El 24 de octubre de 1725 se suscitó un problema de protocolo entre la corporación municipal de Borja y el obispo de Tarazona D. García Pardiñas Villar de Francos. Nacido en Cicere (Coruña) en 1672, el prelado pertenecía a la orden de la Merced y era especialmente puntilloso en estas cuestiones. Había sido consagrado el 9 de junio de 1720, tomando posesión de la sede turiasonense.
En 1722 visitó Borja por
vez primera y el recibimiento fue programado siguiendo el ceremonial
acostumbrado, pero el obispo manifestó su desacuerdo con el programa previsto,
exigiendo que toda la ciudad concurriera siempre que saliera del lugar de su
alojamiento.
Les pareció exagerada tal
pretensión, considerándola inusual y contraria a lo que se practicaba “en
lugares de igual grandeza, títulos y estimación”, por lo que se decidió que el
primer día sería recibido por toda la ciudad, acompañada de sus ciudadanos y al
segundo día le visitaría el ayuntamiento, concurriendo después a aquellas
funciones de iglesia en las que celebrara de pontifical. Se designó a dos
regidores para ir a esperarlo en el límite del término de Borja e incluso se
dispuso que se buscara “un coche decente” y “en caso de que no se hallase en su
contorno, se traiga de donde se halle para que la ciudad desempeñe su lustre”.
No contentó todo ello al
obispo que volvió a escribir exigiendo que, al menos, dos caballeros
capitulares del ayuntamiento le acompañaran en todas sus salidas.
En 1725 volvió a
programar una nueva visita a Borja y desencadenó un grave problema
protocolario, ya que pretendió que se le recibiera como en la primera ocasión,
a lo que el ayuntamiento se negó, exponiendo que una cosa era la primera visita
y otra las siguientes que realizaban los obispos a la ciudad.
El acuerdo que lleva la
citada fecha de 24 de octubre de 1725, detalla minuciosamente el procedimiento
seguido en el primer caso. Dos regidores, comisionados para este fin, acudían a
esperarlo en el límite del término que estaba situado en el olivar del monasterio
de Veruela, de la partida de Toledo. Allí, tras intercambiar los
correspondientes saludos, el obispo se acomodaba en el coche de los regidores,
en el que se desplazaba hasta la puerta del convento de San Francisco, donde le
esperaba la ciudad con el acompañamiento. Entre el corregidor y el regidor
decano marchaba hasta la puerta de la iglesia de San Miguel, donde se
incorporaba a la comitiva el cabildo de la colegial, entrando ya a la ciudad
por la puerta que existía antes de que se construyera el arco de San Francisco.
Una vez más la
insistencia de fray García Pardiñas motivó que en esta segunda visita se
procediera como en la primera, como gracia especial, aunque el ayuntamiento
hizo constar que “quede lo suficientemente claro que, para no adulterar los
derechos, dándolos voluntariamente a los obispos, sea ésta la única vez que se
transgreden las normas”.
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