La figura de aquel gran aragonés que fue el Papa Benedicto XIII está de actualidad, con ocasión de conmemorarse el 600 aniversario de su fallecimiento en Peñíscola, en cuyo castillo permaneció recluido durante sus últimos años, manteniéndose en “sus trece”, como legítimo Papa, cuando todos ya le habían retirado su favor.
Dos de las piezas más importantes, presentes
en esa exposición, son el bellísimo busto relicario de San Valero, donado por
Benedicto XIII a la Seo zaragozana, el cual ofrece la particularidad de ser un
fiel retrato del Pontífice.
La otra es el cráneo del Papa, el único
resto que se conserva de su cadáver, trasladado desde Peñíscola hasta el
palacio de Illueca, donde había nacido, y donde se conservó hasta su
profanación por tropas francesas. Pero ese lamentable suceso no acaeció durante
la Guerra de Independencia, sino en el transcurso de la de Sucesión, a
comienzos del siglo XVIII, protagonizado por las fuerzas que apoyaban la causa
de Felipe V.
Arrojado desde una de las ventanas del
palacio, sólo pudo ser recuperado el cráneo que fue llevado por los condes de
Argillo a su residencia en Sabiñán, donde se custodió hasta que en el año 2000
fue robado por dos jóvenes, en lo que fue considerado más una gamberrada que una
actuación por encargo.
Tras ser encontrado en el lugar donde había sido ocultado,
pasó a ser custodiado en el Museo de Zaragoza, siendo declarado Bien de Interés
Cultural. Finalmente, en 2021, fue devuelto a Sabiñán, a pesar de que Illueca
(donde hay una reproducción), aspiraba a conservar tan preciada reliquia.
Benedicto XIII suele ser considerado “Antipapa”,
por no plegarse a lo acordado en el concilio de Constanza, convocado para
resolver el llamado Cisma de Occidente cuando ya había tres Papas que se proclamaban
legítimos sucesores de San Pedro. En realidad, para todos los historiadores
imparciales, el verdadero era Benedicto XIII que no quiso aceptar la petición
del concilio para que renunciase, por lo que fue depuesto con los cargos de
cismático y hereje, pero no se utilizó la expresión “antipapa”.
Ahora, el Presidente del Gobierno de Aragón D. Javier Lambán Montañés en una reciente visita efectuada al Papa Francisco ha querido reivindicar la figura del Papa Luna, pidiendo que le fueran levantadas todas las censuras. Lo consiga o no, para muchos de nosotros Benedicto XIII fue un ejemplo de rectitud y piedad en una época en la que eso no era frecuente, incluso entre los altos dignatarios eclesiásticos.
Hemos querido relatar todo lo anterior
porque estos días estamos disfrutando, de manera especial, con la lectura de la
obra de Vicente Blasco Ibáñez, El Papa del mar. En otro artículo
anterior ya nos referimos a otra del mismo autor, La vuelta al mundo de un
novelista, que nos pareció excelente. No lo es menos esta otra, que podríamos
enmarcar en el género de novela histórica, pues trata sobre la figura del gran
Papa aragonés, aunque la acción no transcurre en su época, sino en la nuestra,
siendo el protagonista el joven Claudio Borja, profundamente enamorado de Rosaura
de Salcedo, una acaudalada viuda argentina, también muy joven, a la que,
durante sus recorridos por los lugares en los que estuvo Benedicto XIII, le
relata la historia del Cisma y la biografía del Papa.
Es tal la cantidad de información que
ofrece y la amenidad con la que está escrita, que su lectura puede ser de gran
utilidad para quienes quieran acercarse a esa época. Es por ello, que
aconsejamos releer a un escritor como Blasco Ibáñez, cuya obra abarcó diversos
géneros, siempre con brillantez, entre los que se encuentra (y no lo sabíamos)
lo que podemos considerar un tipo de novela, tan en boga en nuestros días.
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