Hoy celebramos la fiesta de San Antonio de Padua, un gran
Santo franciscano nacido en Lisboa hacia 1195 que es objeto de especial
veneración en muchas ciudades de todo el mundo. A pesar de ser relacionado con
la búsqueda de objetos perdidos o su fama de santo casamentero, lo cierto es
que fue un hombre dotado de una gran talla intelectual, hasta el punto de haber
sido proclamado “Doctor de la Iglesia”.
Había profesado en Portugal como canónigo regular de San Agustín
y cursado estudios de Teología en prestigiosos centros de formación. La noticia
del martirio de los primeros misioneros franciscanos enviados a Marruecos le
provocó una enorme conmoción y decidió seguir su ejemplo pero una grave
enfermedad le impidió cumplir su deseo. Sin embargo, abandonando su
congregación se unió a los franciscanos, participando en el Capítulo General de
Asís de 1221, donde conoció a San Francisco, quien le encomendó enseñar Teología
a sus hermanos y dedicarse a la predicación, dadas sus extraordinarias dotes
como orador sagrado. Falleció en 1231 y fue canonizado por Gregorio IX al año
siguiente.
En Borja, como en otras muchas localidades de nuestra
comarca existen numerosas representaciones iconográficas. Hay que recordar que
es Patrón de Gallur, donde este año no podrán celebrar su fiesta en la forma
tradicional.
La primera imagen que hemos insertado es del convento de
Santa Clara y, en su iglesia, formando parte de la predela del antiguo retablo
de franciscanos, se encuentra este bajorrelieve que representa uno de sus más
conocidos milagros. Encontrándose combatiendo la herejía cátara en el sur de
Francia, adonde había sido enviado por San Francisco, como negaran la presencia
real de Cristo en la Eucaristía, mandó que dejaran sin alimento a una mula
durante varios días. Al cabo de ellos, le colocaron una cesta con pienso pero
la mula, en lugar de comer, se arrodilló ante la Sagrada Forma que le presentó
San Antonio, en medio de la sorpresa de
los herejes.
En la antigua iglesia de Santo Domingo de nuestra ciudad
tenía un altar dedicado, cuya imagen se guarda ahora en la colegiata. Allí, un
día a la semana, se repartía el llamado “pan de los pobres”. Eran tiempos de
gran necesidad y no eran pocas las personas que acudían a recogerlo. Nos
parecían tiempos lejanos, pero no sabemos si volveremos a verlos.
Esa relación con el pan de los pobres pudo inducir a la
curiosa confusión que se produjo en Santa María, donde existía un lienzo que representaba
a San Antonio, a la entrada de la nave desde el claustro. El cuadro estaba
deteriorado y el párroco de entonces decidió reemplazarlo por otro en mejor
estado, que es el que sigue estando sobre la cajeta para recoger las ofrendas
que se le dedican.
Pero este “nuevo” lienzo no correspondía a San Antonio de
Padua, sino a otro santo franciscano, San Diego de Alcalá, como puso de
manifiesto D. Raúl Rivarés Custardoy en un artículo publicado en nuestro
Boletín.
El error podía haber sido advertido por el detalle de que
entre los trozos de pan que reparte a los desfavorecidos, hay unas rosas. San
Diego era un hermano lego que fue enviado como portero al primer convento
erigido en Canarias. Allí sus hermanos le reprochaban su generosidad en las
limosnas y, como se refiere de Santa Isabel de Hungría, cuando quisieron ver
que era lo que les daba, el pan se convirtió en rosas.
San Diego gozó ya en vida de fama de santidad y su cuerpo
incorrupto fue reclamado por Felipe II, con ocasión de la caída sufrida por su
heredero el príncipe Carlos que le provocó una gran conmoción cerebral que hizo
temer por su vida. Se cuenta que se llegó a introducir el cuerpo del Santo en
el lecho del enfermo que, finalmente, sanó pero con secuelas psíquicas que
provocaron serios enfrentamientos con su padre hasta su trágico fallecimiento
que la leyenda negra atribuyó al propio monarca.
Al margen de todo ello, en Borja podemos preciarnos de haber
reemplazado a San Antonio por San Diego sin que haya podido documentarse que
ello haya influido en el número de matrimonios. Esta pintura fue estudiada por
la Profª Dª. Rebeca Carretero que la atribuyó al artista turiasonense Francisco
Leonardo de Argensola.
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