lunes, 1 de julio de 2024

El crimen de la calle Fuencarral 109

 

         La calle Fuencarral de Madrid fue escenario de dos terribles crímenes que conmocionaron a la sociedad de la época y fueron protagonizados por dos mujeres jóvenes de nuestra comarca. Uno de ellos por Higinia Balaguer, natural de Ainzón, y el otro por Cecilia Aznar, de familia borjana.

         Hoy vamos a recordar el que tuvo lugar en la noche del 1 al 2 de julio de 1888, cuando los inquilinos del nº 109 de la calle Fuencarral de Madrid oyeron gritos en una de las viviendas de la que salía una densa humareda. Personado el juzgado de guardia pudo comprobarse que en el interior se encontraba muerta y con el cuerpo parcialmente calcinado la propietaria del piso Dª. Luciana Borcino, y tendida inconsciente en la cocina otra mujer, junto a un perro drogado. El suceso encontró amplio eco en la prensa, convirtiéndose en un acontecimiento mediático por las circunstancias que lo rodearon.

 


         Veamos quienes fueron los protagonistas de este trágico acontecimiento. Por un lado, la víctima, una dama viuda de 50 años de edad, poseedora de una gran fortuna, calificada como “un poco extravagante, medrosa y avara” que vivía en la citada calle Fuencarral, en compañía de su hijo José Vázquez Varela, de 23 años de edad, con el que mantenía frecuentes disputas por la irregular conducta del joven que, en ocasiones, había llegado a maltratar a la madre. En el momento del crimen, cumplía condena en la cárcel Modelo por haber robado una capa en un conocido café de Madrid.

 

         Por otro lado, estaba Higinia Balaguer Ostalé, nacida en Ainzón en 1860, que seis días antes del crimen había sido contratada como asistenta por la víctima. Higinia era descrita como una mujer “alta, desgarbada, de color quebrado, ojos negros muy vivos y rasgos duros”. Para que nada faltase en este complicado folletín, había vivido amancebada con un personaje de mala catadura que regentaba un puesto de bebidas frente a la propia cárcel Modelo y, cuando este individuo falleció, pasó a servir como criada en la casa del Director accidental de la cárcel D. José Millán Astray que, curiosamente, fue quien la recomendó para que se colocara en la casa de la calle Fuencarral.

         En un principio, Higinia manifestó ante el juez que su señora había sido asesinada por dos personas, pero su confusa declaración y la posibilidad de que el robo hubiera sido el móvil del crimen, fueron determinantes a la hora de decretar su prisión incomunicada.


         El caso experimentó un cambio radical cuando, el director de la cárcel pidió entrevistarse con ella, a lo que accedió el juez encargado de la causa, a pesar de la incomunicación dictada. Tras la visita de D. José Millán Astray, Higinia se autoinculpó del crimen, alegando que se había producido en un momento de ofuscación, después de una discusión provocada por la rotura de un jarrón. Pero, poco después, acusó a su amiga Dolores Ávila de ser la autora. La cosa se fue complicando porque, a raíz de una nueva entrevista con el director de la cárcel, volvió a modificar su testimonio acusando al hijo de la víctima. Es cierto que, en aquellos momentos, se encontraba detenido en la cárcel, pero numerosas personas atestiguaron que era frecuente verlo por las calles de Madrid, lo que indudablemente requería la colaboración de D. José Millán Astray. Por ello, el juez decidió proceder a un careo de la acusada con el hijo, en el transcurso del cual Higinia le acusó claramente de ser el autor, con la colaboración del director de la cárcel. Lógicamente, estas noticias provocaron un auténtico revuelo en la opinión pública y dieron lugar a numerosos reportajes aparecidos en los diferentes medios de comunicación.

 

         Se llegó así a la vista oral, que dio comienzo el 26 de marzo de 1889, haciéndose cargo de la defensa de Higinia D. Nicolás Salmerón, uno de los Presidentes de la Primera República que, como se recordará, había dimitido por negarse a ratificar una sentencia de muerte.

 

         En este caso fue la primera vez en el que se ejerció la acción popular en un procedimiento penal, corriendo a cargo de D. Francisco Silvela (que llegó a ser Presidente del Consejo de Ministros) y, tras su renuncia, por D. Joaquín Ruiz Jiménez.

         En la vista, Higinia volvió a cambiar su testimonio y, al final, fue condenada a muerte por el delito de robo con homicidio y a 18 años de reclusión por incendio. A Dolores Ávila la condenaron, como cómplice de un delito de homicidio, a 18 años de reclusión mayor, mientras que el hijo de la fallecida y D. José Millán Astray fueron absueltos.

         La sentencia provocó el rechazo de la opinión pública, por considerar poco convincentes las pruebas aportadas y aspectos que no fueron tomados en consideración, como el que perro estuviera drogado, la forma como se perpetró el crimen, la presencia de varias colillas en el escenario del mismo, la ausencia del arma homicida, las huellas aparecidas, la extraordinaria fuerza de que hizo gala el agresor, el destino de los 14.000 duros y alhajas que fueron sustraídos, así como otros muchos detalles que siguen rodeando de misterio este crimen.

         Tras serle denegado el indulto por D. Antonio Cánovas, Presidente del Consejo de Ministros, parece ser que la Reina Regente quiso ejercer el Derecho de Gracia, pero fue presionada para que no lo hiciera.

 

         Finalmente, el 18 de abril de abril de 1890, Higinia fue trasladada desde la cárcel de mujeres a la cárcel Modelo, en cuyo patio se preparó el patíbulo para su ejecución. Allí se confesó con el párroco de San Ildefonso y el médico de la prisión le administró unos tranquilizantes. Cenó una sopa de fideos, un poco de merluza y unas guindas en almíbar, siendo conducida a las cuatro de la mañana del 19 de abril, al lugar de la ejecución, donde se habían congregado varias personas, entre las que se encontraba el duque de Alba, Alcalde de Madrid y la famosa escritora Dª. Emilia Pardo Bazán.

         La ejecución por garrote vil fue muy rápida y su cadáver, tras permanecer expuesto durante nueve horas, como era obligatorio, recibió sepultura en el cementerio del Este. Cumpliendo sus últimas voluntades, las 136 pesetas que constituían todos sus ahorros fueron distribuidas así: 34 pesetas al Pilar de Zaragoza para sufragios por su alma y las restantes a la iglesia parroquial de Ainzón para misas por su padre (56 pesetas) y por su tío Elías, hermano de su padre (46 pesetas).

 

         Así terminó la vida de esta joven ainzonera que fue la última mujer ejecutada públicamente en España y cuya figura despertó la atención de destacados escritores, como D. Benito Pérez Galdós, que siguió con atención el juicio y publicó una obra sobre el crimen. 




         O romances, como el de esta supuesta carta de despedida en la que hace alusión a su pueblo natal, reimpreso en diferentes lugares. El ejemplar de la imagen lo fue en Oviedo.



         En 1981, fue rodado uno de los capítulos de la serie de TVE “La huella del crimen”, dedicado al crimen de la calle de Fuencarral, en el que la actriz Carmen Maura, interpretaba el papel de Higinia Balaguer.


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