A la entrada de Borja, junto al parque de San Francisco, todavía se conserva el antiguo convento de capuchinos, edificado en 1623 con los recursos económicos que aportó el borjano Juan de Pradilla. En las dependencias conventuales se instaló, a partir del 1869, el Hospital Sancti Spiritus que, hasta ese momento, había estado situado junto a la colegiata de Santa María, en el edificio que hoy ocupa el museo de la misma.
El convento continúa siendo utilizado como
residencia de ancianos, mientras que su iglesia, un monumento de gran interés,
está a la espera de la rehabilitación de sus cubiertas y del interior.
En esta fotografía antigua puede verse cómo era la iglesia antes de que se convirtiera en sórdido almacén. Aún estaban las imágenes que, ahora, pueden contemplarse en la sala VIII del Museo de la Colegiata.
Pero, a lo largo de su historia, el
convento ha desempeñado en varias ocasiones cometidos militares. En 1703,
durante la guerra de Sucesión, fue utilizado por los borjanos como posición
avanzada, frente a las tropas austracistas que atacaron la ciudad, donde
protagonizaron una heroica defensa. En recuerdo de esa gesta, el Centro de Estudios
Borjanos instaló una placa conmemorativa, con ocasión del II Centenario de la
misma.
También,
durante la guerra de la Independencia volvió a ser empleado como fuerte. En
esta ocasión por la guarnición francesa que, en 1812, fue atacada por fuerzas
españolas, ante las que capitularon, tras una desesperada resistencia durante
un cierto período de tiempo.
Para conmemorar ese hecho, rindiendo
homenaje tanto a las fuerzas españolas como a los 60 soldados franceses, que al
mando del capitán Rouillac, defendieron con tesón su posición, el Centro de
Estudios Borjanos encargó otra placa, para ser colocada allí, pero trece años
después sigue a la entrada de la Casa de Aguilar, a la espera de que ocupe su
lugar junto a la otra.
Acabada la guerra, volvió a ocuparlo la
comunidad, hasta su desamortización en 1835, fecha en la que fue expulsada la
comunidad de religiosos.
Inmediatamente después, los liberales
decidieron volver a emplearlo como fuerte, ante el temor a un ataque carlista e
iniciaron las obras que no llegaron a terminar antes del fin de la contienda.
Las dirigía D. Tadeo Navarro, capitán retirado y propietario del palacio que
está en la plaza del Mercado. También intervenía el jefe de la Milicia
Nacional, cuya única aportación consistía en llevar la contraria a D. Tadeo,
mandando tapar las aspilleras que el otro había construido, ante el enojo del
militar.
Como señalaba con guasa el general
Nogués, “lo llamaban fuerte y era flojo”. A pesar del empeño que pusieron los
problemas se sucedían y “siempre que trataron de llenar con agua el foso, se
filtraba y como las trompetas de Jericó, hacía caer las murallas”. No es de
extrañar, por lo tanto, que al ser visitada por el coronel de Estado Mayor D.
José María Cistué, tan inexpugnable fortaleza, exclamara: “No la tomarán…, si
no la atacan”.
De su pasado bélico aún se conservan
las aspilleras en la zona baja de la iglesia y en la parte superior de la
misma. Algunas de ellas fueron abiertas, como recuerdo, durante la última
restauración de la fachada del templo que, sin embargo, está a la espera de una
recuperación integral, por ser un monumento de indudable importancia que corre
el riesgo de perderse.


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