Hoy celebramos la Solemnidad de la
Epifanía, una de las fiestas grandes del calendario litúrgico, con gran arraigo
popular, debido a la ilusión que suscita entre la grey infantil.
Hoy, en el belén de Santa Clara, el Niño Dios recibe la visita de los Reyes, sentado en su sillita y ayer, las cabalgatas de los Magos recorrieron las calles de muchas de nuestras ciudades.
Sin embargo, es curioso que, a pesar de
todo ello, sea una fiesta rodeada de numerosas controversias, aunque su
significado religioso es evidente, al representar la manifestación del Mesías a
toda la Humanidad, más allá del ámbito concreto en el que se había encarnado.
En primer lugar, hay que recordar que
es el Evangelio de San Mateo el único que hace referencia a este
acontecimiento, mencionando a unos “magos”, llegados de Oriente, sin
especificar el número de los mismos.
A partir, de alguno de los evangelios no canónicos y de la opinión de antiguos escritores, fue concretándose la tradición, transformándolos en “reyes” y fijando en tres su número, adjudicándoles unos nombres con los que los seguimos denominando.
De hecho, en la catedral de Colonia, se
conservan los restos de esos “tres reyes” en un magnífico relicario. Fueron
llevado allí por el emperador Federico I de Hohenstaufen, tras saquear la
catedral de Milán, en donde estaban depositadas desde el siglo IV, cuando
llegaron procedentes de Constantinopla.
Las reliquias fueron el núcleo sobre el
que se edificó esa joya del arte gótico que es la catedral de Colonia que, por
ese motivo, sigue siendo uno de los más importantes centros de peregrinación,
tras Jerusalén, Roma y Santiago.
Tampoco hubo, inicialmente, un rey
negro. En esta tabla de la colegiata de Santa María, de finales del siglo XV,
los tres reyes son blancos, representando las tres edades del hombre y, en
otros lugares se les identifica con distintas procedencias.
En Borja, tradición de los Magos cuenta
con varias representaciones, a la ya citada de Santa María podemos unir este
gran lienzo de la iglesia de la Concepción, en la que ya aparece Baltasar, como
negro, mientras ofrecen el oro, incienso y mirra al que se refiere San Mateo.
Como curiosidad, un paje sostiene en
una bandeja la corona de Melchor de la que se ha despojado para adorar al Niño
y, tras Baltasar, pueden verse dos camellos, con peculiar aspecto, dado que el
pintor posiblemente no había visto nunca a estos animales.
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