Hay espacios
urbanos que, por su estado actual, no nos permiten adivinar el interés que
entrañan y la importancia que tuvieron en el pasado. Uno de ellos es la actual
plaza del Olmo que, en su origen, era de dimensiones más reducidas, siendo
ampliada mediante el derribo de un edificio que trajo como consecuencia la
creación de una medianería en la fachada lateral del que fuera palacio de los
Urbasos, que al no ser resuelta adecuadamente, como se hizo en la plaza de las
Canales, afectó negativamente al aspecto del conjunto.
Frente
a las características de la mayor parte del casco antiguo de nuestra ciudad, en
la que predominan los edificios de ladrillo visto, edificados en los siglos XVI
y XVII, en la plaza del Olmo se ensayó en el siglo XIX el revoco de fachadas,
dotándolas de un colorido que, en aquellos momentos, era sumamente llamativo.
Así
ocurrió con edificios como en los que ahora se encuentran el estanco o la
pastelería Jeymar. Este último con trampantojos que, en buena medida, se
perdieron en la rehabilitación del edificio, mientras que en el segundo
destacaba el despiece en rojo y caña o la decoración con motivos
arquitectónicos de sus vanos, que aún se adivinan.
Un elemento
relevante del conjunto es este edificio que, por su importancia, mereció ser
incluido en el Inventario del Ministerio de Cultura de 1979, como digno de
protección.
Construido
en el siglo XVI, fue remodelado en el siglo XVIII dotándole de su aspecto
actual, con la fachada estucada y un alero de media caña con lunetos sobre la
galería corrida de arcos abocinados de medio punto. También estuvo pintado,
contribuyendo a esa imagen singular que ofrecía la plaza.
El
abandono al que se ha visto sometido desde hace tiempo, no obsta para que
constituya un bien a salvar, impidiendo cualquier afección de modifique su
aspecto exterior, lo que señalamos antes de que sea demasiado tarde.
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