En
Mallén tenemos excelentes colaboradores como D. Tomás Espeleta y D. Guillermo
Carranza, así como un nutrido grupo de personas que siguen los artículos que
publicamos, bien directamente o a través del blog de la Asociación Cultural
Belsinon, donde los reproducen.
No
hace mucho hicimos referencia a la fuente que dio origen a la ermita de la
Virgen del Puy y hoy volvemos de nuevo a ella, a raíz de unas interesantes
fotografías que nos ha remitido Tomás Espeleta. En
la ermita se venera la imagen de la Virgen, bajo un hermoso baldaquino en cuyo
frente campean las armas de la villa, como puede verse en esta fotografía.
El
templo fue restaurado hace unos años por el ayuntamiento de Mallén y, con
motivo de las obras, aparecieron restos de la antigua decoración mural, entre
ellos la representación de un violín con su correspondiente arco.
Asimismo,
en el hastial y sobre el óculo, apareció la representación de una serpiente que
también se ha conservado. Ello nos hace suponer la existencia de un programa
iconográfico más completo que no ha llegado hasta nuestros días.
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Aprovechamos
la ocasión para comentar que, en el interior de la ermita, existe un lienzo en
el que está representado el milagro del hallazgo del agua, tras la vuelta de
los peregrinos de Francia. Su autor fue Diego Díaz del Valle, nacido en
Cascante en 1740, un pintor no excesivamente brillante pero que, para nosotros
tiene el interés añadido de que, en 1782, cuando se reformó el retablo mayor de
la colegiata de Santa María de Borja, fue el encargado de pintar la mazonería, “dándole
el color de piedra”. También fue el autor del retrato de Carlos IV que existía
en el Salón de Reyes de la Casa Consistorial de Borja, el cual fue quemado por
una partida de guerrilleros que, al mando del alcalde de Illueca, Fidel Mallén,
entraron en la ciudad en octubre de 1811. Tras saquear las iglesias y robar las
mazas de plata de la corporación municipal, quisieron quemar todos los retratos
regios, aunque logró salvarlos el regidor D. Francisco Catarecha, al
convencerles para que descargaran su odio en el último monarca, cuyo retrato
arrojaron por el balcón y destruyeron en la plaza. Hasta la última reforma de la
casa, se mantuvo vacío el lugar que ocupó ese retrato, en recuerdo de la fechoría.
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