martes, 29 de julio de 2025

El fuerte de Capuchinos

A la entrada de Borja, junto al parque de San Francisco, todavía se conserva el antiguo convento de capuchinos, edificado en 1623 con los recursos económicos que aportó el borjano Juan de Pradilla. En las dependencias conventuales se instaló, a partir del 1869, el Hospital Sancti Spiritus que, hasta ese momento, había estado situado junto a la colegiata de Santa María, en el edificio que hoy ocupa el museo de la misma.

 

 


El convento continúa siendo utilizado como residencia de ancianos, mientras que su iglesia, un monumento de gran interés, está a la espera de la rehabilitación de sus cubiertas y del interior.

En esta fotografía antigua puede verse cómo era la iglesia antes de que se convirtiera en sórdido almacén. Aún estaban las imágenes que, ahora, pueden contemplarse en la sala VIII del Museo de la Colegiata. 




Pero, a lo largo de su historia, el convento ha desempeñado en varias ocasiones cometidos militares. En 1703, durante la guerra de Sucesión, fue utilizado por los borjanos como posición avanzada, frente a las tropas austracistas que atacaron la ciudad, donde protagonizaron una heroica defensa. En recuerdo de esa gesta, el Centro de Estudios Borjanos instaló una placa conmemorativa, con ocasión del II Centenario de la misma.

 

          También, durante la guerra de la Independencia volvió a ser empleado como fuerte. En esta ocasión por la guarnición francesa que, en 1812, fue atacada por fuerzas españolas, ante las que capitularon, tras una desesperada resistencia durante un cierto período de tiempo.

         Para conmemorar ese hecho, rindiendo homenaje tanto a las fuerzas españolas como a los 60 soldados franceses, que al mando del capitán Rouillac, defendieron con tesón su posición, el Centro de Estudios Borjanos encargó otra placa, para ser colocada allí, pero trece años después sigue a la entrada de la Casa de Aguilar, a la espera de que ocupe su lugar junto a la otra.

 

         Acabada la guerra, volvió a ocuparlo la comunidad, hasta su desamortización en 1835, fecha en la que fue expulsada la comunidad de religiosos.

         Inmediatamente después, los liberales decidieron volver a emplearlo como fuerte, ante el temor a un ataque carlista e iniciaron las obras que no llegaron a terminar antes del fin de la contienda. Las dirigía D. Tadeo Navarro, capitán retirado y propietario del palacio que está en la plaza del Mercado. También intervenía el jefe de la Milicia Nacional, cuya única aportación consistía en llevar la contraria a D. Tadeo, mandando tapar las aspilleras que el otro había construido, ante el enojo del militar.

         Como señalaba con guasa el general Nogués, “lo llamaban fuerte y era flojo”. A pesar del empeño que pusieron los problemas se sucedían y “siempre que trataron de llenar con agua el foso, se filtraba y como las trompetas de Jericó, hacía caer las murallas”. No es de extrañar, por lo tanto, que al ser visitada por el coronel de Estado Mayor D. José María Cistué, tan inexpugnable fortaleza, exclamara: “No la tomarán…, si no la atacan”.

 

         De su pasado bélico aún se conservan las aspilleras en la zona baja de la iglesia y en la parte superior de la misma. Algunas de ellas fueron abiertas, como recuerdo, durante la última restauración de la fachada del templo que, sin embargo, está a la espera de una recuperación integral, por ser un monumento de indudable importancia que corre el riesgo de perderse.


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