Monseñor Sotero Sanz Villalba había
nacido en El Buste en 1919, localidad en la que se le recuerda como uno de sus
hijos más ilustres y donde tiene dedicadas dos placas en su honor.
Tras cursar sus estudios eclesiásticos en el seminario de Tarazona, se graduó como Doctor en Derecho Canónico en la Universidad de Comillas. En 1948 ingresó en la Academia Pontificia Eclesiástica que es la encargada de formar a los diplomáticos de la Santa Sede.
Durante muchos años estuvo destinado en la sección española de la Secretaría de Estado, hasta que el 16 de julio de 1970, el Papa Pablo VI lo nombró Nuncio Apostólico en Chile.
Para desempeñar ese cometido fue
nombrado arzobispo de Emerita Augusta, siendo ordenado por el cardenal D.
Vicente Enrique y Tarancón en la basílica del Pilar el 12 de septiembre de
1970. En esa ocasión visitó la Casa Consistorial de la capital aragonesa donde
fue recibido por el entonces Alcalde D. Mariano Horno Liria.
No hay muchas imágenes de su estancia
en Santiago de Chile, donde llevó a cabo su misión diplomática durante siete
años, en circunstancias muy difíciles. Hemos encontrado estas fotografías
correspondientes a la inauguración de un Centro Médico en Providencia, una zona
de la capital, donde tiene dedicada una calle.
Los problemas a los que hubo de hacer
frente en aquella época llegaron a afectarle profundamente, hasta el punto de
que temió por su vida y pidió a la Santa Sede su relevo, especialmente cuando,
tras dar refugio en la Nunciatura al líder del MIR Nelson Gutiérrez, recibió la
visita de agentes de la DINA. Su nombramiento como como Delegado Apostólico en
México, en 1977, lo interpretamos en su momento como una respuesta a su
petición, aunque respondía a objetivos mucho más importantes.
No obstante, no pudo llegar a tomar
posesión de su nuevo cargo diplomático ya que falleció el 17 de enero de 1979
en el Hospital Universitario Católico de Santiago de Chile, a consecuencia de
un cáncer fulminante. Su médico, el Dr. Lorenzo Cubillos Osorio escribió un
precioso libro que lleva por título Monseñor Sotero Sanz Villalba, un santo
Pastor, un Nuncio que ofreció su vida por Chile, el mejor elogio que pudo
hacer un hombre que lo conoció profundamente y en cuyas manos se puso D. Sotero
cuando le fue diagnosticada la enfermedad.
Pero, ha sido ahora, al leer otra de
las obras de Charles Theodore Murr, titulada La Madrina. Madre Pascalina.
Una proeza femenina, cuando inesperadamente hemos encontrado las elogiosas
palabras que le dedica a D. Sotero Sanz.
La Madre Pascalina o Pascualina fue la
Secretaria personal del Papa Pío XII durante más de 40 años (había entrado a su
servicio siendo Nuncio en Berlín) y llegó a gozar de un extraordinario poder.
Siendo ya anciana, la trató el joven seminarista
Charles Murr con el que mantuvo una cordial relación y fue su madrina en la
ordenación sacerdotal. Periódicamente la visitaba en la residencia donde residió
durante sus últimos años y, a través de ella, pudo conocer muchos detalles de
la política vaticana durante los pontificados de Pío XII y sus inmediatos
sucesores Juan XIII y Pablo VI.
Es en el capítulo que lleva por título “Una
protesta de rumores” cuando se hace alusión a la “cuestión mexicana”. El origen
de la misma había sido la petición dirigida al Vaticano por monseñor Nuño,
arzobispo de Guadalajara, y de otros 30 obispos mexicanos para que fuera cesado
el Delegado Apostólico en México monseñor Mario Pio Gaspari que era considerado
un hombre muy cercano al cardenal Baggio, Prefecto de la Congregación de los
Obispos e influyente miembro de la Masonería.
En el marco de una Visita Apostólica
ordenada por San Pablo VI para depurar a la Iglesia de masones infiltrados, se
decidió trasladar a monseñor Gaspari a Japón. Para reemplazarlo en México,
monseñor Marini (uno de los adalides en esa lucha) propuso a D. Sotero Sanz. No
fue fácil lograr que fuera nombrado, siendo preciso aprovechar una ausencia del
cardenal Baggio para ello. Tristemente, D. Sotero murió antes de tomar posesión
de su nuevo cargo diplomático.
El hecho de que fuera elegido para
intentar “reconstruir el episcopado mexicano con hombres buenos, honestos y
creyentes”, demuestra la alta estima en que le tenían en el Vaticano o con más
propiedad entre quienes se mantenían fieles a la ortodoxia.
La Madre Pascalina dijo de D. Sotero: “¡Ese
sí que era un hombre auténtico!”, un extraordinario elogio por parte de quien
conocía todos los entresijos de la Santa Sede y sabía valorar con su excepcional
inteligencia a todos los integrantes de esa numerosa pléyade de eclesiásticos
con los que tuvo que “lidiar” durante sus muchos años de servicio al Papa Pío
XII y a la Iglesia.
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