martes, 27 de mayo de 2025

El famoso hurto de libros en la biblioteca de la Seo

         En el último número de la revista Patrimonio Cultural y Derecho, que reseñamos en otro artículo, el periodista de Heraldo de Aragón, aborda la cuestión de la desaparición de importantes obras en la biblioteca de la Seo de Zaragoza, merced a un hurto (que no robo), llevado a cabo a mediados del siglo XX, con la complicidad de los encargados de su custodia. En él aborda otro importante tema, planteado por John Paul Floyd en su obra A Sorry Saga, el de la posible recuperación de algunas de las obras desaparecidas, a pesar de la prescripción del delito.

 

         Es posible que muchos de nuestros lectores no recuerden unos hechos que, en su momento, alcanzaron gran eco, tanto dentro como fuera de España y que, con posterioridad, han sido objeto de varios estudios.

         La historia comienza cuando un italiano Enzo Ferrajoli, que había combatido en España, durante la Guerra Civil, y se había establecido en Barcelona, ejerciendo como librero anticuario, contacta con el canónigo bibliotecario de la Seo, D. Leandro Aína, ganando su confianza, así como la de su secretario D. Salvador Torrijos.

         A cambio de compensaciones económicas, que comenzaron siendo modestas, hasta alcanzar cifras más elevadas, les propone “adquirir” determinadas obras de la biblioteca, que comienzan a salir de ella, sin que nadie se percate.

 

         Por increíble que pueda parecer, ello fue posible por el descontrol existente en la biblioteca y, por supuesto, merced a la colaboración de quien tenían la obligación de velar por la conservación de esos fondos. Lo patético es que el italiano salía con los paquetes de libros, auxiliado por el portero de la biblioteca D. Jerónimo Sebastián, que amablemente se los llevaba hasta el coche. Una vez en Barcelona, a través de una sólida red clientelar Ferrajoli los fue vendiendo a coleccionistas y bibliotecas de diversos países, donde aún permanecen.

 

         Suele afirmarse que las obras sustraídas fueron 583, aunque se sospecha que el número llegó a ser superior. Muchas de ellas de enorme valor, como la colección de manuscritos en griego u otros hebraicos, así como incunables y obras consideradas únicas.

 

         El escándalo estalló, de manera accidental, cuando otro canónigo D. José Goñi, de la catedral de Pamplona, quiso consultar un libro, que ya conocía, descubriendo con sorpresa que había desaparecido, al igual que otros de gran valor.

         Puesto el hecho en conocimiento de las autoridades eclesiásticas y civiles, las indagaciones condujeron a la detención del italiano y sus cómplices. Los civiles fueron llevados a la cárcel de Torrero y los eclesiásticos a un convento de la capital aragonesa.

         El Juzgado de Instrucción nº 3 instruyó una causa por hurto, de resultas de la cual fueron procesados y juzgados Enzo Ferrajoli, el canónigo D. Leandro Aina, su secretario Salvador Torrijos, el farmacéutico zaragozano Enrique Aubá (que había adquirido varios libros) y el portero D. Jerónimo Sebastián Menadas.

         El italiano fue condenado a 8 años y 1 día; el canónigo y su secretario a 2 años, 4 meses y 1 día; el portero a la misma pena que los anteriores; mientras que el farmacéutico y bibliófilo fue absuelto por entender que las compras habían sido realizadas de buena fe. Ninguno de los condenados llegó a cumplir íntegra su condena. El italiano murió poco después y los restantes no tardaron mucho en ser indultados.

         Hasta aquí, el relato sumario de lo acaecido, pero el artículo del periodista del Heraldo se centra en otro aspecto curioso, el de la investigación realizada en torno al famoso mapa de Vinlandia, por parte del investigador aficionado británico John Paul Floyd.

 

         El conocido como mapa de Vinlandia fue descubierto en 1957 dentro del códice Hystoria Tartarorum (Historia de los Tártaros) e, inicialmente, causó un enorme impacto dado que aparecía representada la supuesta isla de Vinlandia que, en realidad correspondía a las costas del norte de América, lo que suponía que alguien había llegado a América, antes que Colón.

         El mapa adquirido por el empresario Paul Mellón fue donado a la universidad de Yale en 1965, pero algún tiempo después su autenticidad fue puesta en duda, tanto por pruebas analíticas como por el hecho de la perfección con la que está trazado el contorno de Groenlandia, cuando aún no se sabía que era una isla.

         El estudio de John Paul Floyd llega ahora más lejos, ya que ha conseguido precisar que el códice perteneció la biblioteca de la Seo, ligando el nombre de Ferrajoli al fraude del mapa, que nada tiene que ver con el códice, sino que fue elaborado a partir de dos pergaminos también procedentes de catedral zaragozana.

         Junto con todo ello, el artículo del periodista del Heraldo plantea la posibilidad de poder recuperar algunos de los libros de esa biblioteca, especialmente los que están en la universidad de Yale, muy cuidadosa en estas cuestiones. Distintos es el caso del British Museum que, desde el principio, obstaculizó todos los intentos para que volvieran a su procedencia, entre los que sobresalieron las gestiones realizadas por D. Xavier de Salas, por entonces Agregado Cultural en la embajada de España en Londres.


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