En la iglesia parroquial de Ambel encontramos este interesante grabado de fray Antonio José Rodríguez, un monje cisterciense que había nacido en Villaviciosa de Odón (Madrid) en 1703 y, con catorce años de edad, ingresó en el monasterio de Veruela, donde residió toda su vida hasta su fallecimiento en 1777.
En el Museo de Zaragoza se conserva este
hermoso retrato de fray Antonio José Rodríguez, atribuido
a Andrés Merclein. Era Doctor en
Teología, aunque mostró especial interés en la Medicina y las Ciencias
Naturales. De formación autodidacta en esos ámbitos se encargó de la farmacia
del monasterio y llegó a obtener autorización eclesiástica para ejercer la
Medicina en el ámbito privado.
Entre 1734 y 1749 publicó los seis
volúmenes de su Palestra crítico-médica y, más tarde, Nuevo aspecto de
Teología Médico-Mora y ambos Derechos que no fueron sus únicas obras, pues
es también autor de los cuatro tomos de Paradoxas, aparecidos entre 1742
y 1767 y las Disertaciones, de 1760, llegando a ser miembro
correspondiente de la Sociedad de Medicina y Ciencias de Sevilla y de la Real
Academia de Medicina de Madrid y de la de Oporto.
Su figura ha sido objeto de
controversia, pues mientras que diversos autores lo han presentado como un
renovador de la ciencia médica, otras opiniones difieren mucho de esa
apreciación.
Entre los primeros, el Prof. Granjel considera que la obra
médica del cisterciense es digna de ser elogiada y en el mismo sentido se
pronunciaba D. Marcelino Menéndez Pelayo para quien el P. Rodríguez ocupa un
lugar destacado en la literatura apologética, siendo uno de los que mejor
conocieron las teorías físicas más avanzadas de su tiempo. Otros autores
recientes como Rafael Llavona y Javier Bandrés destacan sus aportaciones y
ponen de manifiesto que fue un intelectual destacado en la España del siglo
XVIII.
Sin embargo, D. Gregorio Marañón, en su
ensayo “Nuestro siglo XVIII y las Academias” hace un juicio demoledor sobre la
figura del monje verolense, afirmando que “el fraile de Veruela, padre
Rodríguez, autor de varios marmotretos, medio médicos, medio teológicos, que he
tenido la paciencia de leer, porque solo así, con dolor de espíritu, se pueda
dar uno cuenta de lo que fue aquel pueblo que devoraba con delicia tan
estupendos disparates”.
Volviendo al grabado encontrado en
Ambel, del que existen otros ejemplares en el Museo del Prado y la Biblioteca
Nacional, debemos señalar que fue realizado sobre un dibujo de Joaquín Inza
Aysa (1736-1811) un pintor que nos interesa especialmente, dado que nació en
Ágreda, aunque sus padres eran naturales de Litago. Formado en el taller de su
padre y, posteriormente, en la Real Academia de San Fernando, trabajó en
Madrid, donde realizó retratos de diversos personajes.
La semejanza existente entre el dibujo
del grabado y el retrato al óleo conservado en el Museo de Zaragoza nos permite
aventurar la hipótesis de que fuera el autor del mismo, en lugar de Andrés
Merclein, al que ha sido atribuido.
En cuanto al grabador, se trata de
Manuel Salvador Carmona (1734-1820), formado en la Real Academia de San
Fernando y pensionado en París, donde permaneció once años, logrando ser
admitido como agregado a la Académie Royale de Peinture et de Sculpture.
Tras su regreso a Madrid fue nombrado
Académico de Mérito de la Real Academia de San Fernando, aunque había aspirado
al puesto de Director. No obstante, en 1777, obtuvo el puesto de Director de
Grabado de la Academia.
Con Joaquín Inza mantuvo una relación
cordial, acompañándole el pintor a Roma, cuando el grabador contrajo
matrimonio, en segundas nupcias, con la hija mayor de Mengs. Ambos figuran como
autores de otros grabados, además del que estamos comentando que, como hemos
señalado, tiene para nosotros especial interés y creemos que debe servir de
estímulo para un estudio más extenso de Joaquín Inza, dada su relación con
nuestra zona.
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