Acostumbrados a recurrir a las grandes superficies para nuestras compras semanales, sin olvidar al “comercio de proximidad” en muchas ocasiones, van quedando en el olvido los establecimientos de antaño.
Acostumbrados a recurrir a las grandes
superficies para nuestras compras semanales, sin olvidar al “comercio de
proximidad” en muchas ocasiones, van quedando en el olvido los establecimientos
de antaño.
De ellas tan sólo quedan algunas
reliquias, como esa “joya” que es “La Confianza” de Huesca, que es considerada
la tienda de ultramarinos en activo más antigua de España, pues fue inaugurada
en 1871 por Hilario Vallier, un comerciante de origen francés.
Pero, como es lógico, las más antiguas
fotografías que conservamos corresponden a finales del siglo XIX, cuando ya se
habían introducido importantes mejores en este tipo de establecimientos, como
lo demuestra la presencia de un amplio surtido de latas, en muchos casos, o
modernas básculas y pesos.
Para saber cómo eran antes las tiendas
debemos recurrir a los documentos escritos, especialmente a los referidos a su
arrendamiento, de los que existen muchos en el Archivo de Protocolos Notariales
de Borja, pero vamos a hacer referencia a uno que nos mostró Dª. Carmina
Gascón, en una reciente visita, que trata sobre el arriendo de la tienda de Gallur,
posiblemente procedente del archivo del notario Pérez Petinto, vendido por sus
herederos.
El contrato de arrendamiento, suscrito
en 1808 entre Juan Vargas y Antonio Madurga, se refiere a la “tienda del aceite”
con inclusión del abasto del aguardiente por espacio de tres años. El importe a
abonar, cada año, era de 85 libras jaquesas, además del “aceite para la lámpara
del Santísimo”.
Pero lo más interesante es que, en el
documento, se hace constar los géneros de los que tenía que estar surtida la
tienda, así como el margen comercial establecido para cada uno de ellos. Eran
los siguientes, en el orden y forma en que aparecen reseñados en el contrato:
Aceite; abadejo seco todos los días del año; abadejo remojado
los días de vigilia; jabón; judías; almendras tostadas y sin tostar; arroz;
chocolate de buena calidad; avellanas tostadas y sin tostar; piñones;
garbanzos; anís; azafrán; pimienta; clavillo; canela; algodón; azúcar blanca y
morena; miel; alpargatas finas y bastas; liza y cordel de todos géneros; papel
cortado y sin cortar; seda y ante de todos los colores; clavos cerrados de dos
al dinero y tachuelas; (sardinas); armillas e hilo de todos los colores; palote
y verdete; cuerdas y cinchetas; cuerdas de guitarra; cola; pimentón; ajos;
bizcochos; bolados y plumas.
Como puede apreciarse la oferta era muy reducida y en ella se
mezclaban los alimentos con otros géneros como los relacionados con el vestuario
(alpargatas, tejidos y colorantes: palote y verdete). Otros productos como clavos,
tachuelas, liza, cordel, cuerdas, cinchetas y hasta cuerdas de guitarra eran
más propios de lo que hoy buscaríamos en una ferretería.
El abadejo, seco y en remojo, con las sardinas eran los
alimentos básicos que se ofrecían en la tienda, dado que existía también en todas
las localidades una carnicería. Legumbres, como judías y garbanzos, junto con
el arroz eran imprescindibles para preparar lo que entonces se llamaban “menestras”.
Frutos secos como almendras, piñones y avellanas estaban presentes, así como un
amplio surtido de especias y condimentos: anís, azafrán, pimienta, clavillo, canela,
pimentón y ajos. Azúcar, miel y bizcochos aparecen también en la relación, en
la que no tenemos claro qué significa la palabra “bolados”, aunque la Real Academia
Española la define en su diccionario como “azucarillos”.
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