Los actos que presenciamos en Grisel,
en la mañana del domingo, responden a una antigua tradición que se refiere al
hermanamiento entre esa localidad y la vecina de Samangos, desaparecida tras la
expulsión de los moriscos en 1610, de la que solo queda su recuerdo en la ermita
no hace mucho restaurada.
Como ocurre con muchas tradiciones, su origen es confuso y su relato es difícil aunar con la realidad histórica. En 1596, ambas localidades estaban habitadas por moriscos y dependían del cabildo de la catedral de Tarazona.
Fue, ese año, cuando los habitantes de Samangos decidieron establecerse en Grisel, abandonando el cultivo de las tierras de su localidad. El cabildo, viendo perjudicados sus intereses al quedar improductivas las tierras de Samangos, les obligaron a regresar y, antes de partir, los de Grisel les hicieron entrega de pan y vino, para el camino, despidiéndolos con grandes muestras de cariño a las afueras de la localidad.
Sabemos que Felipe II, tras las alteraciones
de Aragón (1591) mandó desarmar a los moriscos del reino, pero no tenemos
constancia de que fuera posible el desplazamiento en masa de una población a
otra. Además, en 1610, fueron expulsados los de todas las localidades,
marchando hacia el destierro en condiciones penosas. ¿Pudo ser entonces cuando
los de Grisel acogieron a los de Samangos para partir juntos? Da la impresión
de que la tradición es una creación posterior, siendo griseleros los protagonistas
de ambas comitivas que, a semejanza de lo que sucede entre otras localidades,
se reúnen en un hermoso acto.
En cualquier
caso, sea cualesquiera el origen de la tradición, los actos que presenciamos en
Grisel nos impresionaron vivamente, por esa belleza que corre pareja con la
sencillez de lo auténticamente popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario