Cuando dedicamos un artículo al hermoso cementerio militar
alemán de Cuacos, comentamos que allí habían sido reunidos los restos de
soldados y marinos alemanes fallecidos en el transcurso de las dos guerras
mundiales que, hasta ese momento, habían estado enterrados en otros lugares de
la geografía española.
Sin embargo, en el cementerio civil británico de Málaga, al que ayer dedicamos el artículo de esta serie, permanecen los restos de las víctimas del naufragio de la fragata SMS Gneisenau, de la marina imperial germana, acaecido en 1900.
La SMS Gneisenau fue una fragata que, además de sus
tres mástiles, contaba con propulsión a vapor que le permitía dar 12 nudos. Pertenecía
a la clase Bismarck, intergrada por seis buques de características
similares que había sido encargados por la Marina Imperial alemana para ser
utilizados como patrulleros en las colonias del imperio.
Entró en servicio en 1879 y con 82 metros de eslora y 13,70
de manga, tenía un desplazamiento de 2.994 toneladas. Disponía de una batería
de catorce cañones de tiro rápido de 150 mm y dos de 88 mm, así como de seis
cañones de revólver Hotchkiss de 37 mm. Su dotación inicial estaba integrada
por 18 oficiales y otros 386 hombres.
El 14 de octubre de 1886 fue sometida a obras de remodelación
para su transformación en buque escuela, volviendo al servicio activo el 13 de
abril de 1887.
A finales de noviembre de 1900, el SMS Gneisenau había
llegado a Málaga, para recoger a una misión diplomática que se había trasladado
a Marruecos. En aquellos momentos, su dotación estaba integrada por 19 jefes y
oficiales, 51 guardiamarinas, 186 hombres, entre suboficiales, marinos y
personal auxiliar; y, además 210 grumetes de corta edad, que se formaban a
bordo. En total, 466 hombres en total. Al mando del buque se encontraba el
comandante Karl Kretschmann, siendo su segundo el TN Berninghaus y el Jefe de
Máquinas era Richard Prüffer.
Inicialmente, para no entorpecer las maniobras portuarias por
una estancia que se preveía larga, la Gneisenau había fondeado en la
zona Este del malecón, con dos anclas por la proa y la popa afianzada a tierra
por medio de dos estachas. Esta fotografía probablemente corresponde a esa
etapa. En ella puede verse a la fragata aproada a la mar con las dos anclas
largadas y tangones en sus costados. En el de babor pueden verse varios botes
amarrados en los que los miembros de la dotación eran llevados a tierra, para
disfrutar de los actos organizados en su honor y realizar visitas culturales a
otras localidades.
Aprovechando la estancia, el mando del buque había decidido
realizar maniobras de tiro en la mar, con el fin de familiarizar a los alumnos
en el manejo de la artillería. Posiblemente, para facilitar la salida del buque
con ese fin, el comandante decidió, a primeros de diciembre, abandonar la
protección del puerto y fondear a media milla del mismo. Quizás esta imagen que
hemos insertado antes corresponda al nuevo fondeadero, pues, aunque se ven las
anclas de proa largadas, no se aprecian amarras a popa ni están dados los
tangones. Por el contrario, hay botes amarrados al costado de babor, uno de
ellos al pie de la escala real.
El 15 de diciembre, ante un súbito
empeoramiento del tiempo, desde la Comandancia de Marina se sugirió al
comandante de la fragata la conveniencia de entrar en puerto, pero éste prefirió
hacerse a la mar para hacer frente al temporal, largando todo el aparejo y a
toda máquina. La maniobra en los palos no pudo completarse, por la violencia
del viento y, cuando más necesaria era la potencia de las máquinas, la presión
del vapor comenzó a descender hasta pararse por completo.
La situación se hizo crítica, pues el
barco sin gobierno era arrastrado a tierra. En un desesperado esfuerzo por
salvarlo, el comandante ordenó largar todas las anclas, pero garrearon en el
fond de piedra, y la fragata impactó contra el muelle, abriéndose varias vías
de agua, provocando su hundimiento.
En un primer momento, algunos hombres
lograron saltar a tierra, pero la fuerza del oleaje era tan grande que los
botes que pudieron ser arriados zozobraron. Al percatarse de lo que estaba
ocurriendo, las campanas de Málaga avisaron a la población que acudió en masa
para prestar ayuda, con absoluto desprecio de sus propias vidas, hasta el punto
de 12 malagueños murieron en ese empeño. Fue ese comportamiento y las
atenciones dispensadas a los náufragos lo que valió a la ciudad el título de
“Muy hospitalaria” que figura en su escudo.
De aquellos dramáticos momentos se
conservan algunas impresionantes fotografías en las que pueden verse a hombres
de la dotación en las cofas o agarrados a las jarcias, esperando ser salvados.
Al final, hubo que registrar el
fallecimiento de 41 miembros de la dotación, entre ellos el comandante y el
Jefe de Máquinas, así como el de doce malagueños. Su sepelio constituyó una
impresionante manifestación de duelo, como muestran las fotos conservadas en el
Archivo Municipal de Málaga.
Los marineros alemanes fueron
enterrados, como hemos dicho en el cementerio civil británico, por no ser
católicos. Se da la circunstancia de que los católicos habían desembarcado poco
antes para asistir a misa en la catedral. En el citado cementerio se encuentra
el monumento dedicado a la memoria de los fallecidos, con una placa en la que
figuran los nombres de todos los fallecidos.
El comandante y el Jefe de Máquinas tienen sepulturas individuales. En la foto, la del comandante Karl Kretschmann es la de la izquierda y la del Jefe Richard Prüffer, la de la derecha.
La catástrofe tuvo sus secuelas en las
muestras de agradecimiento del Imperio alemán a quienes colaboraron en el
rescate y la generosa ayuda a los náufragos, cuya repatriación se llevó a cabo
en medio de grandes muestras de cariño, hasta el punto de que algunos
regresaron y terminaron casándose en Málaga.
Junto a las condecoraciones otorgadas
hubo un gesto muy bonito, cuando la ciudad sufrió las consecuencias del
desbordamiento del río Guadalmedina, en la noche del 23 al 24 de septiembre de
1907, que destruyó varios puentes de la ciudad. Cuando la noticia llegó al
Imperio alemán, se realizó una recogida de dinero para ayudar a los malagueños
a reponerse de la catástrofe, encabezada principalmente por el káiser Guillermo
II. Con el dinero recaudado se construyó, en el lugar donde había estado el
puente de San Antonio, uno nuevo que se llamó el “puente de los Alemanes”, con
una placa que decía: “Alemania donó a Málaga este puente agradecida al heroico
auxilio que la ciudad prestó a los náufragos de la fragata de guerra Gneisenau”.
Muchos años después, cuando en 1982 el
puente se encontraba muy deteriorado, el alcalde de Málaga, D. Pedro Aparicio,
pidió ayuda al gobierno de la Alemania Occidental que accedió a la petición,
siendo colocada otra placa que lo recuerda.
La tragedia de la Gneisenau
daría lugar a más artículos, dadas las circunstancias que en ella concurrieron,
pero no es posible hoy comentar todas y cada una de ellas.
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