viernes, 7 de julio de 2023

Recordando el primer kiosco del parque a través de antiguas fotos

 

         Esta es otra de las fotografías que nos remitió D. José María Aznar Lorente. Corresponde a una de las entradas al actual Parque de San Francisco, con la fuente en forma de cesta, que aún se conserva, pero de la que ya no fluye ese potente chorro de agua que se advierte en la imagen. También puede apreciarse la estructura de madera, en forma de doble V que se asentaba en un pilar de ladrillo central y de cuyos ángulos pendían unos pequeños faroles.

         Con los setos muy bien recortados y los árboles que aún no habían adquirido el crecimiento definitivo, al fondo se adivina el primer kiosco que hubo en la plaza central, lo que nos permite datar la foto, antes del segundo mandato de D. Jesús Pellicer Bernal como Alcalde, dado que fue entonces cuando decidió reformar lo que era una interesante obra arquitectónica.


         Fue D. Fernando Castellot quien nos facilitó esta imagen del kiosco, a través de la cual pudimos percatarnos de su calidad, como expresión de una arquitectura racionalista de la que apenas tenemos ejemplos en nuestra zona. En aquellos momentos, ignorábamos el nombre del arquitecto que lo diseñó y, en principio, lo atribuimos a D. Santiago Lagunas, el autor del proyecto del Teatro Cervantes, construido por aquella época.

            Sin embargo, la acertada búsqueda realizada por Dª Sonia Viamonte en el Archivo Histórico Municipal permitió localizar el proyecto e identificar correctamente al autor del mismo, que fue otro gran arquitecto, D. Joaquín Maggioni Castellá (1899-1970), así como la fecha del mismo y el nombre del Alcalde que lo encargó: D. Pascual Sorrosal Fanlo, que ejerció el cargo desde el 26 de febrero de 1942 al 7 de agosto de 1944.

 

         A través de D. Juan María de Ojeda Castellot, pudimos conseguir una copia del proyecto, firmado por D. Joaquín Maggioni, en junio de 1942. Según la memoria del mismo, se trataba de edificar un kiosco destinado a bar y actuaciones de la Banda de Música Municipal, para lo que se disponía una amplia terraza en la parte superior donde, cuando no hubiera conciertos, se podrían “servir refrescos a toda hora”.

 

          En la planta baja tenía un mostrador, “cerrado por medio de una puerta enrollable de escamoteo”, cuyo presupuesto estaba incluido en el proyecto. A través de una escalera de caracol se accedía a la terraza superior y también fue diseñada una plataforma, circundando el kiosco, con mesitas plegables y sus correspondientes sillas. No se construyeron aseos ya que, se había decidido construirlos en un edificio independiente para que pudieran ser utilizados por todos los visitantes del parque.

 

          En la planta baja se construyó un espacio, dotado de pista de baile, que con la cafetería, que llevó por nombre “La Gala”, supuso un notable avance en el sector de la hostelería local.

En la memoria, el arquitecto exponía que, para todos los detalles arquitectónicos, había escogido “el estilo moderno”, aunque precisando que “es posible, de todos modos, combinarlo con el ladrillo visto que es la base de nuestro estilo peculiar aragonés”, en lo que parece ser una coartada para tratar de imponer un diseño realmente avanzado.

 

Un detalle muy interesante era la existencia, en la fachada principal, de dos escaparates “para poder colocar en ellos muestras de comercio e industria de la localidad, a modo de muestra permanente”, aunque “con cierta timidez” pues, como señalaba el arquitecto, “el edículo ha de quedar lógicamente abandonado en según qué horas del día y por la noche”.

            El proyecto fue aceptado inmediatamente y, en el Pleno municipal celebrado el 11 de febrero de 1943, se tomó el acuerdo de licitar las obras, tramitadas por el procedimiento de subasta “con el fin de no demorar más la realización de tan necesaria e importante mejora”.

            Las obras fueron adjudicadas a D. Vicente Gallástegui, ascendiendo el importe total de las mismas a la cantidad de 96.448,67 pesetas, incluyendo los honorarios del arquitecto (2.179 pesetas) y el beneficio industrial de la empresa (8.177,56 pesetas).

 


         D. Jesús Pellicer decidió “reformar” por completo el kiosco, acabando con lo que hoy sería un monumento protegido. Lo malo es que las obras se eternizaron y estuvieron interrumpidas muchos años. Atrás había unas escleras que ascendían a la terrada y también permitían el acceso a un lóbrego sótano inundado de agua.

         Cuando, al final, se lograron terminar, fue destinado a Biblioteca Pública y, mucho más tarde, el pobre kiosco fue sometido a nuevas modificaciones y ampliaciones para responder a los diferentes cometidos a los que ha sido dedicado.



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