Tras las elecciones de noviembre de 1933, en las que las urnas dieron el triunfo a las candidaturas de derecha, el PSOE optó por la vía insurreccional para la consecución de sus objetivos y, junto con la UGT, comenzó a preparar lo que, en octubre de 1934, desembocaría en la llamada “revolución de octubre”.
En la madrugada del 4 al 5 de ese mes,
dio inicio una huelga revolucionaria que fue reprimida en la mayor parte de
España, salvo en Cataluña donde Lluís Companys, de Esquerra Republicana de
Catalunya (ERC), proclamó el “Estado Catalán”, en la noche del 6 de octubre y
en Asturias, donde la situación adquirió tintes dramáticos.
En nuestra comarca, fue en Mallén donde
se produjeron los principales y casi únicos incidentes, de los que, por su
gravedad se hizo eco la prensa de la época. De lo acaecido, hemos dado cuenta
en alguna otra ocasión, reproduciendo las imágenes publicadas.
En la noche del 4 al 5 de octubre, los
miembros de la UGT local, armados con escopetas de caza y algunas pistolas,
asaltaron el Ayuntamiento izando su bandera en el balcón principal y
proclamando el comunismo libertario.
Seguidamente, se dirigieron al cuartel
de la Guardia Civil, logrando según las informaciones que hasta ahora teníamos
con el control del edificio, lo que, a la luz de un “descubrimiento” reciente
no era cierto.
Porque, acabamos de conseguir un
documento que ofrece una nueva visión de lo acaecido en Mallén. Se trata de una
carta, escrita a máquina (con algunas faltas), en papel timbrado del comercio
de tejidos de Tomás Cobos Cenarro, en la que, con fecha de 8 de octubre, el
propietario y su esposa ofrecen a sus hermanas su particular visión de los
hechos.
Que los firmantes no eran socialistas
ni partidarios de la revolución es algo evidente, por la forma en que relatan
los hechos y los epítetos que dedican a los implicados. Pero lo que cuentan ofrece
datos complementarios a lo ya publicado por otros historiadores locales, como
Iván Heredia.
En primer lugar, el relato existente
hasta ahora incluía el asalto a la Casa Consistorial, “del que se apoderaron
tras desarmar a los tres alguaciles” y el asedio al cuartel de la Guardia Civil
del que “tras un breve e intenso tiroteo se apoderaron”. Pero, en la carta, se afirma
que la ocupación del Ayuntamiento se produjo “a las cuatro de la mañana”, hora
en la que es improbable que estuvieran allí los alguaciles, aunque pudieron
hacerse con sus armas después. Respecto al cuartel los datos que aporta D.
Tomás Cobos son concluyentes: el Comandante del Puesto, a pesar del sitio al
que estaba sometido, se negó a entregarlo, mientras no recibiera órdenes
superiores. En la carta se afirma que “los tontos y canelos estaban aguardando
a que se decidieran a salir” y en esa situación les sorprendió la llegada de
los refuerzos solicitados a Tudela, por medio de un vecino.
Efectivamente, para recuperar el
control de la localidad fueron enviadas fuerzas desde Tudela, cuyo número de
efectivos se desconoce; algunas fuentes hablan de “una compañía” lo que parece
excesivo. El error puede partir del hecho de que, dentro del despliegue de la
Benemérita, Tudela era sede de compañía, como Tarazona, de las que dependían
las “líneas”.
El puesto de Mallén dependía de la línea de Borja, por eso
siempre nos llamó la atención que no se pidiera ayuda al cuartel de nuestra
ciudad. Es posible que el mensajero encontrara más fácil llegar hasta Tudela,
pero lo cierto es que desde allí llegaron los refuerzos solicitados.
Pero, cuando se acercaban a Mallén fueron sorprendidos por los
sublevados. En la prensa de la época (véase la foto) se llegó a afirmar que se
hicieron fuertes en la torre de la iglesia parroquial. Al parecer, fue en las
eras de las afueras donde se enfrentaron a la Guardia Civil.
Como consecuencia del enfrentamiento resultó muerto el Cabo
de la Guardia Civil D. Vicente Revilla Rodríguez. Había nacido en Arellanosa de
Muñoz (Burgos) en 1885 y estaba casado con Dª. Leocadia González González,
siendo padre de seis hijos. También resultó herido otro número de la Guardia
Civil y, entre los sublevados, el paisano Pascual Ibáñez.
Sobre este hecho, la carta señala que al “pobre cabo de
Tudela lo mataron nada más entrar con una escopeta de tordos y de improviso, porque
no se dieron cuenta cuando entraron en donde se metían”.
Rápidamente, las fuerzas llegadas se hicieron con el control
de la localidad, entre otras razones porque, dice la carta, “los que antes eran
valientes revolucionarios” se metieron por las gateras y la Guardia Civil se
dedicó “a sacar los conejos de los cados y se los iban llevando poco a poco”.
Hubo más de cien detenidos de los que el firmante de la
carta, con indudable dureza afirma que los iba viendo pasar “unos atados, otros
como Cristo en la Cruz y con un color como el papel y hechos un guiñapo, porque
algunos no tenían valor ni para levantar los brazos”.
Es muy llamativa la referencia a que, entre los detenidos, figuraba “la generala en jefe de esta revuelta, que es la Elena”. Se trataba de Elena Palacios Baigorri, que fue detenida con sus hijos Antoni y Elena.
El cadáver del cabo Revilla fue trasladado
a Tudela, en cuyo cementerio recibió sepultura. En su lápida se hace constar
que “murió gloriosamente en Mallén”. Pero, la situación volvió a recrudecerse
el día 8 de octubre, el mismo en que fue escrita la carta. Según informó Heraldo de Aragón, “tres
revoltosos” se enfrentaron a los guardias civiles que aún patrullaban por la localidad,
haciéndoles varios disparos. Al repeler la agresión resultó muerto Bonifacio de
Sola Arana.
Fue preciso proclamar el estado de
guerra y ya con anterioridad había sido clausurada la Casa del Pueblo y
efectuados registros en busca de armas. Ello contribuyó al total control, de manera
que, como se indica en la carta “se ha quedado todo tan tranquilo”.
Pero, lo que no estaban tranquilos eran
los detenidos, que, tras comparecer ante Consejos de Guerra sumarísimos,
recibieron severas condenas. Alejandro Armingol (o Armengol) y Joaquín Gómez
Bea fueron condenados a muerte; otros a varios años de prisión. Pero, tras el triunfo
del Frente Popular en febrero de 1936, todos quedaron en libertad, siendo
objeto de algunos homenajes.
Lamentablemente, tras el inicio de la
Guerra Civil, fueron de nuevo detenidos y fusilados. En el caso de Elena Palacios,
lo fue en 18 de agosto de 1936 junto con su hija (de 36 años), mientras que su
hijo Antonio pudo salvarse marchando voluntario al frente.
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