miércoles, 25 de junio de 2025

El pavimento perdido de la Corona

         Uno de los dibujos más interesantes de los conservados en los Cuadernos de Campo de D. Federico Bordejé es el referido a lo que denominó “mosaico ibérico”, descubierto por él en el monte de la Corona.

         En realidad, este pavimento correspondía a una vivienda romana y no era un mosaico, sino lo que se conoce como opus signinum, técnica consistente en la utilización de teselas incrustadas en una base de mortero, formando figuras geométricas. 

 



         El mosaico, propiamente dicho está realizado, en su totalidad, con teselas de diferentes colores que, en ocasiones, dan lugar a composiciones espectaculares. 



         Este pavimento se encontraba en el monte de la Corona, donde estuvo la primitiva Bursau celtibérica y, posteriormente, la ciudad romana. Por este apunte sabemos que Bordejé lo descubrió el 19 de septiembre de 1934, en el transcurso de un recorrido efectuado con el maestro D. Francisco Pelegrín y D. Celestino Sanz.

         El dibujo reproducido en primer lugar lo realizó el 19 de septiembre de 1955. En aquella ocasión le acompañaba su amigo D. Santiago Sánchez y su hijo. Con su ayuda lo midió y dibujo cuidadosamente.


         Concedió especial importancia al motivo central, enmarcada por franjas negras, que creía se trataba de una “Rosa de los Vientos”, llegando a situar en ella los puntos cardinales. Sin embargo, este símbolo es de origen medieval y su invención se atribuye al mallorquín Ramon Llull, pero ya Plinio el Viejo hizo alusión a ella, en su Historia Natural. En cualquier caso, el diseño de una Rosa de los Vientos es muy diferente al que aparece en el pavimento de Borja.

 

         No mucho tiempo después de que Bordejé lo dibujara, el pavimento fue destrozado por el propio Ayuntamiento que decidió plantar pinos en el monte de la Corona y no vacilaron en hacerlo sobre el propio pavimento y sobre estos testimonios arqueológicos de la zona. Para entonces, ya se conocía la importancia de esos restos, aunque la aparición de numerosas cerámicas durante la excavación de los hoyos para plantar los pinos, propició la visita del Prof. D. Antonio Beltrán, quien quedó lógicamente horrorizado, pero nada se hizo. Durante mucho tiempo, aunque poco a poco fueron sustraídas, hubo pilas de restos cerámicos, entre ellos muchos de ánforas, diseminados en diferentes puntos del monte.

 

         Los pinos no crecieron, pero el pavimento fue progresivamente deteriorándose sin que fuera objeto de ningún tipo de protección y fueron muchos los que se llevaron fragmentos del mismo como recuerdo.

         Actualmente, apenas queda nada. No hemos querido volver a ese lugar para fotografiarlo, por temor a que se acrecentara nuestra depresión, pero pueden constatarlo si se atreven a ello.


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