Cuando comentamos que, entre los visitantes que habían accedido a nuestro blog durante el mes de febrero, había uno procedente de la isla de San Bartolomé (no era la primera vez), comentamos que íbamos a dedicar un pequeño artículo a esta posesión francesa en el Caribe que, probablemente, muchas personas no conozcan.
En primer lugar, conviene recordar que
San Bartolomé (Saint-Barthélemy, en frances) forma parte con las islas de Martinica,
Guadalupe y San Martín de las llamadas Antillas francesas, porque, a diferencia
de España a la que, por diversos procedimientos, le fueron arrebatadas todas
las posesiones de su extenso imperio, otras naciones europeas, como Francia, Reino
Unido o los Países Bajos, siguen manteniendo (bajo diversas fórmulas) su
presencia en zonas muy alejadas de la metropóli.
Mientras que Martinica y Guadalupe
tiene el estatus estatus de región y departamento de ultramar de Francia, formando
parte de la República Francesa y de la Unión Europea como región
ultraperiférica, San Bartolomé y San Martín, al decidir separarse de la
anteriores, en 2003, se convirtieron en “colectividad territorial de ultramar”
que, aun perteneciendo a Francia, con representación en su Senado, dejaron de
formar parte de la Unión Europea.
Para formar una idea precisa de lo que
estamos hablando, la isla de San Bartolomé tiene una extensión de unos 24
kilómetros cuadrados y su población es un poco superior a los 10.000
habitantes, en la actualidad. Pero, tiene una historia fascinante, que merece
la pena conocer.
En primer lugar, hay que señalar que
fue Cristóbal Colón su descubridor, en el transcurso de su segundo viaje. Llegó
allí en 1493 y, en homenaje a su hermano, la bautizó con el nombre de “San Bartolomé”.
Los indígenas la llamaban “Ounalao”, nombre que figura al pie de su escudo de
armas, en el que se alude a sus sucesivos poseedores, salvo a España, aunque el
nombre de la isla fuera español, como hemos comentado.
De España fue hasta mediados del siglo
XVII, cuando lo ocuparon los franceses, después Suecia y, finalmente, retornó a
Francia, con un período en el que la administró la Orden de San Juan de Jerusalén,
de Rodas y de Malta.
¿La Orden de Malta? Pues sí, a pesar de
que muchos asociamos su nombre con el Mediterráneo y la defensa de la Cristiandad
frente a los turcos, lo cierto es que también estuvo presente en el Caribe,
administrando territorios bajo jurisdicción francesa, por los que pagaba el
precio simbólico de una “corona de oro” cuando un nuevo monarca accedía al
trono de Francia, algo así como el halcón que pagaba a España por el “alquiler”
de la isla de Malta. Por ese motivo, en el escudo puede verse la cruz de ocho
puntas de la Orden, junto con las flores de lis de Francia y las coronas de la
monarquía sueca.
Porque, en 1785, Francia cedió la isla
a Suecia, a cambio del uso libre del puerto sueco de Gotemburgo. De esa etapa,
que se prolongó hasta 1877, ha quedado el nombre de la capital de la isla, que
se llama “Gustavia” en honor al rey Gustavo III de Suecia.
Algunos podrán preguntarse cuál era el
interés de Suecia en ese remoto lugar, pero fue una de las naciones europeas
que, como Inglaterra, Francia u Holanda, veían con recelo la presencia española
en toda América y su hegemonía comercial. Como les resultó imposible establecer
asentamientos estables en el continente, bien defendido por los españoles,
optaron por ocupar pequeñas islas del Caribe, convertidas en base para el
pillaje (por medio de piratas y corsarios) o para un comercio en beneficio propio.
En el caso que nos ocupa, allí se
estableció la Compañía Sueca de las Indias Occidentales y, mediante las
facilidades aduaneras que fueron establecidas, llegaron hasta la isla cierto
número de buques transportando mercancías o esclavos. Pero, cuando fueron
independizándose los virreinatos españoles y, anteriormente, los Estados
Unidos, el comercio languideció y, en 1812, la colonia se convirtió en posesión
personal del rey de Suecia aunque, cuando comprobó que los gastos superaban a
los ingresos, terminó por volver al control de parlamento hasta que, en 1878,
decidieron devolverla a Francia.
La belleza de sus playas y una restrictiva
legislación que impide la construcción de edificios en altura han convertido
ese lugar en lugar de destino preferido para millonarios con grandes mansiones
en zonas restringidas para el resto de turistas que, por otra parte, no son muy
numerosos, dada la limitada oferta de plazas hoteleras y hasta por la dificultad
que entraña viajar hasta allí.
Dispone de un aeropuerto de dimensiones muy reducidas (lleva el nombre de Gustaf III) en el que sólo pueden tomar tierra avionetas procedentes de la isla de San Martín, sobrevolando a muy baja altura una playa y una carretera.
La otra forma de llegar es por medio de pequeños ferrys, que
parten también de la isla de San Martín, desde la que se pueden realizar
excursiones hasta San Bartolomé (para pasar el día). Sin embargo, la navegación
no está exenta de problemas en algunas épocas del año, por las condiciones de
la mar.
Hasta aquí el breve resumen de la historia de una isla que fue española, aunque el recuerdo de aquella etapa ha sido borrado (salvo un nombre que poco dice, al estar traducido el francés), a diferencia de países como Suecia o la Orden de Malta que también estuvieron allí y que siguen presentes de diversas formas. De ahí, que nos emocione comprobar que alguno de sus habitantes vuelve su mirada hacia nosotros para, sorprendentemente, interesarse por alguna página de nuestro blog.
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