El martes 17 de mayo el Presidente del Centro de Estudios Borjanos acompañó a los miembros de la Asociación Cultural “El Alcorque” en la visita que efectuaron a la catedral de Tarazona que acaba de ser abierta al público. Iban acompañados por D. Carmelo Borobia Isasa, obispo auxiliar emérito de Toledo y antiguo titular de la sede turiasonense.
D. Carmelo fue el auténtico impulsor de las obras de restauración de la catedral, pues consiguió recabar los apoyos necesarios para sacar a este importante monumento de la situación de abandono en que se encontraba, y tuvo el acierto de encargar el Plan Director al arquitecto D. Fernando Aguerri Martínez que, posteriormente, ha dirigido las obras en colaboración con su hermano y un equipo multidisciplinar de gran valía.
Durante el detallado recorrido, los visitantes pudieron comprobar el espectacular resultado de los trabajos, siendo guiados por el Presidente del Cabildo, D. José María Gutiérrez. A la comida posterior se unió el actual obispo de Tarazona, D. Eusebio Hernández Sola, a quien ha correspondido el honor, nada más tomar posesión de su sede, de ver cumplido el sueño de tantas personas, abriendo al culto el principal monumento de la diócesis.
Para las gentes de Borja, la recuperación de la catedral constituye una buena noticia, dada la influencia que va a tener en el turismo de la zona y, por otra parte, el edificio conserva algunos testimonios que lo relacionan con nuestra ciudad. Es bien conocido que la fundadora de la primitiva catedral fue Dª Teresa Cajal, la madre de D. Pedro de Atarés, la cual fue también señora de Borja, como su hijo. Las importantes pinturas murales de su cabecera fueron obra del gran artista renacentista Alonso González, establecido en Borja desde 1546 cuando contrajo matrimonio con Francesa de Vera; aquí residía también su hermano Isidoro, médico de profesión. Por otra parte, en la capilla de San Andrés destaca la decoración de estuco de sus muros, realizada por el veneciano Ambrosio Mariesque, autor del magnífico frontal de la colegiata de Santa María, probablemente encargado por la condesa de Castellflorit y cuyo éxito le deparó otros trabajos, como los realizados en la sacristía del monasterio de Veruela, posteriormente desaparecidos, y los aquí comentados de la capilla de San Andrés.
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