Física Nuclear. Estuvo en la Pennsylvania
State University y después en Atomic International de California, siendo sin
duda una de las mentes más preclaras que ha dado España en esta materia.
Bajo su dirección se puso en marcha el
proyecto encaminado a estudiar todo lo relacionado con la fabricación de una
bomba atómica española, al que se puso el pintoresco nombre de “Islero”, en
alusión al toro que había matado a Manolete. Aún se discute si la idea fue de
Otero Navascués o del propio Velarde, pero en lo que suele haber coincidencia
era en que guardaba relación con la posibilidad de ser “corneados”, por una u
otra parte.
El estudio concluyó descartando la
posibilidad de utilizar uranio enriquecido, por su alto coste y la imposibilidad
de obtenerlo, decantándose por el plutonio que como elemento residual podía obtenerse
de una central nuclear y, en esa época, se habían iniciado las negociaciones
para la construcción de la primera que fue la de Vandellós I, gracias al apoyo
que siempre dispensó al proyecto el general De Gaulle que, en teoría, aspiraba
a una fuerza de disuasión europea ajena a la norteamericana.
Velarde comenzó a trabajar intensamente
en el proyecto del que, según sus propias declaraciones, sólo conocían su
alcance Otero Navascués y él mismo, además del Jefe del Estado, de Muñoz Grandes
y muy personas más.
Pero un trabajo de esas características
requiere la colaboración de otros científicos y ahí entraron a participar
varios de los que estaban vinculados a la Junta de Energía Nuclear.
Concretamente, D. Carlos Sánchez del Río Sierra, Director de la División de
Fusión. También, el matemático D. Tomás Iglesias Garrido, Director del Centro
de Cálculo; D. José Carlos Romero, responsable de la División de Electrónica y
D. Francisco Aguilar Bartolomé, entonces comandante del Cuerpo de Ingenieros de
Armamento y el mejor especialista español en explosivos. A ninguno de ellos se
le había revelado el alcance y fin de su colaboración, pero es absurdo
pretender que, en ningún momento, se percataran de ello.
Pero, el impulso definitivo al proyecto
vino dado por un acontecimiento fortuito que vino a demostrar la capacidad y sagacidad
de su responsable Guillermo Velarde.
El 17 de enero de 1966, un bombardero estratégico B-52 de
la USAF, cargado con cuatro bombas termonucleares, colisionó sobre la vertical
de Palomares con un avión nodriza KC-135, cargado con 110 000 litros de
combustible y procedente de la base de Morón, del que estaba repostando en su vuelo
de regreso a la base turca de la que había salido.
Tres de las bombas cayeron en tierra y
fueron inmediatamente recuperadas, pero la cuarta se perdió en el mar y dio
lugar a un impresionante despliegue de unidades navales para localizarla, antes
de que pudiera caer en poder de otros países. Fueron 80 angustiosos días que
concitaron la atención internacional, antes de que los técnicos americanos decidieran
hacer caso a un pescador, Francisco Simó “Paco el de la bomba” que, desde el
primer momento, había señalado el lugar en el que la vio caer. Fue rescatada finalmente
por el submarino Alvin. En la primera de las fotos, dos de aquellas bombas que
hoy se exponen en el Museo Nacional de Ciencia e Historia Nuclear de
Albuquerque (Nuevo México). En la segunda, la “bomba de Paco” tras su rescate.
En una España cuya principal fuente de
ingresos procedía del sector turístico, el accidente de Palomares podía tener
una gran repercusión. Por ello, mientras los americanos negaban que hubiera habido
ningún tipo de contaminación (lo que no era cierto), el ministro de Información
y Turismo no dudó en bañarse en la playa de Palomares, acompañado por el
embajador de Estados Unidos, para demostrar que no había ningún peligro. Su “triunfal”
imagen recorrió todo el mundo y lo cierto es que surtió efecto.
Pero, mientras los focos de atención
estaban centrados en el “super ministro”, Otero Navascués, siguiendo las indicaciones
de D. Agustín Muñoz Grandes, envió a la zona al comandante Velarde (segundo por
la derecha) para que analizara lo ocurrido.
Pero, antes de que se percataran los
americanos, Velarde pudo analizar las bombas recuperadas y percatarse del
mecanismo por el que una bomba de fisión se convierte en otra de fusión. Le
había llamado la atención la presencia de un material negro y espumoso pegado a
las piedras del lugar donde habían caído las bombas. A través del mismo llegó a
desentrañar el llamado proceso o mecanismo de Ulam-Teller, imprescindible para
el funcionamiento de una bomba termonuclear.
