A
un lado del antiguo camino a Tarazona, sobre un pequeño altozano, se encuentran
los restos de una fortificación que es conocida con el nombre de “Torre del
Pedernal”.
Junto
a muros más modernos, destacan unos lienzos de grandes sillares que denotan el
antiguo origen de este arruinado edificio que, el 17 de abril de 2006, fue
declarado Bien de Interés Cultural, en la categoría de Zona Arqueológica.
Según
el arqueólogo D. Isidro Aguilera, se trata de una antigua fortificación romana,
construida en la segunda mitad del siglo III d. C. en unos momentos de especial
inseguridad en el Imperio romano, sumido en la anarquía durante unos años en
los que muchas ciudades se vieron gravemente afectadas.
La
antigua Bursau celtibérica se había
convertido en una próspera ciudad romana que, en el transcurso de su historia,
se fue extendiendo desde el cerro de la Corona hasta alcanzar zonas tan
alejadas como la actual plaza de San Francisco. Precisamente, para proteger ese
sector se levantó la pequeña fortaleza.
De
la construcción original se conserva un lienzo de opus cuadratum, de unos 15 metros de longitud y 4 de altura que
está formado por dos muros de sillares muy grandes entre los que existe un
núcleo de opus caementicium de 50 cm.
Los
sillares, aceptablemente escuadrados y lisos, son de materiales muy diversos.
Los hay de piedra caliza, otros son de yeso y algunos de piedra arcillosa.
A
los pies de la torre se realizaron excavaciones hace algunos, apareciendo una
vivienda romana con mosaicos en algunas de sus estancias y decoración pintada
en sus paredes. Además de demostrar la importancia de la ciudad en aquellos
momentos, el dato más interesante que ofrecieron fue la constatación de que esa
zona fue abandonada en una nueva etapa de inseguridad, al final del Imperio,
cuando la población volvió a ubicarse a los altos de la Corona. Esa es la razón
por la que no aparecieron útiles y enseres, ya que al tratarse de un repliegue
ordenado, pudieron llevarse los objetos de valor, lo que no ocurre cuando la
ciudad es destruida violentamente. En la actualidad, las excavaciones están
abandonadas dentro del recinto vallado que adquirió el Gobierno de Aragón.
No
sabemos si la torre fue utilizada durante época islámica. Es probable que
siguiera desempeñando algún cometido militar, pues tras la Reconquista pasó a
ser la casa solariega de la familia del Arco, una de las más antiguas de Borja,
según la tradición, aunque se extinguió en el siglo XVII. A ella pertenecieron
destacados personajes a los que tendremos que referirnos en alguna ocasión. En
sus armas aparece el arco y la saeta que, hasta hace muy poco, podíamos ver en
un azulejo de la ermita del Sepulcro que, ahora, se conserva en Santa María.
En
el interior de la torre se construyó, en fecha indeterminada, un edificio que
subsistió hasta mediados del siglo XX. En esta fotografía se aprecia muy bien
su emplazamiento y la limitada extensión que tenía, en aquellos momentos, el
casco urbano por este sector.
Este
era el aspecto de la casa por su parte anterior, donde se encontraba la puerta
de acceso. Constaba de dos alas, la de la derecha se apoya en el antiguo muro
romano, mientras que la otra, con la que formaba ángulo, lo hacía sobre un muro
posterior.
Esta
era la visión desde otro ángulo en el que se aprecia, también, el muro que
rodeaba al conjunto.
Desde
este ángulo fue pintada por dos artistas destacados. La fotografía superior
corresponde a la visión de D. Baltasar González, mientras que la inferior es la
de D. Juan Ángel Gómez Alarcón que, es posible, aunque no está comprobado, que
llegaran a pintar juntos.
Esto
es lo que queda de un edificio de tanta importancia histórica y arqueológica.
Uno muros degradados y el interior del recinto abandonado.
Aún se advierte el acceso a una de
las antiguas bodegas o los restos de un silo cerámico que pudo servir para
guardar el grano.
Terminamos
con estas fotografías que, como todas las correspondientes al estado actual del
monumento, han sido realizadas, con su acierto habitual, por Enrique Lacleta.
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