En diversas ocasiones nos hemos ocupado del crimen del señor de Majones y, aunque algunos de nuestros lectores, preferirían que no lo hiciéramos, no podemos evitar el recordarlo, en el aniversario de este acontecimiento que conmocionó a la sociedad borjana.
Porque fue el 15 de
septiembre de 1615 cuando fue asesinado en la plaza del Mercado de Borja D. Diego de Vera y Torrellas, hijo de D.
Diego Jerónimo de Vera y Dª María Torrellas de Gurrea, aunque en el momento de
los hechos ya habían fallecido sus padres y vivía en la Casa de las Conchas, en
compañía de su hermana María. Señor de Majones y de la mitad de Albeta, que
había heredado de su tío D. Indalecio de Vera, era descrito como “un caballero
de tan pocos años” que hacía concebir “grandes esperanzas” en “cuantos le
conocían y trataban”.
Su
brillante futuro se truncó a raíz de un pequeño incidente acaecido en la noche
del 14 de septiembre de 1615. Poco antes de la medianoche, cuando D. Diego
circulaba por la calle Mayor, en compañía de D. Juan Pérez Gallinero, se
percató de que en la casa de D. Martín Francés, situada al final de esa calle
que ahora está siendo restaurada. Allí había dos jóvenes hablando con alguien
del interior del edificio, a través de una de las rejas de la planta baja, lo
que documenta la existencia de ventanas en esa planta.
No era
la primera vez en la que se había producido este hecho, considerado impropio de
la casa de un hombre principal, por lo que D. Diego les reprochó su actitud,
diciéndoles que “eran unos rapaces” que comprometían al propietario, por ser
“una persona principal”, a lo que respondieron desabridamente afirmando que
“ellos eran tan principales como el dueño”. Fue entonces cuando D. Diego y D.
Juan les acometieron con sus espadas, trabando una pelea que continuó hasta las
“Cuatro Esquinas”, lugar que entonces era conocido con el nombre de los “Cuatro
Cantones”.
Al oír
las voces, salieron algunos vecinos a las ventanas, sin que, por la falta de
luz, pudieran identificar a quienes tomaban parte en la refriega.
Probablemente, D. Diego tampoco tuvo conciencia precisa de la identidad de sus
oponentes, pero el hecho es que, en la pelea, unos y otros perdieron sus
“ferreruelos” o capas cortas y los vecinos pudieron ver a D. Diego volver sobre
sus pasos a recoger el suyo, mientras los muchachos a los que se había
enfrentado huían por la calle Mayor arriba.
Tras
tomar la prenda del suelo, marchó con su acompañante a un huerto, donde se
percataron de que el ferreruelo no era el suyo, sino de D. Jerónimo Aguilar
que, junto con D. Francisco de San Gil, eran las personas sorprendidas ante la
citada reja.
Jerónimo
de Aguilar y Francisco de San Gil eran muy jóvenes, especialmente el segundo,
aún estudiante. Ambos pertenecían a familias distinguidas, emparentadas entre
ellas, como era frecuente. En el proceso se señala que eran cuñados pues, poco
antes, Ana de Aguilar, hermana de Jerónimo, había contraído matrimonio con
Domingo de San Gil, hermano de Francisco, que también estuvo implicado en el
crimen.
La pelea
pudo haber quedado reducida a un enfrentamiento sin importancia entre miembros
de la pequeña aristocracia local, pero el empeño de los San Gil y de los
Aguilar por vengar la supuesta afrenta, unido a posibles rencillas del pasado,
les llevó a adoptar una decisión mucho más grave.
A las
nueve de la mañana del día siguiente, se reunieron en casa de los San Gil los
hermanos Agustín y Jaime Jordán; Juan de Churiaga; Jerónimo de Aguilar; los
hermanos Domingo y Francisco San Gil Jordán y Juan San Gil con el objeto de
planificar el asesinato de D. Diego de Vera.
Para
llevar a cabo su propósito, prepararon una celada en la actual plaza del
Mercado que, en aquellos momentos, era conocida como “plaza de Adentro” y solía
ser lugar de encuentro de muchas personas.
Durante
toda la mañana estuvieron buscando armas defensivas para actuar con mayor
seguridad, pues sabían que D. Diego era muy diestro en el uso de la espada. Por
tratarse de gente joven y poco habituada a combatir, carecían de coletos de
cuero o jacos de malla, que eran las piezas de protección habituales, pero no
dudaron en pedirlos prestados a varias personas como el cirujano Bartolomé
García o Juan el Royo.
