Durante el pasado confinamiento, el conocido naturalista y escritor Eduardo Viñuales, entretuvo sus horas captando esa Naturaleza viva que tenemos a nuestro lado, sin que nos percatemos de ello. Fruto de aquellas observaciones fue una obra publicada por la Institución “Fernando el Católico” que llevaba por título Un naturalista confinado. Diario del ecosistema “balconero”, de la que ya dimos noticia en este blog.
Pero, desde las ventanas de la Casa de
Aguilar también podemos observar la vida que late en las paredes y tejados de
su entorno. Desde las salamandras que cazan por las noches al socaire de los
faroles del alumbrado, a las palomas que repiten, una y otra vez, sus cortejos
nupciales, o los vencejos que, en cada atardecer, cruzan a ras de los tejados.
Le hemos pedido a Enrique Lacleta que,
con su habilidad ampliamente demostrada, venga a documentar todo ello y otras
cosas que pueden ser vistas asomándose a nuestras ventanas. Es cierto que, para
ello, se requiere tiempo y paciencia y, aunque paciente lo es y mucho, no
siempre dispone del tiempo necesario para atender nuestras demandas.
Mientras tanto, nos limitamos a ofrecer
las pobres imágenes que hemos conseguido, entre las cuales destaca la de este
precioso gato que, desde hace un tiempo, se ha enseñoreado de los tejados
situados frente a nuestra sede. Aquí lo vemos reposando tranquilamente sobre la
lumbrera de una casa. Pero, lo que destaca de él son sus constantes recorridos para
buscar, bajo las tejas, los nidos que los gorriones han colocado. Escucha con
atención y, cuando los ha identificado, levanta con sus patas la teja para dar
buena cuenta de los polluelos. No es agradable de ver, pero es la ley de la Naturaleza
que el buenismo imperante intenta hacernos olvidar.
Para garantizar la seguridad de sus crías,
hemos visto a un gorrión colocar su nido en ese pequeño orificio existente bajo
la caja de registro de la pared de enfrente. Hasta allí llega trayendo, una y
otra vez, alimentos y parece increíble que pueda introducirse por él hasta el
lugar en donde se encuentran seguras las crías. Aunque hemos intentado
fotografiar ese momento, nuestra falta de habilidad y la rapidez de reflejos
del gorrión (creemos que es un gorrión) nos lo ha impedido. Seguramente,
Enrique lo habría conseguido.
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