lunes, 29 de abril de 2013

La capilla de San Isidro en la colegiata de Santa María de Borja



            La colegiata de Santa María es, sin duda, el principal templo de nuestra zona a pesar de lo cual son escasos los trabajos publicados sobre ella y tampoco son precisos los datos disponibles sobre su historia, arquitectura y obras de arte que conserva. En los últimos meses, el Centro de Estudios Borjanos está dedicándole especial atención merced al trabajo de investigación que viene realizando Alberto Aguilera en los diferentes archivos de la ciudad y al esfuerzo de Enrique Lacleta para disponer de fotografías de calidad de las que, hasta este momento, carecíamos.
            Aunque es demasiado prematuro para establecer datos concluyentes, que tendrán su reflejo en una monografía, pretendemos seguir ofreciendo a nuestros lectores algunas imágenes sobre algunos aspectos de la misma. Ya hemos hablado, anteriormente, de algunas capillas y hoy nos referiremos a la actual capilla de San Isidro.
            Está situada en el ala norte del claustro, entre la capilla de San Felipe, a la que dedicamos un artículo anterior y la de Santa Lucía. El lateral derecho de la misma está formado por el cuerpo inferior de la torre del reloj, cuyos sillares han quedado descubiertos recientemente. Su estado actual responde a las distintas reformas a las que fue sometida, tras los cambios de titular que experimentó en el transcurso del tiempo.



            Es, probablemente, una de las más antiguas del claustro y sabemos que, originalmente, fue de D. Dionís Lázaro, aunque desconocemos a quién estaba dedicada. En los libros de gestis del cabildo se reseña que el 3 de diciembre de 1554 se acordó “que para sufragio y aumento de la devoción a las Almas del Purgatorio se haga un retablo y capilla” en la que “anteriormente era de Dionís Lázaro”. Es probable que, a ese momento, corresponda la decoración de su embocadura, con su crestería.



            En 1701, la capilla fue cedida a la cofradía del Carmen que procedió renovarla completamente, adoptando el aspecto actual, con planta cuadrangular y cúpula con linterna. Lamentablemente, las pinturas que debieron existir en las pechinas se encuentran cubiertas con pintura blanca, aunque se conserva la decoración barroca en yeso que fue realizada entonces.





            En uno de esos motivos se puede ver la fecha de construcción: “1703” y, en otro, el anagrama que hace referencia a su destino mariano. Por otro acuerdo del cabildo, de 27 de abril de 1703, se entregó a la cofradía el antiguo retablo de la capilla, “hasta que estén en disposición de hacer uno nuevo por su cuenta”. De ello se deduce que, por entonces, las obras estaban finalizando y los fondos disponibles no alcanzaban para sufragar la construcción de un nuevo retablo.





            Sin embargo, el frontal del actual retablo lleva el emblema de la orden carmelitana, dato que nos permite deducir que llegó a realizarse, aunque no sabemos sus características ni el destino final. Porque, años más tarde, la cofradía se hizo cargo de otra capilla, situada frente a la que estamos comentando, que es donde, todavía, se venera la imagen de la Virgen del Carmen.



            En fecha no determinada, pero posiblemente ya en el siglo XIX, la capilla fue dedicada a San Isidro, cuya imagen titular se dispuso en un retablo reaprovechado que, según una información sin documentar, era el de San Diego de Alcalá del antiguo convento de San Francisco. Si así fuera, disponemos de una visura del mismo, hecha en 1601, según la cual fue pintado por Felipe los Clavos, un pintor zaragozano que, a juzgar por esta obra, no fue excesivamente brillante. El retablo tiene tres calles sobre banco y ático, aunque fue modificado para  su nuevo cometido.



            La imagen de San Isidro, situada en una hornacina avenerada responde al modelo iconográfico habitual. Sabemos que fue adquirida en Zaragoza, en 1802, y en ella el santo está representado con atuendo de labrador, llevando en su mano izquierda la reja del arado y en la derecha unas espigas de trigo. A sus pies tiene el buey utilizado en sus faenas agrícolas.



