Con motivo de nuestra pequeña investigación sobre la actriz borjana, del siglo XVII, Tomasa Manje, a la que nos referíamos ayer, hemos tenido la oportunidad de conocer algunas actuaciones curiosas de los tribunales de la Inquisición, relacionadas con el teatro.
El nombre de la Inquisición está
asociado a la leyenda negra española y a la represión ejercida sobre los “nuevos
cristianos”, pero también ejerció una labor de control sobre el conjunto de la
población y sobre determinadas costumbres y, en el caso de la actividad
teatral, es bien conocido el hecho de que algunas obras no pudieron llegar a
representarse, al no superar los rígidos filtros impuestos por el Santo Oficio.
Pero, lo que hoy queremos comentar son
algunos aspectos curiosos que, quizás, pudieran parecernos sorprendentes. En
primer lugar, cabe señalar que la Inquisición nunca se pronunció, con carácter
general, en contra del Teatro y autores tan relevantes como Lope de Vega eran
familiares de la Inquisición. Ello, no quiere decir que determinados eclesiásticos
se manifestaran, de manera contundente, en contra de las representaciones.
En concreto, el obispo de Puebla, beato Juan de Palafox, llegó
a prohibir la asistencia de los eclesiásticos a las comedias, por considerar
que “son la peste de la república, el fuego de la virtud, el cebo de la
sensualidad, el tribunal del demonio, el consistorio del vicio, el seminario de
los pecados más escandalosos, hijos de la idolatría y gentílica ceguedad [...]
porque no son las comedias sino un seminario de pasiones, de donde sale la
crueldad embravecida, la sensualidad abrasada, la maldad instruida para cometer
pecados”.
Uno de los motivos que despertaban mayor suspicacia entre determinados
miembros de la Iglesia era la participación de mujeres en las representaciones.
Fue durante el reinado de Felipe II cuando se les permitió actuar en España, como
ya sucedía en Italia. Por el contrario, en Inglaterra lo tenían completamente
prohibido y los papeles femeninos corrían a cargo de jóvenes imberbes.
Sin embargo, hombres y mujeres ocupaban
lugares separados en los Corrales de Comedia, algo que se cumplía rigurosamente,
dando lugar a serias condenas aquellos raros casos en los que se infringían
esas normas.
Maite Pascual, en un artículo sobre el
teatro en Tudela, dio a conocer lo ocurrido en esa ciudad el 7 de enero de 1689,
durante una representación en la “Casa y Patio de las Comedias”. Los
protagonistas fueron el joven de 16 años, Miguel Vizcaino; el sacerdote Esteban
de Santafé, capellán de la parroquia de San Juan; y Domingo de Lana, sacristán
de la parroquia de Buñuel.
Resultó que
el joven Miguel tenía en su poder la llave del “aposento” (palco) que su hermana
había alquilado, para asistir a la representación con una amiga y, comoquiera
que no podían hacerlo por causas que no conocemos, Miguel decidió aprovecharse
de la situación e ir a la función. Así se lo comentó a sus amigos el capellán y
el sacristán mencionados, que debían ser jóvenes como él. Pero, había un
problema: el aposento estaba en el lado de las mujeres y, por lo tanto, vedado
a los hombres.
Para solventarlo, no se les ocurrió
mejor idea que disfrazarse de mujeres, con unas sayas y “mantellinas” que les
cubrían parcialmente el rostro. Ataviados de tal guisa lograron entrar en el
corral, pero su aspecto dejaba mucho que desear y, antes de que pudieran entrar
en el aposento y cerrar, el empresario sospechó de ellos y, tras interrogarlos,
descubrió la verdad, cosa fácil, al escuchar las recias voces de los clérigos.
Aunque fueron expulsados sin lograr su
propósito, la noticia tuvo amplio eco en la ciudad y el Deán de Tudela D.
Ignacio Álvarez de Montenegro, decidió incoar una causa contra el sacerdote que
dio con sus huesos en la cárcel eclesiástica. Al final, la condena que le fue
impuesta no resultó excesivamente rigurosa, dado que fue obligado a acudir,
durante dos meses, al hospital de Ntra. Sra. de Gracia para dar de comer y cenar
a los enfermos. Ahora bien, se le apercibió de excomunión y amenazó con una
pena pecuniaria si volvía a usar de “disfraces tan indecentes”. De sus amigos
nada sabemos, pero lo más probable es que tampoco recibieran castigos rigurosos,
por considerarlo una chiquillada sin mayor trascendencia.
Más sorprendente fue lo ocurrido al
actor Juan de Lima Sequeiros, preso por la Inquisición en 1691, según documentaron
Charles Davis y John E. Varcy en un artículo sobre las compañías de actores en
los Corrales de Comedias de Madrid.
Conocido como Juan de Sequeiros, fue un
afamado músico y compositor portugués, establecido en Madrid, trabajando para
varias compañías teatrales, logrando el aprecio del público y de la Corte.
Estuvo casado con la actriz Teresa
Garay, de la que se separó, y, tras enviudar, contrajo nuevo matrimonio con María
de Prado, que no era actriz. Pero, entre ambos matrimonios, vivió amancebado
con la actriz Bernarda Manuela, conocida como “la Grifona”.
Debía sentir por ella un gran amor, pues al fallecer “la Grifona”,
en 1691, mandó retratarla y colocó la pintura “en un nicho con dos cortinas y
de noche le encendía dos luces y rezaba el Rosario delante del retrato”. Esta
conducta le pareció abominable a las autoridades inquisitoriales y fue
encarcelado. En prisión permaneció dos años y al salir se encontró sin vestido
ni cosa que ponerse, por lo que la Villa le dio 2.200 reales para hacer frente
a sus necesidades. Tras ese incidente, siguió su carrera de éxito, se casó una
dama de condición, como era María de Prado, y vivió hasta 1730.
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