lunes, 9 de marzo de 2015

Alfares de Magallón



            En 1989, en nuestra revista Cuadernos de Estudios Borjanos se publicó un artículo, titulado “Obradores de cerámica en Magallón. Un estudio de Etno-Arqueología”, que firmaba Ángel Borobia Tolosa, el último alfarero activo de esa localidad y los arqueólogos Christopher Gerrard y Alejandra Gutiérrez.

            Magallón fue una localidad de gran tradición alfarera en la que, a lo largo del siglo XIX, cuatro familias se dedicaban a este menester con sus obradores agrupados en el “barrio industrial” de El Quez, donde llegaron a construirse otros alfares de vida efímera. 





            En aquel documentado y extenso artículo, los autores daban a conocer a los componentes de aquellas sagas familiares, las características de los hornos y los métodos utilizados en la elaboración de las distintas piezas.
            Iba ilustrado con una serie de fotografías, alguna de las cuales hacían referencia al horno todavía activo de Ángel Borobia, junto con otras de alfares ya abandonados, dentro de esa peculiar agrupación, sobre cuyas razones se interrogaban los autores al constatar los escasos beneficios obtenidos al concentrarlos en un determinado espacio como el barrio de El Quez, ya que cada alfarero trabajaba con independencia y frecuentemente manteniendo tensas relaciones entre ellos. 





           Casi 20 años después, Enrique Lacleta ha vuelto a El Quez para ofrecernos las imágenes que hoy damos a conocer del estado en el que se encuentran aquellos alfares completamente abandonados en los que los restos de sus cámaras llaman la atención por su belleza. 





            En alguna ocasión hemos sugerido que, dada la importancia que esta artesanía tuvo para Magallón, hubiera  sido conveniente mantener alguno de estos obradores como “Centro de Interpretación” de la alfarería, con sus instalaciones acondicionadas y una pequeña exposición de los distintos tipos de piezas que se elaboraban.





            No ha sido así y el barrio de El Quez se va arruinando, poco a poco, en el más completo de los abandonos, a pesar de su interés etnológico y como testimonio de una época que confirió personalidad propia a ese municipio. 




            Sirvan al menos estas fotografías de Enrique Lacleta como testimonio de los últimos restos conservados de lo que, en gran medida, es un ejemplo de arqueología industrial, cuya indudable belleza no escapa a la percepción de nuestros colaboradores, pues Pedro Domínguez Barrios también nos envió, recientemente, un reportaje sobre este mismo tema al que pertenecen las siguientes fotografías.





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