Para ello se utiliza una bomba de fisión, como iniciadora,
que es la que provoca la detonación de la de fusión, que tiene un núcleo de
plutonio, recubierto de uranio 238 y una espuma de poliestireno. Esta última es
la que facilita las altas temperaturas necesarias para el proceso y eso era lo
que había visto adherido al terreno.
En aquellos momentos, el proceso Ulam-Teller era uno de los
mayores secretos relacionado con este tipo de armamentos y muy pronto al CIA llegó
a saber que España lo había desentrañado, adquiriendo la capacidad de disponer
de bombas termonucleares.
Cuando Velarde se entrevista con el Jefe del Estado, para
comunicarle los avances del proyecto se encuentra con la orden de paralizar su
desarrollo, ante el temor de las sanciones económicas que podía derivarse en el
caso, muy probable, de que llegaran a conocerse las intenciones españolas. No
obstante, fue autorizado a continuar su trabajo, encaminado a su posible aplicación
civil.
Muy poco después, el 1 de julio de
1968, fue aprobado el Tratado de No Proliferación Nuclear, que entró en vigor
el 5 de marzo de 1970, tras su ratificación por el suficiente número de países.
Que España mantenía sus aspiraciones nucleares, lo demuestra que se negó a
firmarlo, lo que dio lugar a presiones muy fuertes por parte americana, dado
que eran ellos los que conocían la capacidad de nuestro país para llegar a
fabricar armamento nuclear.
El 19 de diciembre de 1973 el Secretario
de Estado norteamericano Henry Kissinger se entrevistó con el Presidente del
Gobierno Español D. Luis Carrero Blanco que intentó obtener la aquiescencia
americana para que España entrara en el reducido grupo de potencias nucleares,
mientras que Kissinger deseaba la inmediata ratificación del tratado.
En la foto de la reunión, celebrada en
la sede de la Presidencia del Gobierno, se ve al fondo una maqueta del B/E Juan
Sebastián Elcano y, precisamente, a bordo de ese buque tuvimos noticia de
su muerte, al día siguientes (20 de diciembre), como consecuencia de un
atentado atribuido a ETA.
Las extrañas circunstancias del magnicidio,
perpetrado a las puertas de la embajada USA, dio lugar a muy diversas teorías,
sin que hasta el presente hayan quedado desentrañados todos los aspectos
relacionados con el mismo.
Es significativo que su sucesor, D. Carlos
Arias Navarro, ordenara retomar el proyecto “Islero”, iniciando la construcción
del Centro de Investigación Nuclear en Lubia (Soria), ahora reconvertido en
Centro de Desarrollo de Energías Renovables (CEDER).
Otro proyecto que se puso en marcha fue
el de la construcción de una serie de submarinos de propulsión nuclear, para el
que comenzaron a asignarse los recursos materiales y de personal necesarios.
Concretamente, fueron convocadas cuatro plazas para médicos especialistas en
ese tipo de submarinos que tienen condicionantes propios. Cuando el proyecto
fue cancelado, aquellos miembros del Cuerpo de Sanidad de la Armada (dos
comandantes y dos capitanes médicos) que ya habían iniciado su formación en la
Junta de Energía Nuclear fueron reconvertidos en especialistas de Medicina
Nuclear hospitalaria, que nada tenía que ver con el objetivo inicial.
Tras el cambio de régimen, Velarde aún
llegó a entrevistarse con el Presidente Adolfo Suárez que no mostró especial
interés por el desarrollo de las investigaciones, pero fue su sucesor D. Leopoldo
Calvo Sotelo, tras el golpe del 23-F quien, accediendo a las presiones
norteamericanas aceptó el control de la Agencia Internacional de la Energía
Atómica, lo que en la práctica significaba el abandono de cualquier veleidad
militar. Finalmente, siendo Presidente D. Felipe González Márquez, España ratificó
el Tratado de No Proliferación Nuclear, como exigencia previa a la entrada en
la Comunidad Económica Europea.
Acababan así las ambiciones de lograr,
con el desarrollo de armamento nuclear, de una posición privilegiada en el
ámbito internacional, junto a otros países que disponen de él, Estados Unidos,
Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán e Israel. En estos
momentos, no han suscrito el tratado India, Israel y Pakistán, los últimos en incorporarse
al “club”. Pero tampoco lo ha hecho Sudán del Sur y, tras firmarlo inicialmente,
ha retirado su adhesión Corea del Norte.
En opinión de algunos, todo este
proceso que hemos relatado con los datos disponibles, ha tenido en España una
incidencia no deseada en cuestiones ajenas al verdadero problema como ha sido
la estigmatización de la energía nuclear que ha hecho imposible el contar con
ese tipo de propulsión en buques de la Armada, así como el rechazo a las
centrales nucleares como fuente barata para la producción de electricidad y a
las que, ahora, Europa califica de “energía verde”.
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