Según
varios testigos, D. Diego de Vera fue avisado de lo que se preparaba contra él
y su hermana María le aconsejó ponerse alguna prenda de protección o no acudir
a la plaza, como era su costumbre, pero sobrevalorando sus fuerzas se dirigió
hacia ella por la calle de los Alberites, ahora calle de Goya, entre las cuatro
y las cinco de la tarde de ese martes 15 de septiembre de 1615.
En esos
momentos, los conjurados se encontraban ya distribuidos por la plaza y
Francisco San Gil era el que vigilaba el acceso por la calle de los Alberites,
apostado junto a la puerta del taller que, en la misma entrada, tenía un
espadero borgoñón. Cuando le vio llegar, hizo señas al resto que,
inmediatamente, se prepararon para el ataque.
D. Diego
entró en la plaza con su capa y espada, sin otro tipo de armas ofensivas ni
defensivas. Iba acompañado por D. Juan Pérez Gallinero que sólo llevaba su
espada. Ambos con los guantes calzados y saludando con el sombrero a los que se
encontraban allí. En ese momento, Jerónimo de Aguilar salió de su puesto y
calándose el sombrero, echó mano de su espada, lo que también hicieron el resto
de los conjurados. Mientras unos separaban a D. Juan Pérez, dándole un fuerte
golpe en la cabeza, los otros atacaron a D. Diego que se defendió con bravura,
llegando a alcanzar a Domingo San Gil, aunque la espada quedó detenida por el
coleto que llevaba, doblándose hasta quedar completamente doblada.
Cuando
más empeñada estaba la pelea, se acercó por detrás Francisco San Gil, con su
arma oculta bajo sus ropas de estudiante, y le asestó por la espalda una
estocada que le entró por el costado derecho y le salió por el cuello. Fue la
única herida que recibió, pero resultó mortal de necesidad, falleciendo
inmediatamente “sin los Sacramentos”, como se especificaba en el proceso.
Los
agresores emprendieron la huida, encontrando en su camino a un oficial que
gritó: “Tengan al Rey”, pero no se detuvieron e, incluso, Domingo San Gil, se
atrevió a tirar al oficial “una grande cuchillada”, antes de refugiarse, con
Jerónimo de Aguilar, en la iglesia del convento de agustinos recoletos que
estaba en el solar que hoy ocupa la calle Nueva, acogiéndose a la inmunidad
eclesiástica, mientras los restantes huyeron de Borja.
En
aquellos momentos era Justicia de la ciudad D. Julián de Aguerri que, en junio
de ese año, había sustituido en el cargo a D. Esteban San Gil, padre de los
implicados. Impresionado por lo que fue calificado como uno de los más atroces
crímenes cometidos en Borja, por haber sido cometido “con la mayor traición y
alevosía”, decidió entrar en el convento al día siguiente para prender a los
refugiados allí, encontrando en una celda dos cotas de cuero.
Esta
actuación dio lugar a un primer proceso para dilucidar si, en este caso, era
válida la inmunidad que otorgaba el refugio en lugar sagrado. Intervinieron por
ambas partes destacados juristas y se llegaron a imprimir los respectivos
alegatos. Lo mismo se hizo con los procesos civiles que siguieron, donde se
hace constar un detallado relato de los hechos que he podido consultar. No
aparecen, sin embargo, las sentencias impuestas aunque, a través de una nota
manuscrita, unida a las piezas impresas, conservadas en el archivo de la
colegiata, se indica que Juan de Churriaga y Jaime Jordán fueron condenados a
destierro perpetuo; Francisco San Gil a ser descuartizado y los restantes a
muerte, aunque se especifica que el proceso civil fue “en ausencia”, por lo que
cabe deducir que los huidos no pudieron ser capturados y los dos que se
refugiaron en el convento volvieron a quedar bajo la protección de la
jurisdicción eclesiástica y también pudieron huir.
Concretamente,
Domingo San Gil residió en Hendaya durante muchos años y allí nacieron sus
hijos, entre ellos Esteban que fue el padre del famoso mariscal de campo,
durante la Guerra de Sucesión, D. Carlos San Gil y Lajusticia.
Por lo
que respecta a Jaime Jordán, tras obtener el perdón de Dª María de Vera,
hermana del asesinado, pudo regresar a Borja en 1635, siendo elegido Justicia
de la ciudad cuatro años después., volviendo a ejercer este cargo en 1650.
Por lo
tanto, la leyenda relativa a la construcción de la cuesta situada frente a
Santa María, al perdón de la madre (que no vivía) y a todo lo relacionado con
este terrible suceso, es falsa, a pesar de que ha llegado a tener incluso su
expresión plástica en este monumento.
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