Una luminosa mañana de domingo, que parecía jueves, acogió ayer el recorrido de la procesión del Corpus Christi por las calles de Borja, a la que, junto al pórtico de la colegiata esperaban su salida los gigantes y cabezudos.
Encabezando la procesión, la comparsa
de gigantes constituye una de las costumbres que han quedado de aquellas
brillantes celebraciones en las que había tres altares por el recorrido, desde
los que se impartía la bendición y se repartían ramilletes de flores.
Siguen estando presentes en la
procesión las banderas y estandartes de todas las cofradías y asociaciones
religiosas de la ciudad, que desfilan tras la cruz parroquial. Hace ya tiempo
que dejaron de asistir con sus “cabezas” o bustos procesionales. Causa sorpresa
ver entre ellas al pendón de la ciudad, cuyo significado es muy diferente, el
cual debe preceder siempre a la corporación municipal cuando desfila bajo
mazas. Se instauró la costumbre de que fuera delante del trono de la Virgen en
el Rosario de Cristal y, ahora, lo vemos también como si fuera una cofradía
más.
Otra costumbre que permanece es la de
los niños y niñas de Primera Comunión, con sus canastillas de pétalos de rosas
que se arrojan entre ellos y cubren las calles por las que transcurre la
procesión.
El lugar preferente, delante del
Santísimo, lo ocupa la bandera de la Adoración Nocturna que, en la noche
anterior, celebró una de sus vigilias.
A los acordes del Himno Nacional salió
la peana en la que marchaba la custodia con el Cuerpo de Cristo, bajo un
baldaquino, que es un remedo del palio que suele cubrirla cuando es llevada a
pie por un sacerdote. Aquí también había palio cuando la peana, sin ese pequeño
baldaquino, era llevada a hombros por sacerdotes, mientras le daban escolta
cuatro números de la Guardia Civil con uniforme de gala.
Cerrando el cortejo marchaba la
corporación municipal bajo mazas y la Agrupación Musical Borjana. Quizás
echamos en falta una mayor presencia de fieles, sobre todo al considerar el
profundo significado de esta procesión, que tiene carácter litúrgico, dado que
representa la presencia real de Cristo en nuestras calles, algo muy diferente
al del resto de procesiones.
Recientemente, los obispos
norteamericanos quedaron sorprendidos ante el éxito de la procesión organizada
en Minnesota, con motivo del Congreso Eucarístico Nacional. Más de 7.000
personas participaron en ella, algo insólito en una nación en la que este tipo
de manifestaciones son consideradas como expresión de una cultura propia de los
países del sur del Mediterráneo. Pero, mientras entre nosotros, palidecen como
consecuencia de un progresivo enfriamiento de nuestra Fe, en otros lugares cobran
cada día mayor fuerza, demostrando que Jesucristo no puede quedar relegado a
unos templos vacíos, sino que tiene que hacerse presente también en nuestras
calles y plazas.
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