Los recuerdos a los caídos en combate, especialmente a los muertos en el transcurso de la I Guerra Mundial es algo habitual en las iglesias francesas y en las de otras naciones europeas.
Con motivo de
la restauración de la catedral de Notre-Dame ha sido limpiada la bonita lápida
que, en una de sus naves laterales, está dedicada al millón de muertos del
Imperio Británico que fallecieron en los campos de combate franceses, entre
1914 y 1918.
La inscripción,
en inglés y francés, dice: “A la gloria de Dios y a la memoria del millón de
muertos del Imperio Británico caídos durante la Gran Guerra, 1914-1918, de los
que la mayor parte reposan en Francia”.
Es una lápida
muy bonita con los escudos del Reino Unido en el centro, rodeado por los de
aquellos territorios que pertenecían al Imperio y de los que procedían los combatientes:
India, Canadá, Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Terranova.
Recuerdos como
éste, tan frecuentes en otros lugares, son prácticamente inexistentes en los
templos españoles. Cierto es que no participamos, oficialmente, en ninguna de
las dos guerras europeas, pero no nos faltan muertos en combate en otras en las
que las bajas españolas fueron muy numerosas, permaneciendo en un completo
olvido.
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