Cerrando la bahía de la Concha por uno de sus lados, se encuentra en San Sebastián el monte Urgull que, en sus orígenes, fue una isla como la de Santa Clara. Ahora, protege el casco antiguo y el pequeño puerto pesquero. Coronándolo, se encuentra el castillo de la Mola y, sobre él, el monumento al Sagrado Corazón. Todo el monte se encontraba fuertemente protegido por una densa red de fortificaciones que se intentó derribar, aunque posteriormente han sido rehabilitadas.
Recuerdo los veranos infantiles en esa
ciudad, en los que los paseos al Urgull eran frecuentes, atravesando un espacio
que nos llamaba poderosamente la atención por las tumbas que allí había,
surgiendo entre la frondosa vegetación. Era, nos decían, el “cementerio de los
ingleses” que, en sentido estricto no es un cementerio militar, aunque sean
militares casi todos los que reposan allí.
No sabíamos entonces quiénes eran esos
ingleses ni porqué estaban enterrados allí. Casi todos ellos eran miembros de la
Legión Auxiliar Británica, una unidad integrada por unos 10.000 voluntarios, bajo
el mando del Teniente General Sir George de Lacy que había llegado a España, en
1835, para apoyar a las tropas de Isabel II en el transcurso de la I Guerra Carlista.
Aunque, se esperaba mucho de la eficacia
de estas tropas la cuantía de las bajas que sufrieron en la toma de Ayete y el
desastre sufrido en la batalla de Oriamendi, tuvieron graves consecuencias para
su moral.
Comoquiera que, profesando los fallecidos
la religión anglicana, por lo que eran considerados “herejes”, no era posible enterrarlos
en un cementerio católico, por lo que se optó por habilitar un espacio, no sagrado,
en el monte Urgull. Allí las familias de los oficiales caídos mandaron
construir los mausoleos que han llegado hasta nosotros.
Pocos años después de celebrarse
el centenario de aquella gesta, fue inaugurada la remodelació del cementerio,
en el transcurso de un solemne acto presidido por SS. MM. las Reinas Dª. María
Cristina y Dª. Victoria Eugenia, que estuvieron acompañadas por el Príncipe de
Asturias y el infante Jaime, así como por numerosas autoridades entre las que
destacaban los embajadores de Inglaterra y Estados Unidos. Se leyó un mensaje
de S. M. el Rey Jorge V y Dª. Victoria Eugenia descubrió una lápida
conmemorativa, mientras se escuchaban las salvas de ordenanza y los himnos del
Reino Unido y España.
En el acto, rindieron honores una compañía del regimiento de Infantería Sicilia, a la que pasó revista la reina y sendas brigadas de marinería del destructor de la Royal Navy HMS Malcolm y del crucero español Reina Victoria Eugenia, que más tarde sería rebautizado como República y, posteriormente, como Navarra.
La lápida descubierta en el monumento,
redactada en español e inglés, decía bajo los escudos de las monarquías británica
y española: “A la memoria de los valientes soldados británicos que dieron la vida
por la grandeza de su país y por la independencia y la libertad de España”.
Aquel día de la inauguración, el alcalde de San Sebastián, D. Juan José Prado, aseguró que el pueblo de San Sebastián cuidaría “de los restos de sus hijos serán venerados como si fueran hijos de nuestra patria, ya que por ella dieron su sangre”. Concluyó afirmando que “cada donostiarra llevará en su corazón grabadas las palabras: ‘Inglaterra nos confía sus gloriosos rostros’. Nuestra gratitud velará en eterno reposo”.
Al margen de esos actos vandálicos allí
seguirán descansando aquellos militares que combatieron en una guerra que no
era la suya y, junto a ellos, la mujer y la pequeña hija del cirujano británico
Jon Callander, «entre musgo, pinos y helechos, con el único sonido del graznido
de las gaviotas».
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