Hubo un tiempo en el que a los niños de mi generación se nos refería la historia de las campanas de la catedral de Santiago de Compostela, que figuraba en todas las enciclopedias que se usaban entonces como textos escolares.
En ellas aparecía la figura de Almanzor (c. 939-1002) “El Victorioso”, quien, a partir de un origen humilde, había llegado a convertirse en la figura dominante del califato de Córdoba, aterrorizando a los débiles reinos cristianos con sus “aceifas” anuales que arrasaron numerosas ciudades, capturando importante botín y, sobre todo, un gran número de cautivos.
Una de las últimas
fue la llevada a cabo, en 997, contra Santiago de Compostela. La ciudad fue
destruida y la catedral, que no era la actual, sino un modesto templo prerrománica,
quedó arrasada, aunque respetó la tumba del apóstol.
Según la leyenda,
ordenó que las campanas de la catedral fueran llevadas a hombros de cautivos
cristianos hasta Córdoba, donde fueron utilizadas como lámparas en la iluminación
de la ampliación de la mezquita, realizada por entonces.
Un templo
pequeño no debía tener muchas campanas ni de excesivo tamaño, pero en el
imaginario popular ha quedado grabado esa humillante marcha hasta la capital
del califato con las campanas a hombros, algo que es objeto de una recreación
histórica, como muestra esta última imagen.
Pero, el 29 de junio de 1236, Fernando III el Santo reconquista la ciudad de Córdoba, que ya no era ni sombra de su pasado califal y la leyenda vuelve a tomar cuerpo.
Porque el monarca
ordenó que las campanas fueran restituidas a la catedral compostelana que ya
era un templo de considerables dimensiones. En esta ocasión, las campanas tuvieron
que efectuar el largo recorrido hasta la tumba del Apóstol a hombros de cautivos
musulmanes.
Hemos podido
constatar que los jóvenes actuales no han oído hablar de esta leyenda que
simboliza el devenir circular de la historia, a pesar de que, en ellos, estamos
viendo una expresión evidente de un retorno al pasado, porque, contra lo que
alguno cree, nada es inmutable, salvo los dogmas de la Fe, y es habitual asistir
a un movimiento pendular que, tras períodos más o menos dilatados, nos lleva de
nuevo hacia postulados que creíamos extintos. Y eso tiene consecuencias…






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