A través de un buen amigo común, nos ha llegado la triste noticia del fallecimiento, el pasado sábado, de D. Antonio Zapata Martínez, lo que ha supuesto para nosotros una enorme conmoción, dado los lazos que nos unieron durante un largo período de nuestras vidas.
Fue hace 45 años cuando nos conocimos
en la Policlínica Naval de Madrid, a la que había llegado acompañado por el
coronel marroquí Amar Oumghari y, desde entonces, compartimos con ambos una
amistad entrañable y múltiples experiencias en diferentes países, salpicadas de
anécdotas que darían para escribir una auténtica novela.
Antonio había nacido en Nador, una ciudad
que entonces era mucho más pequeña que en la actualidad. Ello influyó, sin duda,
para ese amor compartido hacia los dos países, que fue una de sus señas de
identidad.
Porque Antonio, amó profundamente a
España a la que sirvió, durante años, desde su puesto de Canciller del
Consulado de Nador, donde tanto hizo para reforzar la amistad hispano-marroquí.
Sus relaciones con destacados políticos del vecino país, con los que había
compartido los años de su infancia, sirvió de inestimable ayuda, en muchas
ocasiones, para solventar los inevitables conflictos que se suscitan cuando hay
intereses comunes. Somos testigos de su gran labor en momentos difíciles y del cariño
que nos transmitió hacia esas áridas tierras del norte de Marruecos que conocía
muy bien. Recordamos especialmente la estancia compartida en Alhucemas, con el
coronel Oumghari, y la visita al cementerio de esa ciudad donde, sus expensas,
se encargó de cuidar durante mucho tiempo las tumbas de los españoles cuyos
restos reposan allí.
Pero, ante todo, Melilla era el centro
de su atención y la base desde la que proyectaba todas sus actuaciones. A su
lado recorrimos esa maravilla, de Melilla “La Vieja”, con sus baluartes proyectados
hacia la mar. Cuando otro gran amigo nuestro, el arquitecto D. Salvador Moreno,
llevó a cabo su restauración, Antonio fue uno de los grandes impulsores de su
candidatura para el Premio Europa Nostra, que me cupo el honor de informar,
hasta que lo logramos, no sin vencer ciertas reticencias “geográficas” por
parte del Jurado, lo que fue posible gracias a la decidida intervención del
entonces duque de San Carlos, Presidente de Hispania Nostra.
Pero el interés de Melilla va mucho más
allá del casco antiguo, porque, como nos hizo ver, cuenta con un excepcional
conjunto de edificios modernistas que también forman parte de su identidad
ciudadana y que han sido magistralmente tratados en una obra que nos entregó.
Los paseos por sus bien cuidados
jardines, las inolvidables comidas en aquel templo del marisco que era el
restaurante “Los Salazones” ya desaparecido y los desayunos en los bares del
centro, con esas medias tostadas que nos recordaban nuestros tiempos de San
Fernando, eran otros alicientes de los viajes que nos obligaba a realizar a “su”
ciudad.
Allí disfrutaba presentándonos (exagerando
nuestros méritos) a destacados personajes de la política local y a otros
legendarios, como Esteban Soria, que llegó a impartir una conferencia en Borja,
contando sus experiencias en el desierto, o algunos de sus compañeros del
Instituto “Victoria Eugenia”. También hablo Antonio en aquella ocasión.
Porque, junto con lo comentado, Antonio
Zapata fue, ante todo, un gran profesor. Licenciado en Ciencias Económicas, por
la Universidad Complutense, y Catedrático de Educación Secundaria, tras ejercer
la docencia en el Instituto de Formación Profesional del barrio de la Victoria,
recaló en el Instituto “Reina Victoria Eugenia”, al frente del cual estuvo como
director muchos años.
Quienes no lo han vivido, es difícil que
puedan hacerse una idea del orgullo con el que mostraba sus instalaciones,
sumamente cuidadas, merced a su constante dedicación y al comportamiento que
exigía a sus alumnos. A ellos tuve que impartirles diversas charlas en las
numerosas ocasiones en que nos invitó, a veces compartidas con otros personajes
destacados.
Pero, si hay algo que recuerde con
especial agrado es el viaje realizado a la sede del Parlamento Europeo, tras
haber sido seleccionado el Instituto para compartir una experiencia singular
con alumnos de otros países, visitando Francia y Alemania, una distinción que
logró en más de una ocasión. Fue un viaje inolvidable, que permanece vivo en
nuestro recuerdo por las numerosas anécdotas y experiencias vividas, con los
profesores y los excelentes alumnos del Instituto.
Fue hace siete años cuando viajamos por
última vez a Melilla y Nador. No sabíamos entonces, aunque cabía intuirlo, que
iba a ser el último encuentro con personas muy queridas.
Todavía tuvo tiempo de presentarnos a
uno de los sacerdotes de Iglesia Castrense de la Inmaculada Concepción, en la
que ayer se celebró su funeral, cuya historia personal nos impresionó vivamente.
De parte de su intensa vida quiso dejar
testimonio en una obra especialmente interesante, Un canciller en la frontera.
Memorias e intrahistoria, que nos cupo el honor de prologar, aunque no pudimos
asistir a su presentación.
No queremos dejar de reseñar que
trayectoria de Antonio mereció ser galardonada con la Medalla de Oro al Mérito
en el Trabajo; la de caballero de la Orden de Isabel la Católica; la del Mérito
Civil y la Medalla al Mérito Militar con distintivo blanco. Quizás una de sus
frustraciones fue la de no haber sido recompensado con la Medalla al Mérito Naval,
en reconocimiento a su colaboración con la Armada.
Hoy al despedir al amigo, al patriota y a uno de los grandes embajadores de la ciudad autónoma de Melilla por el mundo, queremos sumarnos al dolor de todos los miembros de su familia, a los que quiso entrañablemente. Para su esposa Ana; sus hijos Ani, Antonio, Audith, Almudena y Alejandra; sus hijos políticos y sus quince nietos vaya todo nuestro cariño y afecto.
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