Entre los grabados de Buenaventura Salesa, adquiridos por el Presidente del Centro de Estudios Borjanos, se encuentra el retrato de Antonio de Leyva que formó parte del primer cuaderno de la serie de retratos de Españoles Ilustres que, entre 1791 y 1819, salieron de la Calcografía Nacional, bajo el impulso del conde de Floridablanca y, posteriormente, del conde de Aranda y de Godoy.
Aunque
al pie del grabado se hace constar “Leonardo de Vinci lo pintó” y Bartolomé
Vázquez lo grabó, la relación de esta obra con Salesa fue establecida por
Javier Jordán de Urriés en un artículo publicado en la revista Goya, en 2012. Allí demostraba que fue
él quien, por encargo del embajador en Roma José Nicolás de Azara, realizó el
dibujo preparatorio que se envió a Madrid, a partir del supuesto retrato de
Leiva que conservaba Azara. Urriés encontró el recibo del pago efectuado a Salesa
por esta labor. Hay que recordar que nuestro paisano gozaba de la confianza del
embajador Azara que le encomendó numerosos trabajos.
No hemos
localizado la supuesta obra original de Leonardo, que sirvió de base para el
dibujo realizado por Salesa. El retrato más conocido es el que reproducimos de
autor anónimo.
Respecto a D. Antonio de
Leyva, incluimos a continuación la semblanza que del mismo realizó Antonio de
Capmany para la obra en la que se recopilaron todos los grabados editados por
la Calcografía Nacional:
“En una Villa de la Rioja llamada Leyva á dos
leguas de la Ciudad de Santo Domingo de la Calzada, nació el célebre Antonio de
Leyva, sacando ya desde la cuna los dotes y requisitos que califican un
excelente General. Su padre fue D. Juan Martinez de Leyva, Señor de dicha Villa
y su Estado, Capitán General de los Señores Reyes Católicos en el exército de
Rosellon: y su madre Doña Constanza de Mendoza y Guzman; cuyas ilustres casas
denotan lo esclarecido de su origen.
El año de 1501 dió principio á sus servicios
militares con una Compañía de Caballos contra los rebeldes Moriscos de la
Alpujarra; y al año siguiente pasó al exército de Nápoles á participar de las
glorias que alcanzaba su primo el Gran Capitán. Hallóse en la batalla de
Rabena; y aunque de ella salió herido, pudo, animado de su aliento, ir á
sosegar el alterado ánimo de Julio II, que estaba ya determinado á abandonar á
Roma, y refugiarse á Venecia. Señalóse particularmente su valor en la de Rebec;
y encerrado luego en las murallas de Pavía, luchando con los dolores de la gota
y los rigores de la hambre, bastó su constancia á resistir los ataques del
exército de Francisco I, adquiriéndole la defensa de esta plaza, y las muchas
victorias que á ella se siguieron, la fama de uno de los mayores Capitanes de
su siglo. Apoderóse en seguida de Milán, sin que bastasen á desalojarle los
esfuerzos reunidos de tantas Potencias como formaron liga contra su poder,
hasta que la suerte dispuso se entregase al Duque Francisco Esforcia; pero
obligándole Leyva á que se expresase la clausula de succesion en las
capitulaciones.
Mostró
su pericia y prudencia quando acompañó al Emperador Cárlos V en la jornada de
Viena contra Solimán año de 1529; y mucho mas quando en la Liga de 1533 fue
elegido de común acuerdo por Generalísimo de las tropas. Condecoróle el César
con el título de Lugarteniente suyo en Italia; y el Pontífice le presentó la
rosa y estoque como á defensor de la Iglesia. Pero lo mas famoso fue quando al
pasar muestra la Compañía de Leyva delante del Emperador, tomó este un
mosquete, y mandó al Veedor ó Comisario pusiese en la relacion: Cárlos de
Gante, Soldado de la Compañía del Señor Antonio de Leyva; en cuyo único caso se
vió que adquirió mas gloria un Capitán con solo un recluta, que quantos celebra
la fama con sus exércitos y poder. Finalmente arrojadas á viva fuerza las armas
Francesas de la Lombardia y Monferrato, que intentaron recobrar lo perdido
durante la jornada del Emperador en África, siguió el alcance Leyva hasta
ponerse sobre los muros de Fosano en el Piamonte.
Entró
con el exército en Francia, y agravada la dolencia de la gota, ya con las
indecibles fatigas que le costaron sus victorias, ya también, como otros
opinan, con los disgustos y pesares que la envidia le traxo, se rindió su
natural, inmutable siempre en los mayores peligros, y acabó su vida á impulsos
del sentimiento en los campos de Aix á los cincuenta y seis años de su edad.
Fué Príncipe de Asculi, Marques de Átela, Conde de Monza, Grande de España,
Comendador de Teste en la Orden de Santiago, y del Consejo de Estado y Guerra.
Su
actividad y su talento en el trance de una batalla, no conocieron competidor,
ni jamás tuvieron otro objeto que el interés y la gloria de su Rey. Su
educación puramente militar, y su vida que pasó siempre entre los horrores de
la guerra, daban cierta aspereza á su trato; á la qual no dexaban de agarrarse
sus émulos para motejarle de cruel, y aun de impío. ¡Pero quién será el Héroe
en quien la envidia no encuentre ligeros deslices ó defectos, que gradúe de
faltas graves, quando aun las mismas virtudes sabe convertir en vicios?”.
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