            En la parte superior de las dos calles aparecen dos tablas con santos dominicos que, por su emplazamiento y características, pudieron ser añadidas al rehacer el retablo en el siglo XIX. El santo de la izquierda es San Jacinto de Cracovia que en Borja también aparece también en el retablo mayor de la iglesia de San Pedro Mártir.    Sus atributos personales son la custodia y la imagen de la Virgen en sus manos, que hacen referencia a un episodio de su vida, acaecido cuando los mongoles atacaron el monasterio de Kiev donde se encontraba. El santo, antes de huir, decidió salvar el Santísimo Sacramento y, en esos momentos, oyó la voz de la Virgen que le recriminaba el que la dejara sola en la iglesia. San Jacinto tomó entonces la imagen de María que estaba en la iglesia y, a pesar de que su peso era considerable, pudo portarla sin fatiga e, incluso, cruzar el río Dniepper, caminando sobre las aguas con la ayuda de un ángel. Precisamente, en esta representación que estamos comentando, aparece al fondo el santo atravesando el río con la imagen.



            A la derecha se encuentra Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la orden dominica, cuyo hábito viste. Está sentado y con un libro abierto en su mano izquierda, mientras que en la derecha lleva unos lirios, otro de sus atributos personales. A su lado, el perro con la antorcha encendida en la boca que hace alusión al sueño que tuvo su madre antes de su nacimiento. En la escena del fondo aparece el santo sosteniendo un templo que amenaza con derrumbarse, como referencia al papel desempeñado por la Orden de Predicadores en la renovación de la Iglesia.



            En la calle de la izquierda, bajo San Jacinto de Cracovia, está representado un santo obispo de difícil identificación ya que no aparecen atributos personales, salvo los genéricos de su condición de obispo: capa pluvial roja, mitra y báculo. Bajo el alba se adivina el hábito de los franciscanos por lo que, con las debidas reservas, creemos que se trata de San Luis de Anjou o de Tolosa, un santo franciscano, de estirpe real que alcanzó la dignidad episcopal.



            Los mismos problemas plantea la imagen de la derecha. Se trata evidentemente de un santo rey ya que ciñe corona real y porta cetro. Pero ningún otro atributo permite realizar una atribución precisa, aunque es llamativo el hecho de que el cetro está rematado por la flor de lis. Ello nos induce a pensar que se trata de San Luis, rey de Francia. Se da la circunstancia de Luis IX fue terciario franciscano por lo que la inclusión en un retablo de la orden parece lógica, sobre todo haciendo pareja con ese otro santo francés, del mismo nombre al que hemos hecho referencia.






            En las basas de las columnas que delimitan las calles del retablo están, toscamente representados, cuatro santos franciscanos, todos ellos vistiendo el hábito de la orden y con el cordón ceñido a la cintura. Se trata de San Buenaventura, San Bernardino de Siena, San Antonio de Padua y el propio San Francisco de Asís. En otros artículos anteriores hemos comentado aspectos de sus biografías y que aquí pueden identificarse tanto por sus atributos como por llevar cartelas con su nombre. Queremos llamar la atencion sobre la escasa calidad de las pinturas y sobre el hecho llamativo de la falta de cabellos.




            En las tablas del banco, situadas bajo las calles laterales, se encuentran San Jerónimo y San Pedro. El primero está representado semidesnudo en la cueva a la que se retiró a orar, en Belén, durante 35 años. El manto rojo y el capelo cardenalicio que figura colgado de un árbol, haciendo alusión a su condición de consejero del papa San Dámaso a la que renunció para vivir como anacoreta. Tras él aparece un león, otro de sus atributos personales que hace referencia a un episodio de su hagiografía según la cual habría curado a esa fiera de la herida causada por una espina clavada en sus garras, convirtiéndose desde entonces en fiel acompañante. San Jerónimo que es Doctor de la Iglesia fue el traductor de la Biblia del griego al latín, en la versión oficial que se conoce con el nombre de “Vulgata”. Por su parte, San Pedro es fácilmente identificable por llevar en su mano derecha una llave.




            En el ático aparece, como es habitual, un Calvario. Como en el caso de las tablas inferiores tampoco destaca por su calidad. Junto a la Cruz aparecen la Virgen y San Juan. Tras este último se advierte un grupo de soldados, uno de los cuales monta un caballo blanco y lleva en su mano una bandera flameando al viento.









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