Uno de los dibujos más interesantes de los conservados en los Cuadernos de Campo de D. Federico Bordejé es el referido a lo que denominó “mosaico ibérico”, descubierto por él en el monte de la Corona.
En realidad, este pavimento correspondía a una vivienda romana y no era un mosaico, sino lo que se conoce como opus signinum, técnica consistente en la utilización de teselas incrustadas en una base de mortero, formando figuras geométricas.
El mosaico, propiamente dicho está realizado, en su totalidad, con teselas de diferentes colores que, en ocasiones, dan lugar a composiciones espectaculares.
Este pavimento
se encontraba en el monte de la Corona, donde estuvo la primitiva Bursau
celtibérica y, posteriormente, la ciudad romana. Por este apunte sabemos que
Bordejé lo descubrió el 19 de septiembre de 1934, en el transcurso de un
recorrido efectuado con el maestro D. Francisco Pelegrín y D. Celestino Sanz.
El dibujo
reproducido en primer lugar lo realizó el 19 de septiembre de 1955. En aquella
ocasión le acompañaba su amigo D. Santiago Sánchez y su hijo. Con su ayuda lo
midió y dibujo cuidadosamente.
Concedió
especial importancia al motivo central, enmarcada por franjas negras, que creía
se trataba de una “Rosa de los Vientos”, llegando a situar en ella los puntos
cardinales. Sin embargo, este símbolo es de origen medieval y su invención se
atribuye al mallorquín Ramon Llull, pero ya Plinio el Viejo hizo alusión a ella,
en su Historia Natural. En cualquier caso, el diseño de una Rosa de los
Vientos es muy diferente al que aparece en el pavimento de Borja.
No mucho tiempo
después de que Bordejé lo dibujara, el pavimento fue destrozado por el propio
Ayuntamiento que decidió plantar pinos en el monte de la Corona y no vacilaron
en hacerlo sobre el propio pavimento y sobre estos testimonios arqueológicos de
la zona. Para entonces, ya se conocía la importancia de esos restos, aunque la
aparición de numerosas cerámicas durante la excavación de los hoyos para
plantar los pinos, propició la visita del Prof. D. Antonio Beltrán, quien quedó
lógicamente horrorizado, pero nada se hizo. Durante mucho tiempo, aunque poco a
poco fueron sustraídas, hubo pilas de restos cerámicos, entre ellos muchos de
ánforas, diseminados en diferentes puntos del monte.
Los pinos no
crecieron, pero el pavimento fue progresivamente deteriorándose sin que fuera
objeto de ningún tipo de protección y fueron muchos los que se llevaron
fragmentos del mismo como recuerdo.
Actualmente,
apenas queda nada. No hemos querido volver a ese lugar para fotografiarlo, por
temor a que se acrecentara nuestra depresión, pero pueden constatarlo si se
atreven a ello.





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